“CARNE ES ASESINATO”
Ése es el eslógan que nos encantaba gritar a los cuatro vientos a los veganos. Tiene garra, es secillo, apela a los sentimientos del que escucha. Pero tiene truco, que suele ser el de todos los eslóganes: simplifica demasiado. Simplifica tanto un problema nada simple (¿algún verdadero problema lo es?) que termina por ser falso. Pero funciona. Funciona porque germina en el suelo abonado que forman las mentes de gente bien intencionada, pero profundamente ignorante. Gente que vive dentro de casas de cemento, y asfalto es lo único que pisan cuando salen al exterior, gente que ha crecido viendo películas de dibujos animados protagonizadas por animales convenientemente humanizados, gente que sólo ha visto animales de verdad en el zoológico y en los documentales. Gente que, sirviéndose porciones de esos mismos animales en sus platos cada día, rara vez es consciente de dónde viene esa carne que saborea. Hijos de la cultura urbana.
Yo fui vegano durante ocho años. Con apenas 20 años, enfrentado a imágenes de granjas industriales y mataderos e imbuído de puros y nobles principios, decidí tomar la decisión que parecía más lógica: dejar de participar en aquella matanza. No consumir más carne. Ni carne, ni huevos, ni leche, ni vestirme con cuero. La salvación era fácil, y ese estilo de vida garantizaba una pureza y superioridad moral respecto al resto de mortales muy atractiva para un veinteañero. La familia se opuso, pero la pareja y los amigos conforman una red social suficientemente tupida y compacta en la que permanecer a salvo. Como desde el momento en el que uno toma tan trascendental decisión sólo lee los libros que refuerzan su opinión y frecuenta a la gente que piensa como él, la propaganda vegetariana/vegana va cristalizando en el cerebro hasta conformar sólida roca de hormigón. Se convierte en religión. Uno se radicaliza y acaba mirando a los pies de otros veganos para descubrir si es un vegano auténtico o por el contrario, en un imperdonable gesto de flaqueza moral, lleva zapatos de cuero. El resto de la humanidad no vegana son enemigos a batir. El proselitismo se convierte en motor de existencia. Su propaganda es muy variada y diversa. Las razones que esgrimen los veganos son morales, políticas y dietéticas, y todas impregnadas de una justicia y rectitud sin tacha. El problema es que, cuando uno alcanza a conocer los datos de verdad, cuando uno de verdad aprehende el significado de la vida sobre este planeta, cuando deja atrás ese infantilismo urbanita en el que nos educan a todos, es entonces, cuando toda esa justicia y rectitud sin tacha de los argumentos del vegetarianismo/veganismo se desmoronan como un castillo de arena.
Desmontar punto por punto todas esas falacias llevaría demasiado espacio y tiempo, y el lector interesado puede acudir a fuentes tan llenas de conocimiento fundado como
“The vegetarian myth” de Lierre Keith,
“The meat fix” de John Nicholson o
“Protein power” de los Doctores. Eades, por poner unos ejemplos. Baste decir aquí que el ser humano es lo que es gracias a cientos de miles de años de evolución consumiendo productos animales, sobre todo su carne y su grasa, fuente vital de aminoácidos esenciales y energía para mantener un cerebro que es una máquina de consumir calorías; que el descubrimiento del fuego aumentó ese consumo de carne de forma exponencial, que nuestra biología dicta que estamos hechos para alimentarnos básicamente de carne y grasa animal (nuestros intestinos y forma de digerir no mienten), complementándola con vegetales y fruta, que cuando abandonamos nuestro modo de vida natural de cazadores recolectores, el que dio origen a nuestra biología (que sigue siendo la misma) y optamos por la agricultura, comenzaron los problemas que aún a día de hoy no sabemos cómo solucionar: superpoblación, hacinamiento en ciudades, propiedad privada, señores y vasallos, ricos y pobres, esclavitud, dominación del débil, gestión de excedentes, hambrunas, guerras..., y que la alimentación basada en cereales que trajo la agricultura es el origen de prácticamente todas las enfermedades degenerativas que asolan la humanidad, como la obesidad, la diabetes, la artritis y, probablemente, muchos tipos de cáncer. Es irónico que sea precisamente la agricultura el estandarte que enarbola el vegetarianismo en favor del planeta y de los derechos de los animales, cuando en realidad es una máquina de asolar praderas y bosques (con todos los ecosistemas y animales que contienen) para convertirlos en tierras de cultivo.
Luego están los sentimientos. A quien no se le encoja el corazón al ser testigo de los horrores que ha traído la industria cárnica es que no es digno de llamarse humano. La industrialización de la producción de carne y los mataderos son sólo una consecuencia más de la esquizofrenia en la que vivimos como especie, pero deducir automáticamente de esos horrores que el mero hecho de que un animal se alimente de la carne de otro está mal es, como poco, aventurado. “Pero el humano distingue entre el bien y el mal” argumentan los vegetarianos/veganos. Podríamos discutir hasta el infinito si los conceptos bueno/malo tienen algún significado absoluto en el cosmos, o si por el contrario son meras convenciones que nos ayudan a vivir en sociedad (me inclino a pensar esto último), pero incluso desde el convencionalismo más absoluto, no puedo ver mal ni crueldad en una escena de caza de cualquiera de las sociedades de cazadores/recolectores que aún quedan en el mundo. Porque esa es nuestra esencia como animal humano. Porque es así como vivimos en el entorno y a su merced. Porque la VIDA con mayúsculas demanda vida. Porque vivimos dentro de esa inexorable rueda eterna de vida y muerte, y nuestro pecado original fue pensar que la civilización nos libraría de ella. Pero no hay vida fuera de esa rueda. La solución a este mal endémico en el que nos encontramos sumidos yo no la tengo. Es probable que la única salida sea el decrecimiento, no lo sé, pero lo que es seguro es que la solución no está en ir en contra de nuestra biología.
