Venga, mi postura. Ya adelanto que va en la línea de
@Seoman o
@Hallowed. Los ofendiditos, se pueden ahorrar la lectura. Ya sabéis que no me corto.
Partiendo de la base de que, obviamente, en todo tipo de relación sexual tiene que haber consentimiento, para mi esa relación empieza ya en los preliminares. Y con preliminares me refiero incluso al coqueteo previo. Todo el juego de señales por el cual nos movemos.
Si una chica te sonríe, te acaricia la cara, se insinúa y arrima, son señales que tu interpretas como una invitación a ir más allá. Y esto es así desde que el mundo es mundo. No existe otra forma de consentimiento lógica. Nadie (nadie normal) se te va a plantar delante y te va a decir "¿follas?". Es un juego de marcas, de aprobaciones tácitas, de sentimientos.
A partir de aquí, estas señales pueden diferir. Pueden ser sutiles, descaradas o incluso violentas a veces. Y no hay el menor problema en ninguna de ellas sin son eso: señales consentidas. Y el consentimiento viene de la aceptación. Quiero decir, si veo que una chica está MUY receptiva, y le agarro la mano y me la llevo al paquete, pueden pasar dos cosas: que estuviese equivocado, me lleve una ostia de campeonato, y me tenga que ir a casa a darme una ducha fría, o que la susodicha se deje hacer sin salir corriendo. Y esa es una SEÑAL de que algo quiere. Si además la invito a ir "a lo oscuro" y se viene conmigo, la única interpretación posible es que ha dado su consentimiento tácito a algo más. Que ya lo comprobaré en lo oscuro, pero las perspectivas son las que son.
El problema llega aquí. Estamos en un sitio cerrao, los dos solos, habiendo ella prestándose a dicho juego... y arrancamos motores. Hay relación sexual. Según Alves, consentida. Según la susodicha, violación. ¿Qué pruebas hay de que sucediese una u otra cosa? La palabra de ella. ¿Y la palabra de él? Vale lo mismo que un kilo de aire. Cero. Nada. Niente.
Y este es el problema. El haber llegado al punto en que veamos NORMAL que la sola palabra de una persona te pueda joder la vida de forma irreversible. Una persona que no entró al reservado contigo obligada, sino encantada de la vida y después de haberte palpado el paquete.
Que si, que ella pudo decir que solo quería palpar, o que por el culo no, o cualquier otra cosa, y Alves ponerse en modo cromañón, pero insisto... ¿qué pruebas tendremos de esto? La palabra de ella. Nada más. Y lo que es peor, la palabra de la otra parte es irrelevante. Aunque se supone que somos iguales ante la ley. ¿Cómo hemos llegado a este delirante punto?
Anécdota (o no, yo creo que no puede ser anécdota lo que ha tenido visos de convertirse en ruina para una persona). Ya conté que hace poco, estuve a punto de irme detenido por intento de violación porque una señorita borracha no me vio y se puso a hacer pis delante mía sin percatarse de mi presencia, hasta que se percató. Pero hace muchos años, en mi época de estudiante, tuve otra.
Fiesta de la primavera en mi colegio mayor, primer año de estudiante. Como es lógico, salido como un mono en celo, en un sarao en el que estábamos los colegiales, y aproximadamente trescientas señoritas hasta el culo de alcohol (por situarnos, la entrada para chicos costaba como unos doscientos maravedíes, o euros de hoy en día, las chicas entraban gratis, y había barra libre. Tontos no éramos, no.
En esto, una efeba de buen ver se me arrima, me pregunta mi nombre, me dice que le parezco guapo, y que si la tengo muy grande. Yo, en estado de shock, balbuceo cuatro palabrejas guturalmente incomprensibles, y la muchacha decide que no le apetece conversar y me mete morro. Yo me agarro como lapa caribeña a semejante milagro de la naturaleza, y nos enrollamos apasionadamente, que es de lo poco que yo sabía hacer en esa época.
Pasado un rato, parece aburrida (o cansada de estar de pie con un tipo dejado caer encima suya como un saco de yeso), me agarra de la mano, y me saca al jardín del colegio mayor. Vamos, que me llevó al huerto.
Al poco, estando yo más entusiasmado que un recluso en pleno vis a vis, me dan una colleja impresionante. Me vuelvo, y me veo a una valkiria (por lo enorme, no por lo nórdica), que me dice a voz en grito: "¡¡¡Deja a mi amigaaaaa, no ves que está borachaaaaagrfshgrfnnnnfushhhhh...!!!". Aunque intento hacerle ver que yo también, y por tanto el partido por el momento iba igualado, me ignora, agarra a su amiga del brazo, y la intenta arrastrar. La moza, que no debía estar pasándolo mal, se sacude, le dice que le deje en paz, que ella hará lo que le salga del coño, y me mete morro otra vez, con renovado entusiasmo.
La amiga, cabreadísima, se larga. Mientras vigilo sus pasos para confirmarlo, noto que mi partenaire me ofrece un pañuelo aplastándolo contra mi cara. Intento decirle que no tengo mocos, que ya pasé la gripe, y... veo que son unas bragas de encaje (monísimas, por cierto). Aprovechando mi confusión, se da la vuelta y se empieza a quitar el sujetador, pero con la melopea galopante que llevaba, le da vueltas algo más que la cabeza, y cae al césped, muerta de risa. La intento levantar, y observo aterrorizado que se acercan la valkiria, el guardia de seguridad, y un señor con una cara de mala ostia que paqué. Todo el mundo empieza a gritarme, y mi amorcito a llorar como una magdalena sollozando "papá, no es lo que crees". Resulta que el señor cabreado era el médico del colegio mayor, y la susodicha, su hija (lo de las hijas de los médicos se convirtió luego en algo parecido a una tradición para mi).
El percal fue tremendo, pero al final se respetó mi palabra de colegial de que no había mancillado el honor de la susodicha (por escasos treinta segundos), me libré de ser expulsado (técnicamente lo estuve una noche), y se aceptó mi palabra, aunque según la valkiria yo había arrastrado violentamente al exterior a Gertrudis, pese a su feroz resistencia, para tratar de hacerle guarreridas españolas sin su consentimiento aprovechando su estado de inconsciencia (estado que fué alegado como disculpa por Gertrudis a interrogatorio de su padre, obviamente).
Tengo clarísimo que, de haberse producido los luctuosos hechos hoy, os escribiría esto desde el trullo, con la barbilla de Vladimir cariñosamente apoyada en mi hombro mientras espera a que me acueste para darme amor.
Y repito, ESE es el problema. Y bien gordo. Que lo que yo tenga que decir sea irrelevante.