La semana que viene habrá algún nuevo articulo sobre cine ochentero. Pero he pensado que no está mal ir intercalando el asunto con otro tipo de artículos más personales; reflexiones, debates, recuerdos no cinéfilos, siempre, por supuesto, dentro de nuestra amada década. Hace poco escribí un breve artículo sobre sabores desaparecidos; hoy quisiera hacer algo parecido. Es por eso que creé una nueva sección, la
sección Ñoñas; lloriqueos, rabietas, recuerdos inasumidos, reflexiones shakesperianas, y otras cosas. Espero que esta iniciativa os resulte cuanto menos, amena de leer!
Y me gustaría (es más, animo a cualquiera a ello) que todos os tomárais esa sección como si fuera vuestra y planteaseis temas que os apetecieran comentar. Por el momento, vamos con ello.
SECCIÓN ÑOÑAS: La P@#~€ PAGA SEMANAL
Algunos (ya oigo a Dussander) dirán que la paga semanal
no es ni mucho menos algo exclusivo de los años ochenta; que sus padres, o sus abuelos, ya tenían sus "reales" para ir al cine. Y tendrán razón.
Pero cuando se dice que ser niño en los 80 fue algo grande, hay detrás de esa manida frase
algo más que semántica falaz y pordiosera. Fue una de las primeras épocas en que en este país, los niños pasaron a ser consumidores, en el sentido en que hoy entendemos ese término. El ocio infantil/juvenil fue un modelo de industria y de hacer dinero a través de mil campos diferentes; gracias a que la televisión llegaba a todas partes, las campañas de publicidad agresivas y el bombardeo de productos estaban aseguradísimos.
No obstante, los mandamases de la época debieron reunirse en alguna oscura sala, y hacerse la pregunta crucial: podemos venderles a los niños, pero, ¿
como van los niños a pagarlo?
Aquí entran los valores que había en cada hogar. Y
cada casa era un mundo. Unos padres daban paga para que el niño aprendiera el valor del dinero, a administrarse a si mismo sus "ganancias" a ser ahorrativo y prudente con lo que se compra. En otras casas imperaba aquello de "el dinero no es un juguete, no es para niños", y eran los padres los que compraban a sus hijos lo que estos querían, en la medida que los ingresos y las costumbres paternas lo permitían.
Yo, personalmente, fui de paga semanal. No sé (soy malísimo para fechas y edades) cuando empezaron a darme la paga, pero debió empezar en torno a los 9 años, y serían unas doscientas pesetas, que con el paso de los años fueron aumentando (si la memoria no me falla, pasé a 350, a 500, y finalmente a pagarme los gastos con el sudor de mi frente).
Pongamos 350 pesetas. 350 pesetas para subsistir siete días. Alojamiento, comida, ropa y material escolar ya cubiertos. ¿Que te hace falta entonces?, solía preguntarme mi madre. Pues
todo lo demás.
Era una época en la que las tentaciones consumistas para los niños, estaban en todas partes. Competías con chavales de tu edad, ya en la infancia, había una cierta competición social por quien poseía las mejores cosas (ponga aquí lo que prefiere, juguetes, tebeos, libros, consolas, o lo que sea) en mayor cantidad, mayor calidad, y antes que nadie.
Pero, vamos a intentar sintetizar en qué infernales agujeros se iban esos dineros, o a responder a la pregunta de las madres: ¿Pero
para qué quieres tú dinero?
