Sicarivs: La noche y el silencio, de Javier Muñoz
Un “neo-noir” en torno a la figura del asesino a sueldo, aquí un personaje anónimo metido en un buen lío cuando una noche decide no ejecutar uno de sus trabajos. Un buen, o incluso muy buen ejercicio de estilo, recorrido por los habituales ambientes turbios y de corrupción, viéndoselas el killer con gentuza de toda índole, repasando una vez más los tópicos del género. Más que destacable Victor Clavijo, con una interpretación de presencia física pero también de trabajo vocal, con la que acierta a darle el punto adecuado a un individuo ambivalente, moviéndose entre la complicidad, el morbo que despierta en un espectador que quiere saber más de su profesión… y la siniestra frialdad y carencia de reparos de quien se dedica a matar gente (y de qué manera). Son exploradas sus rutinas y habilidades, los códigos del oficio, su moralidad (o más bien amoralidad), la mitología que rodea a este arquetipo. Intercalados en sus andanzas, unos flashbacks en blanco y negro dedicados a su “instrucción”, cual contraste entre teoría y práxis del arte del asesinato por dinero (la resolución de esta trama, de índole teatral -comparable a un show que nos están haciendo- resulta un tanto previsible). Tensión bien calculada, sobriedad con accesos de ocasional lucimiento (una secuencia de tortura, una timba de poker…) y un interés que no decae, incluso cuando la cosa puede pecar de cierto estiramiento.
Hasta aquí todo lo bueno, que no es poco. La peor parte, creo yo, se la lleva una voz en off machacona (otro recurso clásico de la temática, eso sí), que prácticamente nos telegrafía todas las reflexiones que hace la película, en un exceso de literatura que por momentos incluso cae en el engolamiento, con un guionista al mando que parece encantado de haberse conocido. Y ya no sólo es el off, sino que más de un diálogo recurre a la verbalización más torpona. El director, lejos de conformarse con haber tirado un muy digno ejemplar de cine negro moderno, intenta marcarse una deconstrucción definitiva sobre el sicario: aquí no un ser disfuncional, sino un sujeto común y corriente, que podría ser cualquiera (lo que más miedo da de todo), una presencia inadvertida, o la mera consecuencia de un mundo podrido que le requiere y le tolera bajo cuerda. Como funcionario de horror, acepta una realidad dada sin engañarse, a diferencia de quienes le conocen y contratan (gente a veces respetable, pero peor que él si cabe). La denuncia política y social, propia de mediados de la época (más lugares comunes del género otra vez) convive, de forma un tanto contradictoria, con el intento de no juzgar a nuestro hombre; de aceptar la humanidad del monstruo, al tiempo que aceptamos la monstruosidad de la gente normal, la nuestra propia… o eso, o bien estamos ante un cínico de campeonato.