Bueno, ha sido casi todo en llano, todo hay que decirlo. Pero satisfecho si que estoy...
Esta vez toca crónica, que ha estado divertido.
La ruta ha comenzado regulera. Despertador a las seis, para coger el tren de las siete y cinco a San Fernando y evitar el tramo urbano (y los conductores regresando de marcheta).
Lo llevo todo, bien. Joder, algo se me olvida. Se me olvida algo. Me falta... Siento como si llevara menos peso. La cabeza despejada... ¡JODER! ¡El casco! Las siete menos cuarto. Mierda mierda mierda... Regreso a casa a toda ostia. Dejo el Camelback en la entrada, en la tarima del suelo. Cagando leches lo cojo. Recojo el Camel corriendo... y derrapo. ¡Ostión! Y aún no he empezado...
El tubito de la bebida estaba flojo, y he formado un charco de Aquarius que ríete tu del señor Wonka. Hale, a cascarla. Cualquiera deja esto así... Si lo hago, para cuando vuelva me han cambiado la cerradura y tengo los papeles del divorcio cogidos con celo a la puerta. Carrera a la cocina. Rollo de papel absorvente. Recogida rápida. Espero que no se de cuenta (más de quince años de matrimonio y sigo siendo el gilipollas que piensa que Perry Mason versión mujer "no se dará cuenta"). Regreso haciendo malabares con una montaña de papel anaranjado y goteante... y mi mujer en la puerta de la cocina con cara de "quecojoneshacesmontandoescándaloalassietedelamañanapedazodecabrito". Disimulo como puedo. Confío en su ceguera. Lo dicho, gilipollas integral.
Salgo otra vez. Menos cinco. No llego, no llego, no llego... ¡CAGONTÓ! El macutito pequeño de sillín. ¡Joder! ¡Lo quité para lavar la bici! A la mierda... Otra vez a subir (un segundo sin ascensor) a por él. Bajo. A ver si ahora ya...
Va a ser que no. Las gafas. Copónbenditomegantóloquesemenea. Otra vez parriba. Las siete. Ya no llego ni harto nitroso. A-la-mier-da. A pedalear. No hay tren que valga.
Lo malo es que es de noche aún. Pero bueno... lo sobrellevo y tiro palante. Kilómetros y kilómetros de ruta tranquila, a buen ritmo. Voy pasando gente (es Domingo y salen cantidad de beteteros). Ya me tocará que me pasen a mi. No va a ser de momento. Jurl, jurl, jurl... Iluso de mi.
Llego al Novo Sancti Petri. Leches, si llevo casi cincuenta kilómetros (he estado de exploración, dando más vueltas de lo normal). Voy a seguir a ver si llego a Conil. Tiro palante. Uy, mira que pedazo de tía hay en esa autocaravana. A ver que es eso... Un pequeño aparcamiento en lo alto de un cerro (casi acantilado), repleto de gente pasando unos días de playita. Apenas hay sitio, pero como quiero asomarme a ver el mar (y a la del bikini negro que baja camino a la playa, todo hay que decirlo), pues me asomo al camino de cabras que usan para bajar. Joder, que alto está esto. Como coño harán para bajar por aquí...
A lo lejos, oigo en tono desganado:
"¡Pedroooooo! ¡No te asomes ahíiiiiiii..! ¡Pedroooooo...! ¡Mira que te riño, ¿eeeeehhhh?!" Conozco bien ese tono. Es el que suelen usar los padres a los que en el fondo, les trae al fresco lo que haga Pedro. Lo riñen por cumplir. Saben que Pedro pasa de su puta calavera y hará lo que le salga de los cojones. Y Pedro lo hizo, claro. Salir despavorido hacia la playa con un flotador tamaño "king size" calzado en lo alto. Flotador que impacta en mi costado, lanzándome a causa del efecto rebote / acción - reacción hacia un lado, pese al poco peso específico de Pedro (un 80% de su volumen corporal deben ser cojones).
Con un pie calado, intento desesperado no caerme por el cortado, y agarro desesperado el manillar... casi por el centro. Desafortunada (y desgraciadamente) lejos de las manetas de freno. Pero al menos no me despeñé. Algo es algo. Pero claro, la bici toma la trayectoria que le indican las leyes de la física: torectopabajo. Conmigo encima, por desgracia.
