La crítica la defenestró en su día. Pero si algo me han enseñado los años es a no creerme nada de lo que digan ni crítica ni público sobre De Palma. Para empezar, nunca fue el ojito derecho de nadie, y clásicos incontestables hoy como Vestida para matar (1980) o Doble cuerpo (1984) fueron atacadas con furia homicida en su día. Para seguir, una de sus mejores películas, En nombre de Caín (1992), fue tan odiada en su momento que ni siquiera hoy ha conseguido recuperarse de aquellos ataques, y solo los muy cafeteros como CANINO le damos crédito como la obra magna que es. Y es cierto: el De Palma del siglo XXI no es el enérgico demente de unos años antes, y películas como La Dalia negra (2006), Misión a Marte (2000) o Redacted (2007) están lejos de sus mejores logros, pero también ha rubricado dos piezas inmortales de suspense retorcido, personajes histéricos y guiones malvados y llenos de vericuetos demenciales. Una es la reciente y (adivinad) muy odiada Passion (2012), una maravilla que calculo que para 2026 ya habrá empezado a ser reconsiderada como la sensacional fantasía homicida y tronada que es. Otra es la espectacular Femme Fatale, un tour por el mejor De Palma de los ochenta, pero en clave de Europa nublada, con freelances del nuevo siglo y una declaración de amor al feísmo como principio rector de las bajas pasiones, algo que ya puso sobre la mesa con el atroz, hipnótico e inolvidable diseño de producción de En nombre de Caín. Femme fatale funciona como mecanismo de suspense perfecto (la secuencia del robo en los entresijos de Cannes es una maravilla), como merecida autoreverencia a sus constantes autorales y como prueba de lo mal que estaba el cine comercial a finales de los noventa y principio de los dosmiles con la saludable excepción de unos pocos francotiradores. Brian, no dejes nunca de disparar.