El Megapost de los 80 HABEMUS ANIVERSARIO: Cuarto dia VIDEOCLUBS
Debo comenzar este segundo post del día del aniversario con una
ADVERTENCIA: el post que sigue es un post descontroladamente nostálgico. Aquellos que no comulguen con el tema videoclubs, o batallitas ochenteras, seguramente no se van a encontrar encantados de leerlo.
Lo que pretendía ser un breve texto de evocación nostálgica se ha convertido en un documentos de más de 10 paginas en Word; incluso aquellos que comulguéis con la temática, no lo leáis de golpe que os puede sentar mal
Es un texto íntimo y personal, sobre mi primer y verdadero amor: los videoclubs. Sé que los que compartáis ese amor vais a disfrutar del texto. Los que no... como decía Peter Griffin en un episodio de Padre de familia protagonizado por su hija Meg "Podeis cambiar de canal, nadie os culpará"
Estáis avisados.
AUGE Y CAÍDA DE UN AUXILIAR DE VIDEOCLUB
Érase una vez…
Allá por 1993, vuestro amigo Henry (yo) había terminado el curso sin suspender ninguna asignatura (lo que significaba un verano perfecto, sin cuadernos de Santillana que valgan). Tenía mil proyectos… hasta que, al día siguiente de la cena de fin de curso, mi padre me dijo que
iba a buscarme un trabajo. Media jornada, para que no pasara todo el verano haciendo el vago y supiera lo que era trabajar. Me sentí aterrorizado y desilusionado.
Por supuesto, todo esto suena más duro de lo que fue; mi padre nunca fue uno de esos ogros autoritarios (solía bastarle una mirada para meternos en cintura) y de hecho, debió ver mi cara de espanto, porque se apresuró a tranquilizarme; que solo sería por las mañanas, que tendría todas las tardes libres para jugar con los amigos… su idea era buscarme trabajo en la fábrica de algún amigo.
Por la tarde, seguía sin quitarme cierta depresión de encima, así que decidí ir al videoclub. Podía haber ido al Cinema (que estaba en la parte de atrás de mi casa) pero me apetecía pensar, así que pillé la bici y me fui al Amigos, que estaba en la otra punta del pueblo. No tenía, en aquel momento, plan alguno; solo quería pasar la tarde en un sitio donde sabía que me distraería.
Dejadme que intente explicaros como era el Amigos…
se me hace difícil. Nada más entrar, a mano izquierda estaba el mostrador. Tras el mostrador, había bastante espacio, con una docena de estanterías PETADAS de VHS dentro de las cajas del videoclub (eran cajas negras con una etiqueta, con los datos del Videoclub y un dibujo o fotocopia con muchas caras superpuestas de actores famosos). A mano derecha había un panel con VHS… era un panel de rejilla en forma de V invertida, con películas en ambos lados. Y al fondo, un panel de madera “pegado” a la pared. Allí tenía las novedades, las películas más alquiladas, una selección de “clásicos”…
Si volvemos junto al mostrador, más allá de este, a la derecha, había una pared que ocupaba toda esa parte del videoclub, con una puerta, que daba a las películas que no eran “novedades”. Allí estaba oscuro (no había ventanas, solo luz de neón,
lo llamábamos “el cubiculo”) y había otro panel de rejilla y otra estantería de madera en la pared… pero de un tamaño TRES veces mayor a las que había fuera. Allí tenían todas las películas antiguas; el panel de madera era mi favorito, porque
allí tenían todas las sagas (Indiana Jones, tiburón, Alien, Mad Max, Superman… y un largo, largo etc.).
En “el cubículo”, a mano izquierda había otra puerta abierta, con una cortina, donde tenían las pelis “interesantes”… con el consabido letrerito al lado “
Solo mayores de edad”.
Aquella tarde, no iba con ninguna idea preconcebida. Solo distraerme. No es que yo tuviera demasiada confianza con el dueño (Vicente, mítico señor) pero debió verme con mala cara y me preguntó que me pasaba. Se lo dije.
Entonces él me hizo una propuesta que cambió, seguramente, el curso de mi vida.
-Yo si quieres, puedes trabajar aquí… los fines de semana tengo a mi hermano ayudándome pero entre semana, a nadie. Siempre hay algo que hacer. Piénsatelo.
