Hoy en esta sección de Mitos de videoclub hablaré de la gran película de mi infancia, junto a la comentada a principios de verano
Faldas revoltosas, que me quedaba por volver a ver. Películas vistas una vez, en pases televisivos; películas que quedan en tu memoria durante treinta años, porque te gustan, porque te impresionan. Sin embargo, al igual que Faldas...
esta ha sido imposible de ver durante esos años; recordaba partes de ellas, si, pero el visionado fue imposible. Al fin, esta semana, he conseguido volver a ver la película de la que os hablo: la película es
Finalmente héroe, de 1980, protagonizada por un genial (como siempre) John Ritter, y estoy convencido de que
no pocos los crecidos en la época recordaréis, o por lo menos os sonará, esta película.
Finalmente héroe comienza mostrándonos la vida de Steve Nichols (Ritter)
un actor neoyorquino sin demasiada suerte, que trabaja de taxista a tiempo parcial, que sufre de acuciantes problemas económicos y con una personalidad que no casa con la época que estaba a punto de llegar, los pragmáticos y materialistas años ochenta. Y es que
Steve es un gran tipo, de buen corazón, idealista, romántico, capaz de dar el soplo a sus amigos de que se está haciendo un casting, casting en el que él también participa, y donde no duda en felicitar a sus amigos cuando estos ganan, aunque él haya perdido. Uno de esos hombres de los que quedan pocos; lo suficientemente ambicioso y ligoncete para no resultar demasiado Ned Flanders...
pero un poco de ello hay.
La vida de Steve se reparte entre las audiciones fracasadas y reuniones con su brusco y agresivo representante, que le critica con dureza por no ser más ambicioso;
sus prácticas de buen samaritano no casan con la época de individualismo que empezaba a vivir Norteamérica, en la que todo el mundo debía cuidar solamente de sí mismo, y sálvese quien pueda. No faltan los problemas con la casera malhumorada que amenaza con desahuciarlo ante la continuada falta de pagos.
Steve también conoce a una vecina, J. Marsh (Anne Archer);
una mujer moderna, competente, fría y distante, una representante publicitaria que evita en principio todo contacto con el jovial vecino, a pesar de que este se le acerca intentando buscar una simple amistad, por lo menos al principio. Pasan los días, y surge cierta complicidad; ellos se llaman por las iniciales de los buzones que figuran en la entrada del apartamento, bromean e intercambiar anécdotas de la vida en Nueva York; él se interesa por la vida social y laboral de ella, la va a visitar al lugar donde trabaja, la invita a cenar y se lamenta por su relación amorosa con su jefe (
el típico gilipollas engreído que la trata como si la chica fuera otro de los tantos objetos que posee). Sin embargo, y reiterando, aunque la complicidad entre ellos existe, J. se niega por completo a iniciar aunque solo sea una relación de amistad con el vecino.
Un día, Steve consigue un trabajo, al fin:
disfrazarse del Capitán vengador, el heroe infantil que causa furor entre el público; merchandising, comics, serie televisiva, y una película recién estrenada. El trabajo se Steve, y de otros sesenta tipos, es disfrazarse de Capitán Vengador e ir a los cines en los que se exhibe, para firmar autógrafos a los niños y en general, crear buena impresión hacia el público. A Steve el trabajo le parece genial, y
le encanta la atención, y la ilusión de los niños que acuden a pedirle autógrafos, a pesar de la indiferencia o las burlas que recibe de los adolescentes creciditos.
Una noche, Steve vuelve a casa del trabajo, y decide entrar a una tienda cercana a comprar un poco de leche. Como está cansado, va con el traje puesto y una gabardina encima. Durante las compras, entran dos delincuentes que intentan asaltar el local; nuestro héroe les da un buen susto haciendo uso del disfraz, y del elemento sorpresa. Los dos fascinerosos huyen, y el matrimonio anciano de la tienda se deshace en agradecimientos.
