Repite jugada con la adolescencia, período de la vida turbulento que da bastante de sí a la hora de situar el esquema ya conocido de aventuras dentro de la mente. La psique reaccionando ante lo que no entiende, primero con la negación y luego aprendiendo a aceptarlo (a “gestionarlo”, según la infame terminología empresarial de moda), primero fue la tristeza, ahora es esa pequeña hija de puta que viene un día con las maletas, se queda y ya nunca se va.
Se pierde algo de frescura, y si teníamos al Bing Bong ese, sumando excentricidad, emotividad y su propio arco, aquí salimos perdiendo con la riñonera parodiando a “Dora la exploradora” y dando una grima que busca ser intencionada y tal vez no lo sea tanto. En cuanto a las nuevas emociones, el protagonismo marcado lo tiene la ansiedad y las demás son secundarios a veces más, a veces menos aprovechados.
Lo mejor, una primera parte con mucha interacción con el mundo real, seguida de la odisea o carrera de obstáculos de rigor, más convencional aunque igualmente acertada en su despliegue imaginativo de acción, color, ocurrencias y tonterías maravillosas (la corriente de conciencia, la tormenta de ideas, el sarcasmo como “abismo” comunicativo)… el final es potente a nivel de clímax visual y manejo de elementos, pero se me pasa un poco de azúcar y de auto-ayuda.
La personalidad incipiente como árbol arraigado en las vivencias, mejores o peores. La razón entendida como un equilibrio donde cada una de las emociones ocupa su función correspondiente, al menos hasta que nuevos escenarios vitales las desbaratan, vendría a ser, según Pixar, lo más parecido que tenemos a aquello conocido como “alma”... sin embargo, parece que no puede evitar ser Alegría, en este caso, el principio rector de las demás.
Irrisorio el conflicto, pero que se agranda y cobra una dimensión de vida o muerte: encajar en el nuevo grupito de las chicas mayores. Son cuestionadas esas amistades supuestamente eternas, esos principios tan firmes de una personalidad pese a todo infantil y en construcción. Porque si el niño habita en un “ahora” eterno y feliz sin consecuencias, el adolescente descubre que todo depende de sus propias decisiones, de planificar, resolver, preocuparse por el futuro, del peso de una responsabilidad que percibe como abrumadora, aunque en el fondo se trate de chorradas… esto, por otra parte, da que pensar, si como adulto uno sigue dependiendo de esa forma de ser desesperada por ganar aceptación en según qué ámbitos de la vida, aunque tenga que mentir y mentirse.
Pullas indisimuladas: el arma del “aburrimiento” es el smartphone y las apps. La cultura musical inexistente de la niña. Se entiende que con esta Riley se busca un arquetipo de niña normal y corriente... es decir, algo que tal vez no exista. Y en su lugar nos queda alguien con sus pequeños defectos, con cierto temperamento impulsivo, nervioso, auto-exigente en exceso… no sé si asoma una vena neurótica, propia de ciertas personas en las que prima la alegría y el optimismo. El “secreto inconfesable”: lo mismo algo turbio, un trauma chungo o incluso una enfermedad mental gestándose, aunque finalmente (escena post créditos al parecer) se revela algo sin importancia, o esa intimidad de la infancia que simplemente debe ser respetada.