Zardoz se ha convertido, con el paso de los años y las décadas, en un chiste. Hoy resulta ridículamente fácil reírnos de aquellos modos, aquella estética, aquellas preocupaciones del cine setentero... la imagen de Connery, pistola en mano, exhibiendo paquete y bigotón y con un atuendo que parece haberle tomado prestado a la Vampirella de los cómics Warren, ha acabado pasando de imagen ridiculizada a imagen icónica.
Ignoro qué prensa tiene hoy en día, pero lo diré sin verguenza, porque Zardoz tampoco la tiene: a mi me ha conquistado. Me ha cogido por los huevos. Metafóricamente.
Desde ese prólogo con el conspirador principal, ese señor de las ilusiones, cuya cabeza flotante se dirige a la audiencia para explicar que todo lo que veremos es representación, asistimos a una mezcla de película de denuncia social, post apocalíptica, filosófica... pretenciosa. Terriblemente pretenciosa. Sus farragosos diálogos lo salpican todo. Y aún así, aunque todo ese mundo futuro está copado de tópicos y referencias, no ha pasado de moda: un mundo dividido entre unos seres primarios, violentos y perdidos en una vida de violencia (los Brutales) una subcasta dentro de estos, elegidos del Dios Zardoz (una cabeza volante que vomita armas por su boca) para mantener al raya al resto de los Brutales: los Exterminadores. Y por otro lado, esos dioses que viven en el Vórtex, los inmortales, seres decadentes, una Utopía pacífica repleta de sexo y ocupaciones placenteras, que es en realidad una dictadura brutal donde todos saben lo que todos piensan; una raza decadente que produce seres hastiados.
El personaje de Connery llega como un animal entre hombres, pero la verdad es que es un hombre entre animales. Es el catalizador perfecto para remover la mierda en los engranajes de esa sociedad, y de paso destruirla por completo.
Es una película farragosa, espesa, y aún así se me pasó relativamente volando. El diseño es brutal, esos decorados con un presupuesto que ni para pipas, se nota que Boorman estaba enamorado de lo que estaba haciendo y creía en la historia.
Abro paraguas, pero a mi me ha convencido.