Antaño los hombres trabajaban fuera de casa y las mujeres realizaban las tareas del hogar, entre ellas, la crianza de los niños. Y no, no se hacía porque los hombres quisieran mantener esclavizadas a las mujeres (como afirman las cazurras estas), se hacía porque cualquier persona con dos dedos de frente sabe que la división del trabajo permite obtener mayor rendimiento. Cuando una persona se especializa en un tipo de tareas y la otra se especializa en otro tipo de tareas, la eficiencia es muy superior a que las dos personas se encarguen de las mismas tareas. Este sistema es tan eficiente que por algo está tan extendido en la naturaleza: en todas las especies animales, machos y hembras se especializan en funciones distintas y esto así porque esto aumenta las probabilidades de supervivencia de las especies.
Me parece totalmente legítimo que mujeres (y hombres) quieran rebelarse contra el esquema natural de las cosas. Al fin y al cabo, lo que nos hace diferentes del resto de animales, cuya conducta está altamente condicionada por el entorno y por la biología, es que nosotros podemos perseguir nuestras propias metas y no ser esclavos de la naturaleza. No tenemos que estar indefensos ante las fuerzas de la naturaleza, no tenemos por qué tener una esperanza de vida de 30 años, no tenemos por qué morir por una simple caries, podemos comer por placer y tener sexo sin que la finalidad última sea la procreación y sí, también podemos rebelarnos contra los roles de género establecidos y decidir cómo queremos vivir nuestra vida sin que nadie te lo imponga desde fuera.
Todos deberíamos ser libres de decidir si queremos tener pareja o no, de si queremos tener hijos o no, de si queremos ser independientes económicamente o de si estamos dispuestos a que nos mantengan a cambio de ciertas contraprestaciones... Pero hay que ser conscientes de que todas las opciones tienen ventajas e inconvenientes. Cualquier decisión va a traer una serie de conscuencias, implica ganar cosas y perder otras, lo que no puedes pretender es tenerlo todo. Tener hijos conlleva criarlos, y eso implica dedicarles gran parte de tu tiempo. Y como el número de horas que tiene un día es limitado, o trabajas menos para poder atender a tus hijos o le encasquetas el cuidado de tus hijos a terceras personas. Lo que no puedes pretender es trabajar menos y que eso no te penalice de ninguna manera. Si trabajas menos, ganarás menos y acumularás menos experiencia que otra persona que trabaje más. Eso es lo justo.
No es injusticia que una persona de manera voluntaria quiera establecer unas prioridades sobre otras. Tengo muchas compañeras de trabajo que me han dicho que sí, que tener hijos les ha dificultado progresar profesionalmente, pero que eso les tira de un huevo. Porque mucha gente, cuando tiene hijos, les cambia por completo el esquema de prioridades que tenían antes, y el bienestar de los hijos pasa a ser lo primero y cosas como ganar mucho dinero o progresar en el ámbito profesional pasan a un segundo plano. Muchísimas mujeres que conozco no cambiarían la experiencia de haber sido madre ni por todo el dinero del mundo. Mujeres fuertes, resolutivas y independientes que las femimonjas sobacoverdes ven como mujeres de segunda porque desde su óptica revanchista la mujer empoderada solo es aquella que alcanza los puestos de mando dentro de una organización.