Por la maldita tendencia del blockbuster de abarcar demasiadas cosas y mostrarlas al mogollón, pretendiendo llegar al mayor segmento de público posible. Es dar de todo para todos. Pero sin mesura ni rigor: todo vale. Y como hay tanto por meter, el metraje se hincha aunque en el guión lo compriman como si no hubiera mañana. Sin ver la versión extendida, a mí no me desagradaron momentos puntuales de recreación de los cómics que alcanzan cierta epicidad y grandilocuencia gracias, precisamente, a la condición de Snyder de fanboy con pretensiones. O sea, algo te llevas a los ojos: algún plano, alguna secuencua. Lo peor es el batiburrillo de idas y venidas, las concesiones, los peajes, el totum revolutum, los fuegos artificiales, el monstruito de los cojones y la ridícula excentricidad de Luthor.
Para mí, aún no se ha hecho la película definitiva de Batman. Ni Burton ni Nolan ni nadie han logrado algo verdaderamente redondo: todas cojean por algún lado.