Condenada a figurar en las listas de libros escandalosos e infames, mantiene esta “filosofía” su fuerza para quien quiera entrar en el juego y no la tire al cubo de la basura.
Entre la novela formativa, el teatro con afán didáctico, el diálogo filosófico y la pornografía más refinada, el Marqués subvierte géneros y crea una obra híbrida, bien trabada en su diseño y estructura. De un pensamiento audaz, adelantado ya no a su tiempo sino al nuestro, de una absoluta modernidad. Cuando habla de la emancipación femenina y del derecho de cada mujer a disponer de su propio cuerpo, o se posiciona contra el matrimonio por imposición, uno no puede dejar de reconocerlo. Sin embargo, lo lleva a tales extremos, resulta tan excesivo (la mujer como “bien público” disponible para todos los varones y nacida para el sexo, el dolor como condición previa para el goce...), que acabas dudando de si esto va en serio o no, de cuál es el significado último, lo que pretende el autor con semejante ataque al pensamiento; tal vez un desafío a las convenciones, a lo que se da por sentado, no tanto una invitación a asumir literalmente sus locas teorías como un intento de poner a prueba la moral del lector.
El “tocador”, como escenario aislado donde transcurre la acción, sería la intersección entre lo público (el salón de las tertulias) y lo privado (la intimidad del dormitorio), que hoy coincidiría con la sauna o el jacuzzi. El lugar donde cualquier cosa es posible, los libertinos practican libremente su propia “moral” y no existen reglas que obstaculicen el deseo; fin último de la vida humana, sometido tan solo a los designios de la imaginación.
Concebida como la lección magistral de unos preceptores inmorales que buscan corromper a su inocente alumna (quien, dicho sea de paso, no es que oponga demasiada resistencia) e iniciarla en los misterios del libertinaje, se trata de una sucesión de diálogos en los que se explica esta filosofía de vida, que tiene por meta última la satisfacción del placer individual. Se rebaten sofismas, se afirman postulados y entre medias hay escenas o “cuadros” de alto contenido sexual y obsceno en los que se da rienda suelta a las fantasías más desenfrenadas, alternándose por lo tanto la teoría y la praxis, la palabra y la carne, los elevados conceptos y los bajos instintos; la argumentación minuciosa conduce a la excitación, que, una vez calmada, lleva de nuevo a la introspección.
Se genera una visión completa del mundo que es la propia de un psicópata, pero bajo la forma de un ejercicio de racionalismo, no de locura o de desvarío patológico, y esto es lo auténticamente perturbador, intentando fundamentar una serie de ideas que cualquiera consideraría aberrantes. Justificando la crueldad, el egoísmo más exacerbado, prácticas que van de la sodomía, la prostitución, el adulterio… al incesto y al asesinato, pasando por la tortura, el aborto, la eugenesia… en una concepción puramente materialista de la realidad, que coloca la “ley de la naturaleza” por encima de cualquier otra, desprecia la idea de Dios y de los trascendente como una pura superchería sólo válida para el dominio de los poderosos, contemplando tan sólo los ciclos de la materia, los procesos de creación y de destrucción en el seno de la naturaleza.
El placer es la realización total del ser humano, no lo es la simple perpetuación de una especie que nada quita, nada añade al impasible orden natural, cuyas “desviaciones” no son tales, sino que son ellas mismas permitidas y necesarias para esa naturaleza. Sólo son válidos los valores en la medida en que sean útiles para el disfrute egoísta, y son despreciados, por lo tanto, todos los emanados de la equivocada idea de divinidad: caridad, compasión, pudor, honradez, amor filial, ideas del bien y del mal… en favor de una moral de acciones tan sólo relativamente buenas y malas, una inversión completa de los valores (hasta el punto de llegar a sugerentes especulaciones en torno a la forma del ano y su consonancia con la del miembro viril…).
Se trata, en fin, de una obra a la vez muy política, inseparable del contexto convulso y revolucionario que la vio nacer, de realidades en proceso de desmoronamiento y cambios de mentalidad. El ensayo titulado “Franceses, un esfuerzo más si queréis ser republicanos”, insertado cerca del final (final nauseabundo que, por cierto, constituye el culmen de la aberración, de un simbolismo que supone la ruptura definitiva de un statu quo), describe esa sociedad ideal republicana, comparable en algunos puntos a la antigüedad pagana, y conecta las cuestiones “de cama” con las más generales de un nuevo orden político, que por cierto, se parece más a una distopía que a otra cosa. La destrucción total del humanismo, o bien la afirmación más auténtica de lo humano, esto es Sade; soñador delirante a la vez que gélido matasanos. Y esto es lo que corresponde decidir al lector.