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Todo me separa de un monje católico. No creo en Dios, y es probable que él no crea en el inconsciente. Para él, la verdad es divina, se ha revelado a los hombres e incluso se ha encarnado en un hombre. Para mí, la verdad es humana, permanece oculta y solo nos llega a través de lo que no sabemos. La palabra le viene de fuera; a mí, de dentro. Él ha escogido vivir como si estuviera más allá de la condición humana, en ese celibato, esa pobreza, esa comunidad masculina, esa vida religiosa. En cambio, mi vida y mi trabajo están inmersos en la diferencia de sexos y de generaciones, en la sociedad de mi época y en la investigación científica.» A través de una ficción dialogada —un auténtico diálogo filosófico—, la psicoanalista Marie Balmary recrea su encuentro y amistad con el monje Marc-François, hermano de Jacques Lacan. En este intercambio, Balmary explora las relaciones entre religión y psicoanálisis buscando no tanto lo que cura, sino lo que salva. Una conversación donde un dios que pide sacrificios se confronta a un dios de la palabra que apela al ser humano a expresar un yo profundo. Un coloquio que oscila entre el agnosticismo y la creencia, entre el judaísmo y el cristianismo, entre la experiencia interreligiosa y el mantenimiento de las identidades”.
Una serie de conversaciones tomadas de la vida real, aunque de manera más o menos libre, que adoptan una forma de novela filosófica y dialogada sobre el improbable encuentro de dos individuos de muy diferente procedencia, aunque con muy similares dudas e inquietudes en torno a la religión, cuya raíz surge de una experiencia, sea en carne propia, sea ajena; la de la muerte.
Con este punto de partida, tiene lugar un acercamiento al principio dubitativo, pero más adelante enriquecedor, marcado por la comprensión, el respeto mutuo, alguna que otra reserva, guiado por el deseo sincero de alcanzar la verdad. Tiene lugar entonces un debate que no es exactamente un debate, más bien una serie de revelaciones fugaces que se mueven en un plano abstracto y bastante erudito donde se cuelan Mozart, Montaigne, Rimbaud, y por supuesto, la biblia; una biblia desempolvada, objeto de un intento de relectura con el fin de ir más allá de la religión, o recuperar cierto espíritu originario y perdido. El de una religiosidad sui géneris, semejante, en efecto, a un diálogo, apertura o reconocimiento, derivado de una necesidad en el fondo muy humana.
La diferencia entre “curación” y “salvación”, es decir, la mera praxis para acabar con un mal, solucionar un problema, con jerarquías y papeles definidos de sanador y sanado, frente a una ayuda más de tipo moral, la búsqueda de algo impreciso dentro de cada uno, que la emprende uno mismo, pero con ayuda de fuera, me parece quizá uno de los hallazgos más valiosos del libro.
En realidad todo esto tiene un poco de trampa. Son dos personas, en el fondo, más parecidas y coincidentes entre sí de lo que parece, alejadas de radicalismos, pese a reticencias comprensibles, y abiertas a escucharse. El mundo real, por desgracia, carece de la predisposición, de la educación siquiera, de estos dos. Ella, para empezar, es agnóstica, tiene anhelo de “algo más”, está desengañada de la práctica psicoanalítica, lacaniana para más inri (es decir, lo raro sería que no estuviera hasta el coño...) y adolece de una pérdida de rumbo común a cierta intelectualidad francesa. Él, en cambio, tiene esa serenidad de los hombres de fe que es superior a cualquier fanatismo, un arma infalible; tiene la razón (o más bien, la razón “irracional” de lo religioso) de su lado, aún con sus caminos sinuosos por los que transitar. Haría falta una tercera figura más “cañera” para ponerle en evidencia, pero cuando esta llega, poco aporta… sí lo hace en un sentido; el de los lógicos temores de quedar atrapados en el pastiche new age, propio de este tipo de acercamientos ecuménicos e interreligiosos, o en nuevas formas de identitarismo.
Se habla de uno de los episodios bíblicos más complicados de digerir, como es el del sacrificio de Abraham, proponiéndose alternativas a la figura del “Dios-ogro”, se habla de Freud y su difícil relación con la figura de Moisés, entre muchas otras cosas. Me quedaría, en fin, con un libro que tiene mucho de abierto, de interpretable, más una invitación a pensar, buscar, releer… que de alcanzar una tesis clara.