Steve Nichols no lo ha hecho conscientemente, por hacerse el héroe: ha sido un intento honesto e inconsciente de evitar el robo, donde ha jugado a su favor que llevaba el puesto el traje y eso ha acojonado más a los delincuentes. El tío llega a casa todo excitado, cada vez más, y compone una gran imagen sobre sí mismo esa escena en la que llama a todos sus amigos y conocidos para contárselo, y nadie quiere siquiera escucharle.
Sin embargo, amanece, y en pocos días los ancianos han contado la historia, y todo Nueva York se revoluciona, excitado por
la aparición de un héroe de carne y hueso. De repente esos tipejos, como Steve y sus compañeros, que se disfrazaban de Capitán Vengador a la salida de los cines, son populares. Los cines están llenos de ADULTOS que
buscan en la fantasía una esperanza real; que anime un poco sus rutinarias e inseguras vidas, y todo el mundo busca saber la identidad del "auténtico" Capitán Vengador, y anticipa su próxima actuación.
Paralelamente a las peripecias de nuestro héroe,
tenemos otra trama, la del alcalde de Nueva York (el entrañable Kevin McCarthy) odiado o ignorado por todos, que tiene muy pocas papeletas para salir reelegido. Su prestigioso jefe de publicidad empieza a ver peligrar su puesto cuando se da cuenta de que sus iniciativas para aumentar la popularidad del político no han surtido efecto, y este amenaza con contratar a otro para el puesto. El publicista, obligado a pensar deprisa para no perder a su cliente más importante, se fijará en la obsesión que tiene toda la ciudad con ese "heroe de tebeo malo" y comenzará una campaña para encontrar a Steve, pensando que si puede, de alguna forma,
unir su nombre al del alcalde de forma sutil, su carrera estará a salvo.
Steve, mientras tanto, decide volver a ponerse las mallas tras una entrevista que le hacen (a él, y a todos los que se disfrazan de Capitán vengador en la entrada de los cines) una entrevista que es una escena entrañable y
toda una declaración de principios, un diálogo en el que él desnuda su alma a la cámara; él no se disfraza por la fama, o por ganar dinero, lo hace porque le gusta el Capitán Vengador, le gustan sus principios sobre lo que está bien, sobre la justicia, le gusta lo que representa, y no lo considera nada trasnochado: los valores del Capitán son los suyos, de verdad, él lo siente, los vive así.
Sin embargo, su segunda actuación como héroe urbano se salda con un balazo durante un tiroteo; una escena donde
Ritter vuelve a hacer gala de lo gran actor que fue, y lo desaprovechada que estuvo su carrera; ese plano en el que se lleva la mano al hombro herido, la expresión de su rostro al darse cuenta, en un solo segundo, de que se ha sobreestimado, de que no vive en un cómic donde basta la buena voluntad para que todo salga bien, donde el hecho de tener buen corazón no le hace a uno inmune a las balas. Herido, echado de su piso por la casera, no le quedará más remedio que pedir ayuda a su vecina, a la cual
tampoco le quedará más remedio que acogerlo (a pesar de su fachada, es una persona muy sensible).
Quizá con otro actor, la película
jamás hubiera pasado de ser una comedia romántica sobre superhéroes con momentos agridulces, pero Ritter consigue convertido en un auténtico estudio sobre la pasión de los norteamericanos por los superhéroes y los mundos de cómic, la deconstrucción de esa idea romántica de "ser un héroe", que
nada tiene que envidiar a otras más solemnes que son admiradas y respetadas por todos. De hecho, las masas fascinadas de neoyorquinos que ensalzan al Capitán tienen más valor que las que se fascinaban por el Super hombre de la ficticia ciudad de Metrópolis; Superman volaba, las balas le rebotaban y era capaz de hacer grandes prodigios. Aquí, Steve
no es más que un hombre, como otro cualquiera, no tiene ningún poder, ni siquiera una forma física especialmente dotada, es sencillamente alguien a quien sus ideales románticos y su sistema moral le han llevado a hacer algo que en el fondo, muchos querríamos hacer; su acto tiene más valor que todas las aventuras de suphéroes poderosos. Lo mismo cabe decir del héroe y su chica de los sueños: en Superman, Lois Lane caía rendida a los piel del alienígena por su belleza, su seguridad en sí mismo y sus grandes poderes; pero la J. de esta película
en ningún momento dejará de considerar las acciones de Steve como las de un estúpido soñador: una idea muy dulce, pero que solo un loco llevaría a la práctica.
