Respuesta: VALOR DE LEY . Los Coen vuelven al western
No tengo el gusto y placer de conocer la original ni tampoco tengo el gusto y placer de conocer el relato en el que se basa la película así que únicamente hablaré de esta versión del 2010. Cuando vea la versión donde Wayne es el protagonista hablaré comparativamente.
Dejando esto claro vamos al meollo de la cuestión. Los Coen siempre me han fascinado por una cosa en concreto más allá de los personajes variopintos que pueblan sus películas y los guiones de las mismas: su puesta en escena. Tiene ese algo que las hace especiales, únicas en su forma de ser y sobre todo llamativas por su plasmación en la gran pantalla.
Valor de ley es un western que llama la atención por su sobriedad en la gran pantalla. Imposible no quedarse asombrado ante la calma con la que es movida la cámara, sin añadirle prisa a la historia, dedicándole todo el tiempo del mundo a plasmar una historia mecida por el clasicismo de los buenos westerns y sobre todo por las maneras de los clásicos de antaño. Sólo hace falta ver como empieza: una narración voz en off presente, la cámara fija frente a un muerto y los villanos de turno huyendo en una noche cerrada. La justicia y venganza está presente y presentada con las mejores intenciones del mundo y se nota: Los Coen quieren recrearse en uno de los géneros más legendarios de la historia del cine y se regodean con los detalles, la ambientación, la comedida puesta en escena pero aderezándolo todo con esa fotografía que es un lujo para la vista y que dota a la película de estar contemplando algo bello, algo poético, algo que invade y sobre todo que enmarca el estilo en una época soñada y sobre todo nostálgica.
Deakins cumple con creces dotando de esa paleta clásica y esos tonos preciosos, donde la iluminación natural del paraje, la nocturnidad oscura, la cálida iluminación interior o la natural llama de las velas, el frío invernal o la cerrada noche son elementos comunes pero que encierran una presencia impresionante, siendo un elemento más a tener en cuenta para meternos en situación y sobre todo para hacernos creer que estamos en otra época, en otro páramo y en otros tiempos: tiempos donde el reloj no tiene razón de ser y donde el tiempo se mide de otra manera. En ese aspecto Deakins lo borda y acierta.
Los Coen deciden emplear un metraje comedido, sin altibajos narrativos, siendo coherentes con el género que representan y deciden rodar al más puro estilo antiguo, sin mucho alarde por la filigrana visual y decantándose por la puesta en escena sencilla pero directa. Para ello cuentan con una historia clara y concreta añadiéndole unos personajes bastante interesantes (quizás el personaje de Laboeuf es el que menos aporta o el que más desdibujado se encuentra). Pero el resto es una colección de aciertos desde el tuerto Cogburn, quien contiene un carácter extraño a la vez que típico, la interesante Mattie (a quien los Coen le aplican un carácter fuerte, con diálogos antológicos y demasiado maduros para una niña de 14 años pero que quizás ahí radica el acierto) sin dejar de lado el más acertado de todos: Ned Pepper, el auténtico forajido, el villano in person; su planta, su fisonomía, su carácter, sus frases y sus acciones son dignas de aplauso, un villano como los de antes: sin ambajes, rudo y ruín al mismo tiempo. Chaney es un secuaz, un villano de tres al cuarto que no dudará en apretar el gatillo aún habiendo dado su palabra.
Si bien es cierto que no todos los momentos son llamativos si que puedo dar fe de que la película contiene escenas realmente conseguidas como son el allanamiento de la casa de los forajidos, donde la violencia es seca y sin concesiones, el duelo a caballo entre Cogburn y los villanos campo a través (riendas en dientes y revólveres en las dos manos es un plano acertado) o el momento en el interior de la cueva, con una puesta en escena concisa y convincente.
Un western como los de antes, con seña de identidad propia y que desde luego merece un aplauso sonoro.