1. Películas:
Los 80 (y primeros 90, no lo vamos a negar) fueron
una edad dorada para la tele española. Llegaron las cadenas privadas, con una mayor oferta de la que las exiguas cadenas públicas nunca pudieron competir. Nada que no haya dicho ya mil veces: Telecinco y sus Karate Kimura, Antena 3 y sus pelis de adolescentes guarrindongos, las autonómicas... no obstante, estaban los videoclubs. No voy a añadir aquí nada al respecto (ya he sido bastante pesadito al respecto
) pero los videoclubs eran un punto de reunión social. Y muchas veces, en el colegio, oías hablar de tal, o cual peli, y te entraba un gusanillo en el cerebro, un no sé que, un... no puedo esperar,
esto tengo que verlo. En un principio, las películas las pagaban mis padres, cuando era muy crío, y no sé exactamente que valdrían. Luego, cuando el gusanillo del videoclub me fue entrando... pues
una novedad podía costarte entre 350-500 pesetas (depende de lo rata que fuera el dueño, o de lo que apretaran los distribuidores) y las películas "antiguas" en un principio valían más caras, pero se fueron desplazando rápidamente hacia las 150-100 pesetas muy pronto. En los 90, con la aparición de las franquicias videocluberas, surgieron ya ofertas de "5 películas por 500 pesetas todo el fin de semana". En un principio, si los sábados por la mañana iba con mi padre, él pagaba los alquileres. Pero con el tiempo, iba por las tardes con mis amigas, a alquilar una o dos pelis y verlas en casa de alguno; esos alquileres habíamos de sufragarlos entre todos, y por supuesto,
mi parte salía de la paga semanal. Pongamos el precio más "benévolo" de una película que no fuera novedad; 150 pesetas. Suponiendo que la alquilaras con dos amigos, salías a 50 pesetas. Y
la paga media que, como ejemplo, he dado, ¡era de 350!
La COMPRA de películas era un fenómeno temporal muy raro, extraordinario; en un principio
solo podían comprarse en grandes almacenes de las grandes ciudades, a un precio elevadísimo. Más tarde, llegó la venta de películas por catálogo a la que fui asiduo. El precio medio de un VHS destinado a la venta era de 1.995 pesetas. ¡2000 pesetas! ¿Pero eso existía? Recuerdo que una vez, mi madre le soltó 2000 pelas a mi hermano mayor para ir de cena de fin de curso. Anonadado me quedé. ¡El precio de una película NUEVA soltado así, como si nada! Y yo tenía que ahorrar, mendigar, suplicar durante meses para conseguir una película, o directamente, esperar a fechas señaladas para que me las regalaran.
2. Libros / Tebeos / Revistas
Otra forma de quemar la paga rápidamente era la letra impresa. En general, con los libros no tenía problema, porque en mi casa se fomentaba la lectura, y cada tres semanas o así solía caer uno de Los tres investigadores, El club del misterio, selecciones de clásicos (El sabueso de los Baskerville, leído a temprana edad, no solo me acojonó sino que me enganchó a la lectura). Algunos libros si que me los tenía que comprar yo, pero generalmente necesitaba ahorrar la paga de dos o tres semanas para ello.
Pero los comics... en mi casa nunca se consideraron valiosos, aunque nunca me lo dijo, creo que mi padre los tenía por infra literatura. Aún así, por mi casa tuve algunos (Mortadelo y Filemón, Aliens contra Depredador, Superman). Mis favoritos eran los de la Tumba de Drácula de Marvel, editados por Vértice,
que costaban 125 pesetas. Con esto, ya tendríamos 175 gastados.
Las revistas, pues a mi me encantaban las de consolas, y me las tenía que comprar yo con mi paga, pero el coste se me llevaba buen mordisco de mi paga semanal. no recuerdo exactamente los precios,
pero podían costar entre 200 y 400 pesetas, sobre todo cuando incluían "regalos" como demos, juegos, libritos con trucos y pokes, y esas cosas. Dicen que la pobreza agudiza el ingenio, así que personalmente, me las ingeniaba para ir al quiosco los viernes después del colegio, ya que me recogía mi abuelo, y conseguía sin demasiados problemas que apoquinara la pasta. El pobre hombre no se daba cuenta de que con su generosidad, estaba contribuyendo a provocar en mi economía infantil un superávit inmerecido e inmoral, que con el tiempo me convertiría en un burdo capitalista.
3. Los cromos (o la cocaína de los niños)
Porque, admitámoslo,
los cromos eran droga. Comprar el álbum solía suponer un desembolso insignificante (la mayoría de los que compré de niño costaban 100 pesetas o menos) pero eso no era más que una sucia estrategia de marketing:
las ganancias estaban en los sobrecitos de los cromos. El intercambio entre amigos y compañeros de colegio ayudaba a rentabilizarlo, pero cuanto más completabas, cuanto más te acercabas a tener el álbum ya lleno, peor era: te podía tocar un mal sobre con casi todos los cromos repetidos, y eso era la ponzoña total. Te podías pasar semanas enteras buscando inútilmente a alguien que se estuviera haciendo el mismo álbum que tú, y aunque lo encontraras, nada te garantizaba que tus sobras le fueran a interesar, o que el otro "coleccionista" tuviera lo que a ti te faltaba. Un infierno.
