“El quiero y no puedo”, estamos en ello. La historia de unos perdedores solitarios que se las dan de ricos y que refugiados en la web oscura dan rienda suelta a sus instintos más básicos. Un director snuff con nombre de flor, un anciano eremita que esconde un osario de sus víctimas púberes y que tiene en su cabeza la obsesión infantil de alcanzar un número capicúa de elegidas, un pobre desgraciado mesonero perseguido por el infortunio en su afán de quitarse la vida que va aumentando su mermada discapacidad física con cada intento, un huraño sanitario conspirador que constantemente trata de atraer a incautos indocumentados a sus teorías descabelladas, para que se inmolen en nombre de la libertad, un pervertido que mercadea con vídeos robados de foreros onanistas a los que atrae con reviews hinchadas de blockbusters de consumo rápido, un par de aspirantes fraudulentos a cocineros, repudiados en redes por su evidente indigencia profesional, y que entre ellos se odian aún más, hasta el punto de intentar asesinarse en múltiples y variadas ocasiones, y un convencido independentista en un territorio ocupado, al fin, por el ejército español que ha conseguido, de una vez, que sus acusaciones de ser un territorio ocupado sean ciertas. Cómo todos estos y otros majestuosos personajes confluyen en esta comedia salvaje que marca un antes y un después en el cine español, próximamente en sus pantallas.