Pretender aislar los restos de tal o cual persona implica inevitablemente la profanación vil de los restos de otras muchas, que están siendo removidos, trasladados, hurgados, examinados, alineados en mesas de aluminio, como si fueran piezas de carne en el mostrador de una carnicería. Una profanación que la visita del doctor Sánchez convierte, además, en exhibicionismo macabro y dolorosamente burlón que los pucheritos hipócritamente compungidos tornan aún más repulsivo.
De esta época maldita, donde los gobernantes pueden profanar tumbas alegremente y los jueces nada hacen para impedirlo, donde los clérigos callan como profesionales del amor mercenario y la sociedad sojuzgada ni se inmuta podría decirse lo mismo que Proust decía de los personajes de 'En busca del tiempo perdido': "Desde hacía tiempo ya no se daban cuenta de lo que podía tener de moral o inmoral la vida que llevaban, porque era la de su ambiente".