Me lo pensé poco. Trabajar en un videoclub era, en aquellos tiempos,
el sueño de mi vida. No diré que seguía viendo a los dueños de videoclubs como dioses (pues así los veía de niños) pero sí persistía en mi cierta idea de que eran “brujos” que conocían todos los secretos, y que podían enseñarme mucho.
Total. Le comenté la idea a mi padre. Al día siguiente fue a hablar con Vicente para asegurarse de que yo estaba en buenas manos, y acordó que empezaría a trabajar el lunes siguiente, de nueve a doce y media, de lunes a viernes.
No recuerdo ahora mismo, cuanto me pagaba Vicente,
en cualquier caso era una miseria simbólica (podríamos estar hablando de 500 pesetas semanales…). Por supuesto, yo no tenía contrato ni nada que se le pareciese, era demasiado joven para trabajar legalmente.
Pero a mi el dinero, entonces, me importaba muy poco. Lo que me maravillaban eran los beneficios colaterales: alquileres gratis (sin abusar) quedarme películas meses enteros en mi casa sin pagar recargo, material publicitario gratis…
Recuerdo mi primer lunes allí como si fuera hoy. Mi padre me llevó en coche. Yo estaba impaciente; ¿Por donde empezaría? ¿Qué aprendería?
A fregar, concretamente, aprendería ese día. Mis labores en casa se limitaban a sacar la basura, quitar la mesa, hacer mi cama y poco más. Nada más llegar, primero tuve que fregar los aseos y el almacén; aquello evidentemente, me cortó un poco las ilusiones. El resto de la mañana la pasé sentado en un taburete tras el mostrador,
pegando etiquetas en películas recién llegadas. Había que poner una en la carátula y otra en la cinta; eran pegatinas color metal, con los datos del videoclub en color rojo. Si por casualidad, un día veis en un mercadillo un VHS de
1492 La conquista del paraíso, con una etiqueta del Videoclub Amigos… la puso vuestro colega Henry en su primer día de trabajo.
A pesar de las malas vibraciones que aquel día pude recibir…
fue la mejor época de mi vida. Los siguientes días fueron bastante mejores; había que limpiar, si, y quitar el polvo a las carátulas cada X días, pero también ir a hacer recados (una papelería cercana de encargaba de hacernos tanto las etiquetas para las películas, como los carteles de ALQUILADA y varias cosas más, y había que recoger encargos cada pocos días).
Y también ver pelis gratis; todo el día estaba la tele y el vídeo del videoclub puestos con películas actuales. Y es que, si en pelis “normales” solo se pedía una copia, en taquillazos podían pedirse cinco o seis, y había que verlas todas
para asegurarse de que no estuvieran defectuosas. Por ejemplo, recuerdo que nos llegó
Top Secret, una edición que formaba parte de una colección (
El mejor cine de Universal, o algo así) y nada más desprecintarla y meterla al vídeo, se veía mal; rayas constantes. Entonces había que cambiarla. En aquella época ya empezaban a ahorrarse costes en la fabricación de cintas; las robustas cintas hechas en los 80 dieron paso a otras más baratas… y falibles.
No sé cuanto tiempo pasó antes de que me sintiera uno más allí… semanas, probablemente. Al principio mi padre me llevaba y recogía, pero luego llegó un momento en que yo tenía que ir y venir en bici; con un calor bastante asfixiante y unos 15 minutos de distancia a pedalear… pero no me quejaba. Llegaba, iba antes que nada al bar de al lado (el bar Patxi, hoy todavía abierto) a por un café para el “jefe”, y luego al videoclub, donde Vicente ya habría puesto el ventilador a todo trapo.
Creo que, profesionalmente,
nunca me he vuelto a sentir así de realizado y satisfecho. Todos me conocían, desde los clientes hasta los viajantes de las distintas casas videográficas. Procuré saberme donde estaban las películas, TODAS, y especialmente las novedades, para cuando un cliente venía pidiendo algo, poder ir a traérselo enseguida. Yo conocía los gustos de los clientes más habituales, y me permitía incluso recomendarles tal o cual cosa.
