“Cometa”. Una velada de cincuentones con matrimonios fallidos a sus espaldas será escenario de rencores y acusaciones muy feas a causa del alcohol. La aparición de cierto fenómeno natural en el cielo será el único hecho memorable y cargado de significado. La evocación de los momentos gozosos que viviste, de los errores también, en los que volverías a caer, o que te esfuerzas por justificar, frente a un presente en el que todo está podrido, pero es mejor mirar para otro lado.
“Los ojos de las estrellas”. Dos mujeres, una diva del cine en horas bajas y una madura productora; la guapa insolente y la fea simpática, dos polos muy opuestos aunque simétricos en su relación difícil con los hombres, aunque las conclusiones que pueden extraerse ante el desengaño de la edad (resentimiento, o bien generosidad y aceptación) son muy diferentes.
“Contigo, mi señor”. Destacable la maestría con que se usa la figura de un perro abandonado, la presencia lejana de un poeta maldito y vividor, para expresar la frustración vital y el profundo hastío de una mujer que proyecta en el animal sus insatisfacciones. Bastante incorrecto, en cuanto a que todo parte de una situación de acoso sexual, pero un auténtico ejercicio de contar sin contar, sobre la conexión perdida con el lado más irracional, salvaje si se quiere, y humano.
“Cuánta diversión”. Conversaciones intrascendentes de un grupo de chicas de fiesta, que hablan de sexo, relaciones y experiencias. Una de ellas es la tímida que envidia en secreto a las demás, testigo mudo; le pasa algo que sólo sabremos al final. El encuentro con un completo extraño, y no con quienes supuestamente son tus amigas de confianza, es lo que abre la insólita posibilidad de una catarsis para quien experimenta la conciencia de que ya es demasiado tarde para todo.
“El don”. ¿Qué ocurre cuando una pareja decide no tener absolutamente ningún secreto entre sí? Pues nada bueno. Consecuencias de algún modo injustas y drásticas, un duro renunciar a algo tan necesario como el aire que respiras. Único cuento escrito en primera persona, curiosamente, y de los más claros ejemplos de un dilema moral. De fondo, un personaje extraño y memorable, de nuevo la figura de un artista de vida y obra superpuestas, de mentalidad poco convencional, que cautiva a todo su entorno; además, mínima y conmovedora semblanza de una relación entre dos hombres, en la que se desdibujan los límites del amor y la amistad.
“Platino”. Disección despiadada e irónica de una familia de postín, de sus miserias no expresadas, del engaño en que caen sus miembros, pero también del imperioso anhelo de vivir y sentir pese a lo prohibido y reprobable de ciertos actos. Unos pendientes sirven como detonante para que las cosas salgan a la luz. La inocencia de un pobre tonto enamoradizo contrasta con la hipocresía y ausencia de escrúpulos de quienes le rodean, siendo especialmente cruel la figura de la joven amante, una muestra más de cómo sigue girando la rueda.
“Palm Court”. El amor que pudo ser y no fue, el recuerdo glorioso de las experiencias compartidas en la juventud, de un instante crítico en que todo se fue al carajo porque no nos atrevimos a dar el gran paso, y sólo desde la distancia se entiende. Las personas que fuimos y las que somos ahora, completamente diferentes, aunque con algo inmutable, que aún nos liga al ayer. Relato que, en realidad, como los demás, trata de otra “última noche”, una despedida, un punto y final.
“Bangkok”. Los fuegos que nunca acaban de extinguirse. La mujer como vendaval erótico y vital ante el hombre circunspecto, racional y que evade sus instintos, atormentado ante el reencuentro. Algo que les unió y que ya no existe, pero que fue muy real. ¿Es la vida del ermitaño burgués una “vida fingida”? Una frase: “no sabía que la felicidad consiste en tener lo mismo todo el tiempo”.
“Arlington”. Ambiente castrense, la excusa de un funeral militar. Honor, amistad, deshonor y las tonterías que se cometen por un amor absurdo, no recíproco, y sin embargo lo es todo ante la muerte próxima. El deshonrado es consciente de que existe el honor, los principios, quizá porque él mismo los ha tenido a su manera.
“La última noche”. Crudeza, incomodidad y un giro final próximo al absurdo, en torno a una cuestión tan delicada como lo es la eutanasia. Pobres individuos sometidos a las paradojas del azar, hasta un punto oscuramente cómico. Una vez más, decisiones difíciles que tomar, capaces de subvertir el orden de lo que es correcto y lo que no, sin solución aparente. La cuestión del fin de la vida adquiere notas mitológicas incluso, conduciendo a un final que, pese a su dureza, es casi de humor negro, de pesadilla; ha muerto lo lozano, lo capaz de regenerar algo, y ha vuelto a la vida lo que estaba moribundo y condenado de antemano.