Así que los allí reunidos asisten alborozados al espectáculo de un tipo con poca pinta de deportista pero de buen ver, que desciende el caminucho que ellos tardan diez minutos en bajar, en algo así como cero coma siete segundos, intentando desesperado procesar como cojones mover la mano a ls manetas sin soltar ese manillar que se mueve como un VibroPower. Mientras reza una novena a San Sipulcio, rogándole que le deje algún diente para la vejez.
Llegados a la base del barranquillo a eso de unos 80 kilómetros por hora, descubro aterrado que la playa comienza donde empieza a abundar un elemento que yo (personalmente) cambiaría por hormigón armado o césped en su defecto: la arena. Así que ante la más que probable (digamos que segura) clavada de rueda delantera y salida de cuernos, actúo con cierta insensatez instintiva y salto con la (puta) bicicleta para caer de lado. Sorprendentemente, en contra de todas las leyes de la física (y mi nula técnica ciclista), derrapo elegantemente, levanto una nube espectacular de arena... y me detengo. Conmigo encima del trasto del demonio llamado btt, ojo.
Con chorreones de sudor del tamaño del Ebro cayéndome por las sienes, percibo que desde lo alto del cerro... ¡están aplaudiéndome! Aún no sé si por que pensaban que lo había hecho adrede, o por pura crueldad (aportaría por esto último), pero decido hacer acopio de la poca dignidad que me queda, coger la bici por los cuernos... y largarme andando hasta la próxima subida. Hombre...
Me asomo a un par de calitas más (a estas alturas, creo que ya tendréis claro que no aprendo), y me decido a volver. Paso por la zona de los hoteles. A estas altura de Agosto, repletos de jubilados alemanes. Uy, mira, una tierna ancianita teutona en su bici de paseo. Bueno, yo a lo mio.
Ring, ring... Que cojones... Miro para atrás. La ancianita... ¡me está pidiendo paso con el timbrecito! Acelero. Plato grande. Piñón pequeño. Amos, hombre....
¡Ring, ring! ¡La abuelita! ¡Que no me la despego! ¡Joder, si lleva una cestita ROSA en la bici, la jodía!
Tuve a la abuelita... más de cinco kilómetros a rueda. Os lo juro. No me lo podía creer. ¡Pero si iba a más de 25 Km/h en algunos tramos!
Al final la perdí (astuto silogismo para no decir que se metió en un hotel y me libré de ella). Me meto en la general. Cabreado como iba, veo a lo lejos un pardillo. ¡A por él! Meto la directa, y lo cojo con facilidad. Lo adelanto... y se pica. Empieza a cogerme rueda. Tampoco me lo puedo despegar. Lo intento. Pero llega un momento que pienso que llevo más de 70 kilómetros recorridos y si quiero llegar a casa... heroicidades las justas. Así que aflojo. El tipo me pasa zumbado con cara de felicidad... y cuando ya me ha rebasado... lo rebasa a él un Lamborghini amarillo a unos 200 Km/h.
Se asusta, y lanzado como iba, sale de la carretera en diagonal. No sé si impulsado por el coche (no me extrañaría), hace lo que nunca he visto hacer a una bici: sale volando y atraviesa un regatillo que transcurre (seco) paralelo a la vía. Y aterriza en un campo de cultivo. De pie. No le pasa NADA (hoy San Bicicletero andaba espabilao desfaziendo entuertos). Le pregunto si está bien, y entre cariñosos recuerdos a la madre putativa del tipo del Lamborghini, me dice que si. Así que sigo dando pedales.
De ahí a casa... cansancio. Los últimos kilómetros me pesaban ya bastante las piernas, pero aguanté. Así que, en general, acabé satisfecho. Si esto sigue así, podré plantearme en serio hacer el Camino de Santigo por la Ruta de la Plata. Y a lo mejor, hasta lo empiezo desde Cádiz. No estaría mal: Cádiz-Santiago. Buena ruta, ¿eh?.
Manu1oo1