En algún momento,
empecé a ir los sábados por la mañana, aunque no tenía porque hacerlo, y descubrí que en esos momentos se reunían unos cuantos “clientes de la casa” a tomar unas cervezas y unos panchitos con Vicente; recuerdo sobre todo a Pedro (un señor mayor que alquilaba películas porno a espaldas de su señora) o Paco (que solía venir con el perro, un perrillo manso al que yo adoraba) o Miguel, que era el hermano de Vicente y le echaba una mano…
También iba los sábados por la tarde, no a trabajar, sino a alquilar algo para ver con la familia, o los amigos, si me iba a dormir a casa de alguno, o viceversa. Anda que no me gustaba ir con mis amigos a fardar, ponerme detrás del mostrador, encontrar películas que pidieran al instante…
era un fantasma.
Los sábados por la tarde era ACOJONANTE. Yo trabajaba por las mañanas; entre semana, la clientela era limitada. Los sábados por la mañana sí iba bastante gente… pero, ¿POR LA TARDE?
Por la tarde podían juntarse 20 clientes en el videoclub; y lo digo sin exagerar en absoluto. Entre grupos de chavales que iban a alquilar una peli, o familias enteras que pillaban una para cada miembro de la familia, se juntaban grandes cantidades de personas. El videoclub era popular,
era una OPCIÓN de ocio y un punto de reunión social, y eso es lo que más hecho de menos. Hoy los videoclubs son tiendas como otra cualquiera…
Aunque limpiara el polvo e hiciera recados, aquella experiencia no me defraudó, también
aprendí muchísimas cosas de las que me interesaban. Aprendí a desmontar cintas VHS para repararlas; y luego a volver a montarlas, cosa muy difícil. Los VHS son como un mecanismo de relojería, con piezas metidas a presión por máquinas, difíciles de volver a meter manualmente en caso de que se salgan. Si la abrías con “violencia” y se te saltaba un muelle o un sujetador,
luego había que reconstruirlo con una paciencia inhumana…
La mayoría de los VHS se estropeaban por usar los p*tos rebobinadotes, ¿los recordáis? En aquella época se decía que lo que más gastaba el cabezal del vídeo era rebobinar, así que se inventaron máquinas que solo hacían eso, rebobinar las cintas. Pero mientras algunos eran robustos y prácticos, otros eran baratos y malos, y se cargaban las cintas.
Las cintas de VHS tenían, al principio y al final, algo llamado técnicamente “colas de inicio y fin” unos trozos de cinta transparente y MUUUUY frágil, que empezaba y terminaba la cinta magnética propiamente dicha. Usando un vídeo decente
nunca verás las colas de inicio al rebobinar, porque el vídeo paraba el rebobinado antes, pero los rebobinadotes malos no. La cinta se cortaba y se “perdía” dentro del VHS, había que desmontarla, enhebrar el roto y empalmar.
Para empalmar por aquellos años, en los videoclubs usaban (usábamos)
una cinta negra igual a la cinta magnética, a la que le ponías una cola especial y a la vista, parecía que no hubiera empalme alguno. Años más tarde esa cinta se dejó de fabricar, o se encareció, y usamos celofán de toda la vida.
También aprendí a abrir vídeos y repararlos, cuando era posible. La mayoría de los fallos eran
cabezales sucios o directamente rotos, piezas mal engrasadas… y cosas que la gente metía en los vídeos. No os digo más que una vez lo abrí y me encontré una caña de zumo…
los cabezales había que limpiarlos con un trapito suave que no dejara pelusa (similar a los usados para limpiar las gafas) mojados en alcohol. Nada de usar algodón!! (que es lo que usábamos en mi casa antes de que yo descubriera el daño que les hace a los cabezales).
El verano terminó, y se me había pasado volando. A principios de septiembre aún solía ir cuando podía, pero al empezar el curso se acabó; iba los sábados por la mañana, eso si, echando una mano en algunas cosas, a cambio de alquileres gratis y material de promo.
El año siguiente terminé (aprobando las matemáticas solo de refilón, el resto bien, como siempre, progresando adecuadamente) y no hizo falta que mi padre me preguntara si iba a volver a trabajar; el día después de la cena de fin de curso, fui a ver a Vicente y le pregunté si me necesitaba. Dijo que sí.
