Una larga cola de gente esperando. Murmullos de conversaciones. Alvy y Annie se hallan en mitad del grupo. A su lado, un hombre perora animadamente.
Hombre en la cola: El martes vimos la película de Fellini. No es una de las mejores. Le falta una estructura coherente. Ya sabes, da la impresión de no estar absolutamente seguro de lo que quiere decir. Claro que esencialmente me pareció siempre que no era más que un director que domina la técnica. «La Strada» era una gran película, desde luego. Grande en utilización de imágenes negativas más que nada. Pero la simple coherencia...
Alvy: Me, me, me va a dar un ataque.
Annie: Pues no le escuches.
Hombre en la cola (al mismo tiempo): En fin, tendría que ligar una idea con la otra. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
Alvy (suspira): Si me grita sus opiniones al oído.
Hombre en la cola (al mismo tiempo): Es como «Giulietta de los espíritus» o «Satyricon», me parecieron las dos de una complacencia increíble. Es el problema de Fellini, vaya. Es uno de los directores que más se complace. No te quepa la menor duda.
Alvy (al mismo tiempo): La palabra clave es complacencia.
Hombre en la cola (al mismo tiempo): Sin conseguirlo, bueno, pues dejémoslo así.
Alvy (al mismo tiempo): ¿Por qué estás de mal humor?
Annie: No fui a la analista. Me quedé dormida.
Alvy: ¿Cómo es posible que te quedaras dormida?
Annie: El despertador.
Alvy: ¿Te das cuenta de la agresividad hacia mí que representa ese gesto?
Annie: Ya sé, te refieres a nuestro problema sexual, ¿verdad?
Alvy: Oye, tú... ¿es que la cola entera del New Yorker tiene que enterarse de la frecuencia de nuestras relaciones sexuales?
Hombre en la cola: Es como Samuel Beckett, ya sabes, admiro la técnica, pero, pero no lo siento en las tripas.
Alvy: Ya me gustaría que sintieras en las tripas un buen puñetazo.
Hombre en la cola (al mismo tiempo): Si no se consigue eso...
Annie: ¡Basta ya, Alvy!
Alvy (retorciéndose las manos): ¡Oye, que me escupe en el cuello! Me está escupiendo en el cuello al hablar, ¿sabes?
Hombre en la cola (al mismo tiempo): Y luego, lo más importante de todo, es que se trata de la visión de un cómico.
Annie (al mismo tiempo): ¿Y sabes tú otra cosa? ¡Eres tan egocéntrico que, si a mí se me olvida ir a la analista, sólo te preocupa lo que eso pueda afectarte a ti!
Hombre en la cola (al mismo tiempo): Miedo a las mujeres, eso es lo que es.
Alvy (al mismo tiempo) ¿Qué te juegas a que es su primera cita?
Hombre en la cola (al mismo tiempo): Una visión muy corta de miras. (Se pone un cigarrillo en la boca.)
Alvy: ¿A que se han conocido por un anuncio en la «New York Review of Books»? «Académico en la treintena desea conocer a mujer interesada en Mozart, James Joyce y la sodomía.» (Suspira) ¿Qué quiere decir eso de «nuestro problema sexual»?
Annie: ¡Oh!
Alvy (al mismo tiempo): Yo, yo, bueno, soy relativamente normal para estar criado en Brooklyn.
Annie: Vale, te presento mis disculpas. ¡Mi problema sexual! ¡Muy bien, mi problema sexual! ¿Eh?
El hombre frente a Annie y Alvy se vuelve para mirarles.
Alvy: Eso no lo he leído nunca. ¿No será, no será, de la novela de, de Henry James, eso es, el que escribió la continuación de «La vuelta de tuerca»?
Hombre en la cola (al mismo tiempo): Es la influencia de la televisión. Sí, ahora Marshall McLuhan es, dentro de los límites de su esencia, una, una gran, ah, una gran fuerza, ¿entiendes? Un medio caliente... en cuanto se opone a un...
Alvy (al mismo tiempo): ¡Qué no haría yo por cubrirle de mierda hasta las cejas!
Alvy gesticula con frustración. El hombre en la cola se le encara.
Alvy (suspira, habla a la cámara): ¿Qué se puede hacer cuando te encuentras atrapado en la cola con un tipo como ése detrás tuyo? Vamos, es enloquecedor.
Hombre en la cola: Un momento, ¿por qué no puedo expresar mi opinión? ¡Este es un país libre!
Alvy: Naturalmente que la puede expresar... ¿Por qué tiene que expresarla a voz en grito? Quiero decir, ¿no le da vergüenza pontificar de esa forma? Ah, y eso es lo mejor, Marshall McLuhan. ¡Usted no sabe una palabra de Marshall McLuhan... ni de su obra!
Hombre en la cola (al mismo tiempo): ¡Un momento! ¿De veras? ¿De veras? ¡Pues da la casualidad de que en la universidad de Columbia tengo un curso sobre «Medios televisivos y Cultura»! Por eso creo que mis intuiciones sobre el señor McLuhan, bueno, son perfectamente válidas.
Alvy: ¿Conque sí, eh?
Hombre en la cola: ¡Sí!
Alvy (al mismo tiempo): Pues tiene gracia, porque resulta que el señor McLuhan está aquí en este preciso momento.
Alvy se dirige a un poster, tras el cual se halla Marshall McLuhan, y le hace aproximarse.
Alvy: Aquí, aquí, permítame... Muy bien. Venga aquí... un momento.
Hombre en la cola: ¡Oh!
Alvy (a McLuhan): Dígaselo usted.
McLuhan: He oído... he oído lo que estaba usted diciendo. Usted, usted no sabe nada acerca de mi obra. Hasta mis falacias las explica al revés. Que haya llegado usted a dictar un curso es algo que excede los límites de mi comprensión.
Alvy (a la cámara): ¡Cielos, si la vida pudiera ser siempre así!