Respuesta: El cine de Peter Weir
Gracias a Camino a la libertad no vi mejor oportunidad ayer domingo para hacerme con el visionado de Gallipoli. Y madre mía, tanto tiempo delante de mis narices y yo sin darle una oportunidad.
(Id, 1981)
Maravillosa película del maestro, basada en hechos reales, donde me demuestra una vez más que rueda como pocos. Su plasmación es modélica, ya desde los primeros instantes, y nos hace cercanas las vidas de sus personajes consiguiendo notorias interpretaciones de la pareja protagonista. La narrativa es extraordinaria, jugando a dos bandas: por una parte tenemos las vivencias del chaval protagonista para convertirse en uno de los mejores atletas del lugar para luego ir paso a paso hasta llegar a la parte importante dedicada a la parte bélica, acaecida en la Primera Guerra Mundial.
El uso de la panorámica es excelente, maravillosa, con una paleta de colores ocre (muy adecuada para la zona en la que está acontecida) que nos retrotrae al cine de aventuras clásico tan portentoso, visualmente hablando, como ameno, sin decaer en ningún momento. El uso de exteriores es de una belleza hipnotizante, sobre todo la amplitud de la estepa australiana, donde montañas, valles, llanuras y terreno está perfectamente sincronizado con la magnitud de la historia (sin olvidarme del momento del desierto, perfectamente orquestrado, fotografiado y presentado, llevándolo a su apoteosis en "Camino a la libertad").
Y como siempre sucede, Weir se aprovecha de un tempo narrativo sin parangón, detallando todos los elementos de la época, donde el sabor añejo de otros tiempos queda patente (el momento de la carrera donde se forjará la amistad de los dos protagonistas, el alistamiento, el entrenamiento, la batalla entre las dos tropas, etc., todo es excelente, no hay fisuras ni nada que sobre o pueda faltar). El director demuestra una vez más las dotes necesarias para crear una historia de amistad y compañerismo - las envidias entre los amigos de antaño de Gibson frente al chico son divertidísimas y reales - superación, ambición y servicio.
Una película que marca, que queda en la memoria y se convierte en una maravillosa obra maestra, sobre todo gracias a su tercio final, con un montaje paralelo exquisito y perfecto, que mantiene la tensión, la emoción y la sensiblería en su justa medida sin caer en el maniqueismo. Porque Weir sabe donde poner la cámara, sabe como rodarlo y sobre todo sabe como darle la credibilidad justa, sin recurrir a la cámara lenta cuando parecía propicio para ello. La cámara nos sumerge en la tensión del momento, con la puesta en escena perfecta - el plano de todas la vallonetas puestas en hilera es de aplaudir con ganas - para rematarlo todo de manera formidable y magistral.