EN CONTRA
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Batman v Superman: El amanecer de la justicia
Gotterdammerung es una palabra alemana que significa, muy aproximadamente, “la destrucción de los dioses y de todas las cosas en una batalla final contra poderes malévolos que culmina en el incendio, inmersión y renovación del mundo”. Y a la espera de que Zack Snyder vuelva a subir el listón en el clímax de La Liga de la Justicia,
Batman v Superman ha fijado el tope actual en el cine de superhéroes porque no solo ha recogido con comodidad el testigo de la actual campeona de la destrucción masiva,
Man of Steel, sino que lo ha rellenado de horror e impotencia. Es la película de superhéroes más brutal que he visto nunca — y estoy aquí empleando este adjetivo de la manera más estricta –, una que transcurre en una especie de realidad aumentada dominada por el miedo, el odio y la violencia y una que finalmente se atreve a decir en voz alta lo que su predecesora abordaba de manera tangencial: ser un superhéroe es una auténtica mierda. Ese es el derrotero que va a recorrer el universo DC en los próximos diez años. Nos va a gustar más, nos va a gustar menos, pero es potente, es directo, tiene una relativa cantidad de argumentos para defenderlo (y en esta película todos pasan por sus dos protagonistas titulares, que no es pecata minuta) y, sinceramente, es que es el que hay. Pero, en esta ocasión, y por múltiples razones, podría haberlo contado mucho, mucho mejor.
En
Batman v Superman sucede una gran discordancia: es la película-milagro en la que DC/Warner soluciona todos sus problemas conceptuales relativos a Superman y clava totalmente una noción concreta de Batman lo suficientemente potente como para sostener películas pero, al mismo tiempo, es un caos a nivel de ejecución que nos introduce todas sus ideas a través de una sistema de montaje en el que parece haber una regla no escrita por la que ninguna escena debe pasar de un minuto de duración salvo en casos insalvables, lo que impide al espectador ordenar sus pensamientos para estructurar mentalmente la película, cuyas propuestas acaban parcialmente enmudecidas. En un futuro próximo, con más calma y películas más individualizadas, es probable que este problema desparezca. Pero concretamente en este film, simultáneamente una secuela de un personaje, un reboot de otro, y un anticipo de un nuevo universo, tras cuatro años de producción y un guión remodelado a través de cien versiones, es un asesinato en primer grado. Hasta cierto punto justificable, pero en primer grado.
Batman v Superman recibe una bala por el equipo.
La expresión máxima de esta película se da en su primera y apasionante secuencia de acción. Un ominoso mensaje nos introduce de nuevo a la batalla final de Metrópolis en la primera entrega, ahora desde el punto de vista del multimillonario Bruce Wayne, testigo impotente del enfrentamiento entre Superman y el general Zod, dos titanes que han convertido la ciudad en un teatro de devastación. Wayne sortea obstáculos en dirección a su edificio en el centro de la ciudad en un intento loco para salvar a sus ocupantes. Es inútil. El edificio y la gente en su interior colapsa y nuestro protagonista, rodeado de muertos y heridos, no puede hacer más que mirar al cielo mientras la batalla prosigue ajena a él. Bruce Wayne y su alter ego, el violentísimo vigilante Batman, tienen a partir ese momento una idea clara: esa criatura con capa roja de ahí arriba debe morir. Dieciocho meses después de la tragedia, el Superman confuso que conocimos en el anterior film ha dejado de ser el niño desorientado de la primera entrega para convertirse en un individuo hastiado, cada vez más harto de una humanidad que ha decidido echarse con vagancia en sus brazos como nuevo salvador, o escupirle a la cara como un símbolo de destrucción. Superman ya sabe lo que es. El problema reside en que no quiere serlo, el problema es que nos odia, el problema es que parece percibir a Batman como un reflejo oscuro de su persona, y es algo que un tercer actor, el juvenil magnate Lex Luthor, va a aprovechar en su beneficio y cargarse así dos pájaros de un tiro.
El hecho de que
Batman v Superman abra a Superman al mundo repercute en un beneficio instantáneo porque contribuye a definir al personaje tanto a través de sus propios recelos como de la percepción que otras personas tienen de él. Para el Gobierno es una sospecha, para los medios un vendeperiódicos, para Batman es el Apocalipsis hecho persona, para el resto de la humanidad es una figura conflictiva. Podríamos hablar de la opinión que tienen de él tanto su pareja sentimental, Lois Lane (Amy Adams, una presencia constantemente agradecida por la película), como el propio Luthor, pero voy a parar en este punto porque ambos están en esta película por motivos inanes. La primera para meter TRAMA A PIÑÓN y el segundo por dos intereses que se antojan superficiales, dadas las apuestas morales con las que estamos lidiando aquí: la necesidad de tener un antagonista definido al que todo el mundo pueda odiar y actuar así como salvaguarda no sea que la película se vaya a volver demasiado compleja, y como contrapunto humorístico. En ambos, y particularmente este último, fracasa miserablemente. Es un Luthor simplón, movido por vana envidia, que Jesse Eisenberg intenta rellenar con una interpretación física, repleta de tics, gallos vocales y ataques de nervios que anulan cualquier capacidad de amenaza y le transforman directamente en un individuo cripi, estrambótico y alienante que parece pertenecer a otra película distinta y nunca termina de conectar sus miedos con nosotros.