Por lo demás, sólo puedo constatar el desastre que una alimentación exclusivamente vegetal supuso para mi cuerpo. Dentro de mis ocho años de veganismo hubo incluso una fase en la que decidí comer todo crudo, lo que lógicamente excluyó cereales y legumbres, y las ensaladas de verduras y frutas fueron mi único sustento. En apenas unas semanas la extrema delgadez y una incipiente anemia fueron el resultado. Alertado por el médico reintroduje los granos, y fue sencillo ganar peso. Los números en la báscula crecían y todos estábamos contentos. Ojalá alguien me hubiera explicado entonces el concepto “composición corporal”. Acabé siendo una persona con un peso normal, pero formado casi exclusivamente por piel y grasa. Mi masa muscular era inexistente, justo en el periodo de la vida de una persona en la que esa masa muscular es más relevante, incluso sin entrenarla. Aquello dio lugar a problemas posturales de todo tipo, que uno acepta porque “es lo normal”. ¿También es normal que siendo joven, el dentista te diga que tienes los dientes gastados como los de una persona mayor?, la desmineralización hizo su efecto. Y los pro estrógenos de la soja también, produciendo una acumulación de grasa en el pecho que hubiera hecho recomendable vestir sostén. Todo eso “era normal” igualmente; mi constitución, cosa de los genes, me decía a mí mismo. Luego estaba el cansancio constante. Una extenuación se apoderaba de mí cada tarde, haciendo imposible cualquier actividad que no fuera tumbarme en el sofá al acabar la jornada laboral. Eso también le pasa a todo el mundo ¿no?, ¿Y el estado de eterna melancolía?, cosa de mi personalidad sin duda.
Pues no, absolutamente nada de eso es normal, y todo es reversible (en la medida que el daño no sea muy profundo) en cuanto uno vuelve a la dieta que le demanda su biología, la que mantiene el correcto balance hormonal (¡somos hormonas!) y de la que se obtienen los neurotransmisores que nos hacen funcionar como una máquina bien engrasada (ay, la grasa. Otra gran ausente en la cocina de un vegano). Las proporciones de macronutrientes en la dieta vegana están peligrosamente desajustadas. Demasiados carbohidratos, limitadas proteínas (y no disponibilidad de aminoácidos esenciales), y descompensadas y escasas grasas, con un clarísimo exceso de omega 6 y una ausencia de omega 3 (el que se obtiene de las semillas de lino no es satisfactoriamente asimilado por el cuerpo), por no hablar de la ausencia de colesterol (sí, en contra de lo que nos han contado el colesterol es necesario). La ausencia de vitamina B12 y D3 es otro problema. Ante todo esto, el vegano voluntarioso puede cambiar el delantal de cocinero por la bata de químico y pasar el resto de su vida planeando estratégicamente la mezcla de alimentos que le brinde los nutrientes esenciales, y gastando dinero en suplementos de eficacia dudosa que le otorguen lo que su dieta no hace. O puede sencillamente volver la mirada a una dieta realmente nutritiva, porque si bien se puede
sobrevivir siendo vegano,
vivir la vida plenamente y lleno de salud es otra cosa. Ninguna dieta a la que haya que añadir suplementos sintetizados en un laboratorio es una dieta que traerá salud, más bien al contrario.
Consumir carne, ¿dieta cruel?, ¿injusta?, ¿depredadora? Es reseñable con qué candidez un vegano afirma que rechazando consumir animales deja de ser un depredador, cuando sigue disfrutando de todas las comodidades que le brinda vivir en el primer mundo, negadas por definición a tantos millones de personas para que las disfrutemos tan pocos. La verdad es que para que nuestras comodidades sean posibles, otros
tienen que no disfrutarlas: los recursos son finitos. Sin embargo cada uno tiene que elegir su camino en la vida, y la moral es una parte de nuestra humanidad que pesa mucho. Concluyo reiterando que yo no tengo la solución a tan elemental y vasto dilema, me limito a elegir el modo de vida que mejor casa con mi biología y mi moral, con las contradicciones inherentes a esta sociedad de la que soy hijo. El que sea vegano no se va a dejar convencer por este artículo, aunque me considero afortunado si le mueve a reflexionar y buscar información más allá de sus círculos. En estas líneas he intentado solamente señalar cuán equivocada es la mirada vegetariana/vegana sobre un problema que hunde sus raíces en el momento en que la humanidad salió de la caverna, y que extiende sus ramas a casi todos los ámbitos de la existencia. Más allá de la moral, más allá de la política, más allá del plato: quiénes somos y quiénes queremos ser como especie.
Juan Merchán Company
Enlaces de interés:
Sobre nutrición:
www.westonaprice.org
Para aquellos que comienzan a cuestionar su vegetarianismo:
www.beyondveg.com
www.elmitovegetariano.com