La verdad es que ese verano fue MUCHO mejor… yo tenía más confianza, conocía el “oficio” y a la gente. Aquel año ya pillaba recados telefónicos, hablaba con distribuidoras que llamaban, atendía directamente al cliente… siempre con Vicente cerca, desde luego, pero yo me sentía mucho más responsable. De hecho, siempre procuraba mostrarme “serio y maduro” delante de los clientes adultos y habituales; aunque también me portaba como un cabrón con los chavalines que se metían, o querían meterse, en la “garita porno”…
era un fantasma, again.
Podría contar mil anécdotas. La primera vez que reparé yo solo una cinta del videoclub, sin ayuda (fue
Desafío total) que sentí un orgullo y una satisfacción enormes; cuando vino un niño que quería alquilar
Aladino (la de Bud Spencer) y vino su abuela detrás, negándose a alquilársela porque decía que esa era “de guerrillas” y el nieto insistiendo en que no… un matrimonio peleándose a grito pelado delante de una docena de personas porque él no había rebobinado la cinta (
cobrábamos 100 pesetas por no rebobinar) hasta el punto en que pensamos que llegaban a las manos. Un grupo de chavales que solían venir los sábados por la tarde y cada dos o tres semanas alquilaban la misma película:
Muñeco diabólico. Se ve que les encantaba, como a mi. A mi me daba rabia que la cogieran (pensaba que me la iban a gastar) y cuando coincidía con ellos, si podía hacerlo con discreción, le ponía el cartelito de “Alquilada” y se lo quitaba cuando se iban… la verdad es que eso era
una irresponsabilidad y un abuso de confianza que, si Vicente me hubiera pillado, me hubiera caído un puro merecido, pero los sábados por la tarde había mucho caos, pocas posibilidades de que me pillara. Recuerdo que Vicente me llegó a regalar una película al final del verano, me preguntó cual quería, siempre que no fuese una novedad, y yo elegí
Noche de miedo, la primigenia edición de VHS que luego, cuando abandoné mi vhsfilia, regalé impunemente, y cuando quise recuperarla la habían tirado. Nunca me lo perdoné. Afortunadamente luego la he vuelto a conseguir… pero me sigo lamentando. Era un regalo de un amigo.
Recuerdo que ese verano hubo un pequeño terremoto en el pueblo. No imaginéis desastres ni daños, tembló el suelo unos segundos, y ya. El sábado siguiente fui a trabajar por la mañana; pues bien, SIETE personas,
la friolera de siete, fueron viniendo a lo largo de la mañana pidiendo para alquilar la película Terremoto. El primero se la llevó, los otros seis se quedaron con las ganas. Vicente dijo que si lo llega a saber, pide más copias a la distribuidora… La psicología humana, vaya.
Recuerdo el robo de carátulas… yo nunca pillé a nadie haciéndolo, Vicente si. Se las llevaban escondidas bajo la ropa, en mochilas… no sé. Recuerdo el caso de “la Noche de Halloween” película que yo estaba loco por ver, y que Vicente tenía en sus fichas, pero alguien la había alquilado y no la había devuelto. Vicente llamó por teléfono para pedir que la devolvieran, y resultó que
los datos del cliente eran falsos. Muchas veces ocurría eso… o te devolvían películas habiendo grabado encima, como sucedió una vez con
Arma letal 2.
Recuerdo que un sábado por la mañana, cuando estaba reunido el “consejo de sabios” o los clientes más habituales, gente que yo respetaba y que me respetaban, entró mi hermano mayor en el videoclub (un cabrón y un troll de manual) y se puso a gritarme delante de ellos “Hermano, ¿Dónde tenéis las pelis porno?”.
Pocas veces he pasado más vergüenza…
Aquel fue uno de los mejores veranos de mi vida, el “auge” que da título a esta locura nostálgica. Desgraciadamente, y como reza el dicho… “
más dura será la caída”.
En el verano de 1995 no pude trabajar en el Amigos. Yo pensaba que si, e incluso iba, durante el curso, alguna tarde de sábado a echar una mano. Pero mi padre tuvo un derrame cerebral; nada serio, pero no podía hacer esfuerzos ni levantar peso. Su trabajo va de eso… y su época de más trabajo es julio. Así que me tuve que poner a ayudarle ese verano. Fui a ver a Vicente y le dije que lo sentía mucho, pero que me iba a ser imposible ayudarle en julio, aunque en agosto si podía, iría un par de semanas. Él me dijo que no pasaba nada.