Y si Luthor es un ejemplo de la catástrofe a la que se expone la película cuando se aleja de sus parámetros básicos, Lois Lane abandera la caótica narración de un film cuya escena tipo dura aproximadamente una página de guión, nos introduce de golpe in medias res de una conversación y sin el más mínimo intento de presentación geográfica previa o algún tipo de raccord que conecte con la anterior. Es un modelo de montaje similar al que hemos visto en las películas previas de DC pero Christopher Nolan y Lee Smith tenían el criterio suficiente como para centrarlos en un personaje y una trama concretos para proporcionar un punto de agarre al espectador.
Batman v Supermansalta entre varias distintas, con lo que primero tenemos que hacer un esfuerzo de localización, segundo, integrarlo en la trama correspondiente, y tercero, espera que ahora nos hemos ido a otro lado y están hablando de otra cosa. El cine es una cosa maravillosa y, en manos hábiles, incluso las películas más crípticas nos incentivan a rellenar vacíos para completar la escena, adaptarla a nuestra comprensión de la realidad y otorgarle el peso emocional y narrativo que merece.
Batman v Superman nos fuerza a ello. Es, incluso en sus elementos cinematográficos más esenciales, un acto de violencia en aumento, cada vez menos anclado a nuestras leyes, que culmina en una explosión final hiperexpresionista de fuego, colores y dolor entre semidioses y un gigamoñeco CGI en lo que es por el momento la apoteosis definitiva del exceso del blockbuster contemporáneo, donde ni siquiera las formas físicas parecen tener cabida. Es brutal desde cualquier aspecto que se mire.
La película cede en este ritmo infernal en el momento en que aparece Batman, ancla del film, compañero del espectador y alrededor del cual todo son beneficios. En torno a él, y por interés en conceder cada minuto que sea posible a su personaje, las escenas se alargan, el director de fotografía Larry Fong puede al fin jugar con las sombras, el compositor Junkie XL crea un inquietante paisaje sonoro y Snyder y su guionista, Chris Terrio, profundizan desde otro ángulo en el ejercicio del poder. “Somos criminales”, reconoce Batman, una frase que le da manga ancha para participar en las batallas más físicas del film, tanto más sorprendentes por el contraste entre el diseño masivo del personaje (es un bloque de hormigón) y la velocidad que imprime a sus actos. Es un papel pintiparado para Affleck, cuyo pasado personal en los suburbios del sur de Boston humaniza constantemente a su Bruce Wayne — por no mencionar que Terrio le concede unas frases muy cálidas, como su primer encuentro con un guardia de seguridad, interpretado por Scoot McNairy –.
Y es importante recordar su figura como punto de vista de la película porque de lo contrario Cavill se vería exageradamente desmerecido. Aquí, Superman es primero y fundamentalmente un símbolo, cuya transición hasta recuperar la fe en la Humanidad necesita de más escenas que las que tiene. El actor británico se enfrenta a un personaje examinado desde diversos puntos de vista, algo diluido entre mil opiniones, pero que merced al carácter del actor nunca pierde su idea central: qué duro es ser un dios. El mayor mérito que le atribuyo a Cavill es la autoridad con la que aguanta el chaparrón y consigue conservar su identidad recién ganada. Es una dinámica extraña la que tienen ambos, mal desarrollada en su mayor parte por lo anteriormente comentado, y se siente apresurada, pero es una dinámica al fin y al cabo cimentada en un elemento profundamente humano — atención a este momento porque es una de las pocas escenas en las que Snyder se permite dejar la cámara para presentarnos una transición emocional y dejarnos que la idea nos llegue — : ambos son hijos de alguien. Y lo van a recordar. Si la película se hubiera centrado exclusivamente en ellos, sin terceros, muy posiblemente nos habríamos encontrado una experiencia más lineal, más cómoda, más potente.
Batman v Superman, por contra, nos remite a una vieja máxima: puedes tener una gran mitología o una gran trama. Rara vez puedes tener ambas. Y, sin embargo, Warner ha construido la primera y más difícil: este es “su” Superman. Este es “su” Batman (y es un muy buen Batman, a la espera de ver cómo vuela solo).
Quiero dejar para el final una idea muy personal: este no es el universo DC que quiero ver. Pero da absolutamente igual. Sigo pensando que juega con ideas potencialmente nocivas de destrucción y desesperación de cara al factor “entretenimiento” que necesitan de un plan aún más definido donde se han conseguido avances notorios, pero que perentoriamente les va a obligar a seguir subiendo el listón porque, a juzgar por los avisos que nos da la película, esto es la punta del iceberg. Sin embargo, nada tiene que ver lo que opine porque es una idea de juego claramente delimitada y toda la película opera en función de ella, pros y contras incluidos. DC/Warner tiene un plan. A medio cocer, lanzado tras enormes esfuerzos de producción que, creo, han repercutido negativamente en el desarrollo del film, con una forma de narración que considero claramente dependiente de su futuro director’s cut o de futuros revisionados, pero un plan. Azabache y terrorífico. Pero un plan. Moralmente agresivo, que obliga a endurecer la piel. Pero un plan. Particularmente destinado a un sector minoritario (los conocedores/as de la versión originalmente en papel, quienes van a tener un día de fiesta solo con las referencias a Miller), alienante para otros. Pero un plan. Lo estoy repitiendo como un mantra o como un imbécil. Pero es lo único que he sacado en claro del film en su versión de 153 minutos. De cara a un futuro, reconforta la existencia de un propósito, por más-oscuro-que-oscuro que sea. Pero que esto es lo único que puedo extraer limpiamente del caos narrativo que
Batman v Superman supone, para esta película en sí misma, bastante insuficiente.