Respuesta: Clint Eastwood. El post.
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No hay nada como un buen trozo de nogal"
La faceta de Eastwood como director empezó a tener su pleno apogeo una vez amasó fama (merecida) con "Sin perdón". Antes de llegar a este punto ya venía rodando películas desde hacía 21 años y westerns ya había rodado 3 hasta llegar a su obra magna (Infierno de cobardes - El fuera de la ley - El jinete pálido). Y sin ir más lejos Eastwood siempre ha sido un personaje en sí mismo cuando se enfunda el traje de ese hombre sin pasado que aparece para ajusticiar a los malos y salvar a los buenos bajo una aura de misterio, desconcierto e iconismo a partes iguales. Analizando fríamente las bases del oscarizado título en 1992 ya se encontraban en "El jinete pálido", una especie de precuela de lo que llegaría a ser la magnitud de su William Munny, pues sin ir más lejos desconocemos el pasado y el futuro de este predicador.
Es imposible no sentirse abrumado ante la calidad de esta obra de culto, jugando perfectamente con el lenguaje cinematográfico de un género como el western, trasladar la esencia pura de Leone para darle el empaque necesario (tampoco veo imposible que el Eastwood de la trilogía del dólar acabase convertido en este predicador a modo de continuación de una historia en sí misma) pero sin descuidar el clasicismo de los westerns de la época dorada redondeándolo a su vez con una sequedad que le da la forma y fondo necesarios para granjearse los loores de la crítica y el aplauso del público. Un filme de corte religioso cuyos primeros minutos, con un montaje redondo entre calma y tensión a partes iguales, darán lugar a una oración para traer a la vida a un protector del indefenso con alzacuellos que acabará enterrándolo en una caja fuerte para transformarse en un justiciero/ángel vengador por una cuenta que debe saldar.
"El jinete pálido" cuenta con la calidad de los trabajos bien hechos. Una muestra más de que Eastwood iba madurando como director y seguía con las dotes intactas para conseguir personajes icónicos y rebosantes de carisma dentro de sus parcos diálogos y secas frases, de mirada fiera y rosto impasible ante cualquier adversidad. Sin ir más lejos su primera aparición, casi como si fuese una sombra, ya denota confianza absoluta en sí mismo. Lo importante es que Eastwood no necesita recurrir a un ritmo frenético para constituir un western con la tensión en su justa medida y aún así la película no decae en ningún momento. Casi 2 horas de metraje donde juega con un montaje conciso, casi de reloj suizo donde los primeros instantes, la tranquilidad de un pueblo minero en paralelo a un ataque que se acerca feroz por parte de los atacantes juegan como punto de partida para que ese anónimo aparezca y acabe formando parte de las vidas de los lugareños, acariciando el amor a dos bandas pero manteniéndose en todo momento esquivo y distante (el despertar sexual de la niña frente a la duda razonable de la madre).
La labor de Joel Cox, habitual en la filmografía de Eastwood, como montador denota una perfección absoluta logrando que los momentos calmados, donde el diálogo es más importante que el movimiento sean los que redondeen la propuesta pero sin dejar pasar el duelo final donde el prodigio de la narrativa y el empleo de planos concisos y sin reparar en darle el tono épico necesario para conseguir el propósito deseado. La sensación de peligro, el logro de convertir al protagonista en un ser sin pasado ni futuro es todo un logro al igual que la fotografía de Bruce Surtees consigue darle esa sensación de contemplar un tiempo pasado, una sensación de realidad cercana al convivir el hombre en contacto con la naturaleza (ese río donde intentan encontrar oro) al igual que el frío constante consigue darle ese tono ausente, seco, carente de sensiblería innecesaria (sin ir más lejos Eastwood desaparece de la pantalla sin despedirse de nadie más allá de un gesto esquivo a su sombrero).
Pero más allá de montaje, fotografía y dirección la película contempla una colección de planos y momentos que forman parte de la historia del séptimo de arte y el género en particular. La primera aparición del personaje montado en su caballo pálido, la pasarela de villanos vestidos todos iguales y con cierta referencia a las películas de Leone, el sacrificio despiadado de Spider, el duelo final donde consigue eliminarlos a todos con una constancia fuera de lo común acabando en ese duelo cara a cara donde ese reconocimiento por parte de Stockburn (y esa pistola atascada en el cinto) denotan un ajusticiamiento digno de un justiciero sin nada que perder, cobrándose la deuda marcada por las seis balas que pueblan su espalda. Pero Eastwood tiene tiempo para la belleza poética del momento como ese encuentro a la luz de la luna entre El predicador y la niña. "Sin perdón" sería la cúspide, el fin de un viaje, la meta, el logro soñado pero está claro que la base y el pistoletazo ya venía de antes. Pero está claro que Eastwood, merece por méritos propios y con títulos como este jinete pálido, el apelativo de maestro clásico del cine contemporaneo.