Al final,
no fui ni en agosto. Aquel año cerraron mi colegio y me pasaron a otro, donde hice un grupo de amigos que duraría hasta después del instituto. Estaba más cómodo haciendo el vago con ellos, y como había trabajado de lo lindo en julio, mi padre no puso pegas a que no hiciera nada en agosto. Fue un fallo, porque había prometido ir… y no fui. Mi primera promesa rota, seguramente.
En 1996 fue aún peor. Abrieron varios videoclub cerca de mi casa. Dejé de ir como cliente; para qué tirarme un cuarto de hora pedaleando o media hora andando, si podía encontrar lo mismo a dos calles… solo fui a por pelis antiguas, dos o tres veces. Me eché novia. Me quería ir en verano con ella y con mis amigos a la playa unos días. Mis padres pagaban mi viaje, pero
había otros gastos, ejem, gastos alcohólicos, para parques acuáticos, preservativos, y otras cosas, y tenía que ganármelos yo trabajando en julio.
Pensé en volver al Amigos… pero
no me llegaba con el pago simbólico de Vicente. Ahora tenía más gastos que nunca. Salía a cenar los fines de semana. Me había sacado el carnet de conducir, y la gasolina de la moto había que pagarla, no quería abusar de mis padres, que me habían comprado la moto. Tenía un grupo de rol con mis amigos, y los manuales que continuamente había que comprar eran bastante caros (al año siguiente entré en contacto con un club de rol de un pueblo vecino que me, ejem,
fotocopiaba los libros por un módico precio). Trabajando en el videoclub podía tener para cubrir gastos (y ni eso) pero no para ahorrar. ¿Con que cara iba yo a decirle que quería trabajar allí, pero con más dinero? Sobre todo después de haberle fallado el año antes. No, no me atreví.
Aquel Año, creo que ni fui a decirle que no iba a trabajar con él… fatal por mi parte, aunque como llevaba meses sin ir, no creo que le sorprendiera. Como aquella era la época de “la informática es EL FUTURO” eché varios curriculums y me coloqué en una tienda de informática como auxiliar, por un sueldo que no es que fuera el rescate de un rey, pero tampoco era la miseria simbólica que me daba Vicente… me ocupaba básicamente de abrir ordenadores y limpiarlos de mierda y polvo (QUE NO ME LIMPIAIS LOS ORDENADORES, MARRANOS) y de instalar drivers y poco más.
Al año siguiente… lo mismo. Pereza. Pasión por la informática. Apenas pisé el videoclub. El cine era algo cada vez más remoto para mi. Tenía otras aficiones… en aquel entonces me tomaba muy en serio mi labor como master de los juegos de rol, a los que pasábamos jugando cada momento libre. Aquel verano, mis amigos y yo quisimos montar un grupo de música, e incluso tuvimos nombre:
Deathlock. Tras alquilar algo de material y hacer unas cuantas pruebas,
llegamos a obtener una buena conclusión objetiva: que no teníamos talento para la música. Aunque nunca llegamos a hacer nada en serio, la ilusión nos duró todo el verano.
1998. El año en que murieron los videoclubes (para mi).
Aquel año yo estaba MUY metido en la informática, me pasaba el día delante de ordenadores, cuando no el mío, reparando los de otros.
Se corrió la voz de que yo era un “informático” y me llamaban a diario, hasta el punto en que a veces iba a casa de la prima de un amigo de… no quería ver los ordenadores ni en pintura en todo el verano. Pensé en ir al Amigos y trabajar allí. No había ido prácticamente en todo el año.
Cuando entré… me esperaban sorpresas, y no agradables. La primera, que Vicente
había hecho obras en el local. La pared o muro que separaba las estanterías de novedades de las películas antiguas había sido derribada. El mostrador estaba ahora donde antes estaba el rincón porno, y viceversa. Además, las viejas estanterías metálicas de rejilla habían sido sustituidas por otras de madera, más eficientes.
Noté también que había una estantería junto al mostrador, con pelis antiguas. Las había puesto a la venta, por 200 pesetas… algo olía a chamusquina.
