Va por vosotros...
Lo mejor que he podido hacerle a Memento, creyéndome estar en posesión de una verdad absoluta (crasísimo error), es dejarla en el olvido durante estos 15 años. Porque lo único que mantenía en mi memoria, como el propio Leonard, era la sensación de que aquella película quiso timarme. Me sentí estafado, engañado, defraudado, aquello (creía) era un simple ejercicio de estilo con fecha de caducidad y por querer aferrarme no a prejuicios (pues ya la había visto) pero sí a sentimientos supuestamente ofendidos no quise darle la oportunidad que bien se merecía.
15 años después...
Debí haberme tatuado, como el protagonista de la película, hace mucho tiempo atrás que Memento merecía un revisionado en condiciones. Y empujado por un tirón de orejas por un lado y una recomendación bien enfocada por otro me he vuelto a zambullir en la película que puso a Nolan en el candelero popular y acabó convirtiéndose en alguien a seguir con un filme de culto merecido (aquí y ahora lo comprendo el porqué). Empezamos con una polaroid velada, hacia atrás, un plano de un asesinato. La película empieza por el final. Alguien nuevo podría decir que vaya spoiler nos calza el director nada más empezar. Para nada. Eso tan sólo es un detonante. Porque el hermanísimo de Nolan, el que siempre trabaja en la sombra, organiza una gincana espectacular no ya por sus escenas de impacto sino por su labor a la hora de hacer que todo cuadre pudiendo parecer desenfocada o perdida. Craso error por mi parte desde ya.
Memento, navegando entre dos montajes paralelos (el que va hacia atrás como si el botón de rebobinado se hubiese quedado atascado de continuo y el que narra la historia secundaria pero que sirve perfectamente para entender, de base, las razones y el comportamiento de Leonard con su extraña enfermedad - no poder mantener en la memoria recuerdos actuales - para acabar dejándonos con la duda razonable de si es posible que todo sea fruto de un engaño perenne o de lo contrario estamos ante un caso real de escapismo cinematográfico). Está claro que Nolan sabe lo que se hace. Sus constantes son palpables en todas sus películas pero aquí sorprende que jueguen tan bien al servicio de la historia y no como filigrana visual.
Lo interesante de todo este tour de force del nuevo siglo es que fuí un necio por acusarla sin razón de que todo era un simple truco al servicio de una técnica caduca y falta de ideas. Al contrario. El montarla de esta manera convierte un guión ya de por sí ingenioso en todo un ejercicio de estilo embriagador. Tan sólo hay que ver como aún conociendo quien es el culpable de todo el entramado y saber que estamos ante un aprovechado de la situación para marear la perdiz (en este caso un Pearce espléndido, cargado de tatuajes que son en sí mismo una declaración de intenciones, pedazos de memoria que sólo sirven para marcar un rumbo y un objetivo con un final concreto) produciéndonos en todo momento duda y recelo razonable, ya no sólo por una frase constante en una foto sino por su verborrea sin freno, claro ejemplo de que los mentirosos hablan mucho sin decir nada. Pero no sólo los hermanos Nolan fusionan el cine noir con el thriller de forma brillante sino que juegan al despiste en todo momento confabulando con el espectador de que nada ni nadie es lo que parece. Tan sólo hay que ver al personaje de Carrie Ann Moss (preciosidad de mujer) quien no duda, al igual que Pantoliano, en aprovecharse de Leonard para conseguir sus propios intereses y objetivos (el detalle de llevarse todos los bolis de la casa es uno de mis planos favoritos de por vida).
Un auténtico disfrute que aunque es cierto exige del espectador una atención constante y saber atar los hilos entre las escenas que suceden para no perderse (porque hay momentos que pueden llegar a conseguirlo si uno se despista) se entiende muy bien. Memento, un viaje casi existencial que empieza donde acaba y viceversa. Una película donde la justicia poética tiene forma y fondo en unos tatuajes que casi forman un todo. Agradezco haberle dado una oportunidad nueva, darle una patada en el trasero (como les encanta decir a los yankis) a mis infundados prejuicios casi enquistados para disfrutar de este intrigante, ferreo y audaz filme con aroma a clásico desde el instante que la bala atraviesa la cabeza de Pantoliano.