España es un país de grandes paradojas. De contradicciones que invitan a la ironía. Acaba de lanzarse un manifiesto a favor de la 'lengua común', el castellano, aparentemente perseguido o constreñido en las tres nacionalidades hispánicas (término rigurosamente constitucional). Y nace sin el entusiasta apoyo de la Real Academia de la Lengua Española.
En unas interesantes declaraciones, Víctor García de la Concha, presidente de la RAE, ha dicho que la Real Academia siempre ha estado a favor del bilingüismo y que los problemas que puedan suscitarse en su desarrollo son de orden estrictamente político. La RAE –ha subrayado su presidente- tiene una relación "realmente excelente" con la Academia Galega, con el Institut d"Estudis Catalans y la EuskoTzaindia.
Con notable habilidad, De la Concha ha planteado el problema en los siguientes términos: no hay problema entre lenguas, pero puede haber problemas políticos. El problema no surge de abajo, sino que se provoca desde arriba.
¿Pueden interpretarse estas palabras como una desautorización del manifiesto pro-castellano? No. ¿Pueden interpretarse como una calurosa adhesión al mismo? Tampoco. El presidente de la RAE se aparta del foco de la polémica; es bastante evidente que no vería mal una cierta corrección de la política lingüística en Catalunya, el País Vasco y Galicia; y también es evidente que desea mantener intactos los puentes con los lingüistas vascos, catalanes y gallegos. De la Concha es un hábil centrista.
Y el manifiesto es una astuta iniciativa que persigue varios objetivos:
1) Invertir los términos del 'victimismo', que tan grandes réditos ha proporcionado a los nacionalismos periféricos en los últimos treinta años. La lengua perseguida ahora sería el castellano.
2) Propulsar una campaña periodística de largo e intenso recorrido.
3) Presionar al PSOE y al 'nuevo PP'; sobre todo a este último, avisándole de que la bandera del castellano podría ser la gran rampa de lanzamiento de Unión Progreso y Democracia (UPyD), el minúsculo partido de la señora Rosa Díez, que quienes querían controlar el congreso del PP –y han fracasado en el intento- ahora utilizarán de torpedo contra Mariano Rajoy.
4) Preparar el terreno para las elecciones autonómicas en el País Vasco y Galicia, que tendrán lugar en los próximos meses.
5) Excitar alguna respuesta de corte radical en Catalunya, País Vasco y Galicia, que seguramente se producirá, dado el inagotable 'talento' de las fracciones más inflamables del nacionalismo periférico. Verbigracia: Esquerra Republicana de Catalunya.
En 1978-80, el bilingüismo se impuso sin dificultades, porque el aprendizaje del catalán, del vasco y, quizá en menor medida, del gallego, tenía una connotación social positiva en cada una de las tres comunidades. Tenía prestigio, abría puertas y facilitaba el ascenso social. Sobre todo esto último: facilitaba el ascenso social.
En 2008 y en puertas de una crisis económica, las tres lenguas minoritarias están oficialmente protegidas (puede que sobreprotegidas en algunos casos), pero sufren en la calle, en el bar y en el patio de la escuela, el vendaval de la globalización y de la mutación demográfica del país. Las leyes protegen al catalán, al vasco y al gallego, pero la dinámica social de fondo les empuja de nuevo a una lenta marginalidad. A una marginalidad adornada con grandes discursos patrióticos, que, a su vez, invitan al contra-discurso patriótico español.
Junto con el inglés, el castellano es la lengua del mundo que goza de mejor salud y expectativa de futuro. La lengua castellana es un grandísimo activo –también económico- de la España de las próximas décadas. La lengua castellana no corre riesgo alguno de extinción en ningún lugar del mundo, y, por supuesto, en ningún rincón de la Península Ibérica. Es más, incluso avanza en Portugal.
El manifiesto es una astuta jugada política, que convoca a los defensores del catalán, del vasco y del gallego al uso de la inteligencia. Veremos.