Sin embargo, ahí llega la política, y las ambiciones de un alcalde y un publicista,
para convertir el sueño en pesadilla, en triste realidad. Steve amenazará con convertirse en un pelele; en el fondo, desde el principio es un pobre diablo que solo ansiaba afecto y reconocimiento, pero cuando lo consiga, cuando lo tenga todo, solo se despreciará así mismo, porque para conseguirlo ha vendido esos ideales románticos que de forma tan inocente y orgullosa anunciaba en la entrevista. Dejo el resto de la trama
para los que quieran verla; la película la merece.
Una auténtica obra de referencia sobre el superhéroe, el movimiento mediático y mercantilista en el que se convierte, la necesidad a la que apela en todos nosotros un simple cómic, esa necesidad de ser respetado, de ser reconocido por hacer algo que pocos pueden, o se atreven, la valentía, la pureza y sencillez de los sentimientos, una moralidad blanca, anticuada pero aún válida, como bandera...
Finalmente héroe es una de esas películas que, por desgracia para todos, ya no se hacen, sobre hombres de la calle que quieren y que hacen cosas buenas, aunque al final, como a todos nos pueda pasar, fallen.
Poco se puede decir sobre su reparto; John Ritter
no debería necesitar presentación en este post. Con esa cara de padrazo, pronto destacó haciendo papeles amables. Alcanzó la fama con la serie
Apartamento para tres, que revisé hace un par de años y ha quedado deliciosamente anticuada: por problemas económicos, dos amigas deciden compartir piso con un hombre (algo escandaloso¿!?). Para aplacar a su casero, el inolvidable señor Roper, dirán a todos que su compañero de piso es en realidad gay (curioso como en aquella época los homosexuales eran el recurso cómico, algo de lo que reírse abiertamente).
Ritter también es conocido por protagonizar las dos primeras entregas de la irregularísima saga Este chico es un demonio; trabajó con gente como Bodganovich o Blake Edwards (en una comedia muy popular en los noventa,
Una cana al aire) compartió cartel con James Belushi en una loca comedia que casi solo yo recuerdo,
CIA Operación Espacial... pero nunca dejó de estar involucrado en TV; interpretó a Ben Hascom en la miniserie IT, hizo de una especie de Satán catódico en una deliciosa aunque imperfecta peli,
Permanezcan en sintonía, y poco a poco se fue hundiendo en la monotonía televisiva, para desgracia de todos.
John falleció en 2003, con apenas 54 años, y el día en me enteré fue horrible para sus admiradores; siempre lo tuve presente en mi vida, a través de tal o cual película
Anne Archer es una de esas actrices siempre presente en muchas películas, aunque a mi nunca me llamó la atención; creo que alcanzó la fama gracias a su papel en
Atracción fatal, y estaba por ahí en la saga de Jack Ryan, con Harrison Ford de protagonista. Además de McCarthy, entrañable protagonista de La invasión de los ladrones de cuerpos, tenemos a Bert Convy como el publicista que quiere salvar su carrera a toda costa; actor sobre todo televisivo (participó en
Los locos del Cannonball). En un momento dado
podemos ver a un jovencísimo Kevin Bacon (ese mismo año saldría en
Viernes 13) como uno de los adolescentes que se burlan de Steve disfrazado al principio de la película.
En fin... poco queda que decir. Película icónica que esconde mucho más de lo que pueda aparentar, con múltiples lecturas, con un John Ritter incomensurable, que yo vi por la tele a finales de los 80. Me gusto lo suficiente como para no olvidarla hasta que, este fin de semana, la pude conseguir. Si podéis, intentar verla, merece mucho la pena.