Tras el shock inicial, estuve hablando con el jefe. Le comenté que quería trabajar y que, si necesitaba a alguien, contara conmigo. Me dijo que si, aunque había ahora menos trabajo que en otros años… palabras amargas que yo iba a aprender qué significaban.
Recuerdo que me subió el “salario simbólico” a algo más, aunque no recuerdo ahora cuanto fue, ni cómo lo hablamos. Lo que sé es que, mientras daba una vuelta para hacerme con la nueva “estructura” del videoclub, vi varias películas en la estantería de novedades, que no eran como las demás: aún las recuerdo,
Batman,
Mars Attack,
Bonnie y Clyde,
Esfera y
El exorcista… eran DVD. Yo había visto ya DVD en un VIPS de Madrid ese año, pero no llegué a prestarles atención.
Pensaba que serían un complemento al VHS… cuan equivocado estaba.
Ese verano fue “la caída” del título de este ya largo ensayo nostálgico y llorica. Para empezar, los sábados por la mañana el “consejo de sabios”
no se reunía. Miguel, el hermano de Vicente, estaba de baja porque se había roto una pierna (trabajaba en una cantera). Pedro, el entrañable abuelo verde que alquilaba porno de lesbianas a espaldas de su mujer, tuvo un infarto, pidió la jubilación anticipada y volvió a Valencia, su tierra natal
. El único que quedaba era Paco… el del perro. Hombre que me producía una gran tristeza. Estaba solo en la vida, por lo que yo pude saber, y añoraba tanto como yo aquellos sábados de hacía unos años, donde estaba todo más animado allí. Cada sábado por la mañana, yo le traía la cerveza y unas patatas de jamón, y charlaba con él en lo posible. Por lo visto, todos sus amigos se habían ido o se habían muerto, y no tenía familia cercana. Nunca se había casado. El hombre tenía una gran pasión por el cine clásico y adoraba a los animales. Solía pasarse toda la mañana con su perro, desde que abríamos hasta que cerrábamos, y yo tenía la impresión de que no le hubiera importado estar allí cada día. Creedme que en aquellos sábados por la mañana, que antes tanto disfrutaba, se me partió el corazón.
No sé que será ahora de ese hombre, o si habrá muerto… en aquel entonces rondaba los 65 años, tal vez un par menos.
Lo peor es que ya no tenía sensación satisfactoria de ser útil y estar realizado. No venía tanta gente como antes… no diré que el videoclub estuviera desierto, ojo. Sería mentira y dramatizar. Pero el BAJÓN se notaba. Los sábados por la mañana solía venir gente, pero esa sensación de que yo conocía cada rincón, cada película, y de que podía guiarles un poco, se había apagado. Vicente olvidó su idea de que le hiciera una base de datos de clientes y otra de películas (pues todo lo tenía escrito a mano en fichas).
Sus planes eran ir deshaciéndose de todos los VHS viejos, y no le interesaba una base de datos para eso. Lo curioso es que mucha de la gente que acudía al videoclub lo hacía porque buscaba películas viejas que solo podían encontrarse allí. Bajo mi punto de vista, deshacerse de los VHS, que era lo que la mayoría de clientes buscaban,
era un error, pero no creo que me atreviera a decírselo. Además, gracias a ello, yo me compré cientos de VHS allí… pero cientos. Prácticamente la mitad de los VHS que hay en el post del coleccionismo los compré allí. Así que, decirle que no los vendiera habría ido contra mis propios intereses egoístas.
Los sábados por la tarde, eso sí que era desolador. Si antes se podían juntar 20 personas, y EN NINGÚN momento, entre las 5 y las 8-9 estábamos solos… ahora entraba mucha menos gente, en un goteo constante, pero muy fugaz. No diré (sería dramatizar otra vez) que no viniera nadie. Pero sí es verdad que
se notaba que ese pasatiempo social que era ir al videoclub se estaba abandonando. La gente que entraba iba directamente a las novedades, y el que buscaba películas antiguas preguntaba directamente al dependiente. Ya no iban dando vueltas por el videoclub, con el placer de mirar, de elegir… eso se perdió. Yo mismo ya no estaba tan metido en el cine ochentero como antes; alquilaba muchas películas que devolvía sin ver, o que me veía de resaca los domingos, sin apenas ganas. Fue un todo… que me desconectó de ese mundillo. La vida, supongo.
