Las narraciones de este genial cuentista ruso no son precisamente la alegría de la huerta. Por sus páginas desfilan seres desgraciados, perdedores, gente común enfrentada a encrucijadas vitales de difícil resolución. Sin embargo, siguen hablándonos de manera muy cercana, como si apenas hubiera transcurrido el tiempo desde que fueron escritos, y lo hacen discretamente, sin decir una palabra más alta que otra, pues cada elemento narrativo parece cuidadosamente seleccionado. Son reconocibles determinadas situaciones que nos resultan particularmente familiares. El cuento que da título a la edición trata de un constructor de ataúdes que descubre que la vida son oportunidades perdidas, que la muerte, por lo tanto, es la mayor ganancia… infeliz, calculador, entiende la condición trágica de la vida demasiado tarde, pero al menos el arte (el violín) es un consuelo, una forma de redención que permite convertir el dolor de vivir en una experiencia bella y al servicio de los demás.
Reconozco en
El consejero privado a cierto tipo de urbanita que idealiza superficialmente el mundo rural, pese a no conocerlo y sin importarle mucho en realidad… en el extremo opuesto, gentes ignorantes que ponen en un altar al hombre importante y moderno sólo por serlo; ésta es la historia de unos prejuicios mutuos, de una mutua decepción, pero al final tenemos a dos seres redescubriéndose mutuamente, en toda su sencillez y autenticidad, como solamente sabe contarlo Chéjov. Muy breve y contundente como un mazazo es
La corista, derroche de compasión hacia las mujeres de la vida, teóricamente inmorales, pero que son quienes se llevan la peor parte en asuntos turbios cuyos únicos culpables son los hombres; hay que elogiar, en éste caso, cómo nuestro autor comprende también a la víctima indirecta (una esposa humillada y arruinada), incluso a un marido ruin que demuestra cierta nobleza de carácter y arrepentimiento final. Con
Gente de calidad se hace patente un conflicto de plena actualidad, el del intelectual comprometido, pero encerrado en su propia burbuja de (volátil) prestigio personal, sin contacto con el mundo, frente a la perspectiva de alguien más contradictorio, pero que al menos intenta hacer algo por los demás… una suerte de desdoblamiento del propio autor, su faceta de escritor de prestigio y de médico y hombre activo.
El orador es un cuento-chiste sobre el típico bocazas, la palabrería vacua pero que suena muy bien a oídos ajenos, una metedura de pata (en definitiva) que deja bien al aire la hipocresía social. Una obra maestra es
En camino, con dos personas en una posada, una tormenta afuera (muy bien trabajado el espacio y la descripción, al servicio de una historia dentro de la historia, sobre los errores cometidos durante toda una vida), y al final, una sutil revelación, una explosión de sentimientos ocultos, dos almas gemelas en la distancia.
Volodya trata de un adolescente desgraciado, enfrentándose a la vida y a los demás, a un entorno que no le pone las cosas nada fáciles… lo peor de Chéjov es cómo te muestra que la muerte acaba pareciendo la mejor salida ante determinadas situaciones (y con ella, la ilusión final de los recuerdos gratos). En
Terror explora este concepto desde la idea de que las relaciones humanas no tienen sentido, de que las carambolas absurdas de la vida no las entiende nadie… la sensación de horror cotidiano acaba transmitiéndose al narrador, y de él, al lector.
El hombre enfundado es el retrato de un excéntrico profesor que parece encarnar (otra vez) el miedo a la felicidad, un reflejo de nosotros mismos, de cómo nos dejamos engañar y nos acostumbramos a convivir en un mundo de prohibiciones, de mentiras, temerosos de afrontar la realidad.
El germen de ciertas historias de amor frustrado (tipo
Breve encuentro y
Los puentes de Madison en el cine) es fácil de encontrar en
Sobre el amor, en torno a cómo sacrificamos el sentimiento más noble a cambio de otras cosas, sin darle importancia, o dándosela cuando no queda más remedio… de nuevo, la felicidad se nos escapa por culpa de unas circunstancias personales demasiado cómodas. La protagonista de
Dushechka es una mujer que depende siempre de otros para ser feliz y pintar algo, cuya existencia está plagada de infortunios, de muchos palos, tremendo retrato de la soledad, pero también muy esperanzadora conclusión; acaba encontrando una razón para seguir adelante en forma de inesperado hijo adoptivo. En
El obispo, otra vez la fama, la posición social, el prestigio, no sirven de nada, contribuyen cada vez más a separarte de tu gente, del mundo real, de aquel pasado remoto, no del todo perfecto, pero en el que una vez fuiste feliz, mientras que la muerte cobra una dimensión agridulce; la última semana de vida de un religioso es un corto período de tiempo que sirve, sin embargo, para iluminar toda una existencia.