Respuesta: Ver a tito Hoeven (Paul Verhoeven)
(Robocop, Id, 1987)
Verhoeven, como es sabido por todos, dio el salto al mundo de los sueños cinematográficos presentando este golpe violento extremista dejando fuera de sí a toda una generación. Como si de una vuelta de tuerca al mito / cuento de Frankenstein se tratase, RoboCop tiene varios aspectos cinematográficos que funcionan perfectamente, todo presentado en un ámbito social decadente pero que tiene mucho más que rascar, no toda la suciedad está en la superficie.
Corrupción en las altas esferas, manipulación en las grandes cadena televisivas y una crítica feroz a la política tanto del momento como en general (dos presidentes muertos en Santa Bárbara a causa de un fallo tecnológico a colación de La Guerra de las Galaxias tan citada - y no me refiero a la saga Lucasiana o ese secuestrador que reclama un recuento de votos mientras exije, de forma patética, las mejoras del coche) y una creencia ciega en la tecnología avanzada como substituto de la defensa policial. Verhoeven recurre a un humano incorrupto, un policía de antaño, quien maneja la pistola como el héroe televisivo de su hijo para así inculcarle valores que fomentarán el crecimiento humano y que por ende servirán de promoción o prototipo de una nueva criatura en base a su cuerpo.
El director, agresivo visualmente y con la violencia como punto de partida, decidió poner toda la carne en el asador (y hasta donde le dejó la censura) para presentar una sociedad en decadencia, ubicada en un Detroit oscuro, casi nocturno y muy industrial: su enfoque está visto desde la perspectiva de las altas corporaciones, que se reunen como los grandes villanos en lo alto de sus castillos, en este caso, un rascacielos para luego tener lugar las grandes escenas en una fábrica abandonada, la dejadez y olvido de un tipo de futuro.
Un hombre convertido en máquina, una especie de Terminator al servicio del ciudadano y con unas directrices marcadas a fuego en su CPU que no tiene doble criterio: el malo debe morir para proteger la seguridad de la ciudad. Interesante como Robocop no duda en ningún momento en apretar el gatillo para "eliminar" el mal. Una manera de automatizar/gadgetizar el género de justicieros urbanos sin duda o moralidad latente en base a unas directrices muy semejantes a las de Isaac Asimov.
Pero lo más atractivo del caso es que aún habiendo sido reconstruido y reprogramado para servir al bien sin sutura ni posibilidad de error su memoria no ha sido eliminada, dejando que la máquina, algo que no tiene sentimientos, opiniones ni criterios se humanice, se convierta en algo que funciona por sí mismo, que tiene vida propia para de esta manera tener doble razón de ser: protejer y destruir, conservar y vengar a partes iguales. Lo más interesante del caso es como esa dualidad, esa duda existencial consigue que el hombre no esté muerto del todo, no acabe siendo superado por una imposición mecánica y carente de estímulo. La simbiosis de la carne y el metal acabó deparando una criatura de diseño excelente y que acabó convirtiéndose en todo un icono de la cultura popular.
Aún y así, al estar amparada bajo la tutela de Orion, la serie B de los ochenta sale a reflote y su estética anticuada nunca estuvo mejor empleada, porque ya no es sólo una forma de ver la película sino que traslada una incómoda sensación de deterioro, de desgaste, de una sociedad consumida y destrozada por la violencia, la corrupción y la amoralidad. Si a eso le añadimos unos villanos casi de comic (en sí toda la película es un comic) tenemos una película de acción al uso (y disfrute) de un director que se regodea en la sangre, en el golpe de efecto, en la destrucción del ser humano en pos de una protección mayor.
Infantiloide y cómica en muchos aspectos (esos gruñidos, esos berridos y esa precariedad funcional en el primer robot, o esa sensación de poder al poseer armas más grandes y ruidosas), terrorífica en otros tantos (el ácido que derrite, literalmente, el cuerpo de uno de los esbirros para acabar convertido en un amasijo de carne que acaba reventado por un atropello) no se puede negar que Robocop, aún a día de hoy, es fascinante e hipnótica a partes iguales. Peter Weller, un actor de presencia carismática pero justas dotes interpretativas, ofrece uno de sus roles más recordados. Su transformación en un robot carente de estímulos, junto con unos gestos tan característicos (claro que también parte del logro se encuentra en los efectos sonoros, con ese sonido tan particular).
Una cámara agresiva, con una perspectiva en contra picado a la hora de presentar a Robocop, como si de un ser poderoso, implacable, letal se tratase, la película de Verhoeven podría tratarse también como de una especie de western urbano (la escena de la fábrica y el final dan fe de ello) que no duda en presentar la violencia gratuita como algo necesario para llegar a un buen puerto o que sirve simple y llanamente para regodearse en ella (la muerte de Murphy o la eliminación de uno de los ejecutivos en manos de la maquina). Sin olvidar una partitura épica en la BSO, excelente por el desarrollo de acontecimientos y sobre todo por la manera de conseguir convertirse en un icono popular. Una película que acabó labrándose un buen nombre en el séptimo arte y que acabó deparando una extensa galería de productos como dos secuelas, videojuegos, juguetes, series de animación y un largo etcétera.