Al final del verano le dije a Vicente que al año siguiente iba a estudiar informática, y que en verano tendría que hacer prácticas en empresa,
y no iba a poder venir. Le di las gracias por todo, y aunque no le dije que no pensaba volver, no creo que hiciera falta…
Había llegado la muerte de los videoclubes de barrio.
¿Las causas? Varias. El DVD, seguro, y el
divx, la piratería. A veces me he preguntado qué pasaría
si el DVD hubiera llegado en una época sin Internet, o si no hubieran sido tan fáciles y baratos de copiar. Creo que, exceptuando a coleccionistas y cinéfilos, la postura de gran parte de la población española hacia el cine siempre ha sido un poco “que paguen los tontos”. Quizá, si el DVD hubiera llegado antes que Internet,
o hubiera sido tan farragoso y caro de copiar como lo era el VHS… los videoclubs hubieran tardado más en desaparecer. Quizá la gente hubiera preferido seguir pagando 100 pesetas por un VHS… o seguramente no. El DVD
ofrecía una imagen correcta, por primera vez en muchos años, posibilidad de varios idiomas, extras, o se editaban películas que llevaban descatalogadas una década en vídeo…
Sin embargo, para mi el auténtico clavo para el ataúd del videoclub de barrio fue algo que llegó antes del DVD: el
videoclub “de boquilla”. Las franquicias, como Blockbuster, Hollywood Vídeo y demás. Locales que eran más tienda que videoclub. El encargado solía ser un tío/a bueno/a de buena presencia, y que no tenía ni puta idea de lo que ofrecía al cliente. Si preguntabas por películas que no estuvieran en su catálogo, se encogían de hombros. Y si preguntabas por pelis antiguas,
ponían directamente cara de susto. Ese fue
el fin del videoclub de barrio; la desaparición de un comercio especializado, con un tío que veía películas y sabía de ello, que te podía hablar de las películas editadas desde hacía años, te podía conseguir rarezas… nacía la tienda donde igual de vendían una película que agua mineral, palomitas o golosinas; el dependiente no tenía ni puta idea y además, no se suponía que tuviera que tenerla.
Hoy en día, el videoclub de barrio está totalmente muerto. Si sobreviven unos pocos, lo harán dedicándose a otros negocios. El Amigos sigue abierto… o seguía hasta hace poco. Por lo que sé, lo va a llevar el hijo de Miguel, sobrino de Vincente (un chaval que me cae francamente mal) ya que la hija de Vicente nunca quiso saber nada del videoclub.
Os contaré algo más…
Hace dos años pasé cerca del videoclub. Iba a un quiosco donde suelen tener colecciones de fascículos atrasadas y que queda cerca. Decidí pasar a ver si estaba abierto. El cartel amarillo que reza Videoclub “Amigos” seguía allí… me empecé a acercar, y entonces vi que salía alguien; eran Vicente y Miguel, a buscar algo del coche (el videoclub tiene un vado propio).
No os imagináis el AGOBIO que me dio al ver a mi viejo jefe y colega;
pelo totalmente blanco, cara arrugada, como 10 kilos más… viejo. A pesar de todo el aprecio que le tengo, me di la vuelta y me fui antes de que me vieran. Algo feísimo, lo sé y lo confieso, pero no puede enfrentarme a eso. Desde entonces nunca he vuelto a acercarme. Si es que soy un dramas…
Una última confesión lunática: sueño con el Amigos. Sueño mucho. Prácticamente no pasa un mes sin que tenga algún sueño que gire en torno a ese videoclub. Muchas veces son sueños agradables; entro y veo que vuelve a ser como era, con el muro de madera que separaba las dos partes del videoclub, todo lleno de VHS… a veces, estoy detrás del mostrador con todo el “consejo de sabios”, aunque curiosamente, estos sueños duran poco y suelen acabar conmigo “dándome cuenta” de que algo no va bien.
Otras veces he tenido pesadillas.
Seguro que los más jovenzuelos,
aquellos que no saben qué fueron los videoclubs en su época, se preguntan… ¿Por qué sueña el loco este con videoclubs? Ni que fuera tan especial… ¡yo tengo uno enfrente de mi casa y no es gran cosa!