Lo peor es que a mi no me gustaban los de fútbol (
los más populares, para qué vamos a negarlo) ni los de dibujos animados infantiles, sino cosas relacionadas con el cine, y sobre todo, con el terror, la fantasía o la ciencia ficción. Muchos álbumes los completé
a la fuerza de comprar sobres y regalar, o tirar en un cajón los cromos sobrantes, porque no encontraba a nadie que coleccionara; eso, o abandonar la idea de completar el álbum por puro cansancio. Aunque los álbumes "casi completos, pero inacabados" sentaban como una patada en los huevos.
Otra cosa especialmente terrible que te podía pasar con los dichosos cromitos
era que te los confiscaran. Y es que, muchos adultos, sobre todo los profesores, no veían con buenos ojos esa especie de tragaperras infantil que eran los cromos; muchos niños se distraían en las clases, se quedaban hasta tarde "negociando" en el patio, y eso debía sentar muy mal a aquellas figuras de autoridad. En mi caso,
lo más sangrante fue perder un cromo de Dragon Ball, concretamente el de Mai (la sicaria de Pilaf esa que vestía de negro). Ese cromo me costó la vida de conseguir, no sé si es que era difícil o que yo tuve mala suerte, pero el mismo día en que lo cambié (encima, por uno de Krilin que salía repetidísimo y no valía una mierda) mi profesora de EGB me lo arrebató, junto con el resto del "género" en una redada donde caímos varios compañeros coleccionistas. Semanas después, la profesora "devolvió" algunos de los cromos,
pero muchísimos habían "desaparecido" de su cajón, el de ellos, el mío de Mai. Desde entonces creo que abandoné el álbum con bastante rabia.
4. Golosinas, Cheetos y otras porquerías: No le neguéis. Una gran parte de la paga se gastaba en las guarrerías que se compraban en el quiosco/panadería de barrio de toda la vida, al salir del colegio. Quien más y quien menos, todos gozamos de esas porquerías que, lo siento por nuestras madres,
sabían mejor que un bocata de mortadela con aceitunas.
Aunque ya en lo personal, las gominolas y caramelos nunca me gustaron, y habré comido cuatro mal contados en mi vida. Mis favoritos eran unos bombones que venían con la parte inferior envueltos en un papel de colorines, tipo papel de aluminio, y que estaban rellenos de arroz. La locura; en serio, pegarles un muerdo era como comerte un trozo de turrón de chocolate. Había otros de chocolate rellenos con un mazacote pegajoso de menta que estaban de muerte también. Sin embargo, mis favoritos de verdad eran
los cigarros de chocolate. Sabéis de que hablo, ¿verdad? Piezas de chocolate bastante bueno con envoltorio de cigarrillo; hoy en día creo que no se venden, aunque hace siglos que no entro a un quiosco buscando "material"; dudo que en esta época de politiquismos correctos,
se permita la venta de algo que ayudaa los críos emular una acción perjudicial (aunque el gobierno no les negará la compra de tabaco cuando cumplan los 18. Paradojas).
¡Y que poco valían! ¡Nada!
El paraíso por unas monedas, había bolsas pequeñas, bolsas más grandes según el dinero que estuvieras dispuesto a gastarte. Luego estaban las patatas fritas, gusanitos y demás, que valían 25 pesetas la bolsa, luego 30 y luego, por obra y gracia de la conversión peseta-euros pasaron a valer 30 céntimos. Vaya cara.
Era extremadamente fácil que se te fuera el "sueldo" en estar porquerías. 350 pesetas en siete días no dan para mucho, ni siquiera para un crío; este tipo de bazofias se consumían a veces en el recreo, al salir de clase a mediodía, por la tarde en el parque...
no había momento malo para consumirlas. En un par de días, los más golosos podían gastarse fácilmente una pasta.
5. Juegos de consola: En este apartado no me estoy refiriendo a COMPRAR juegos de consola. Eso era algo que
quedaba fuera de nuestro alcance. Los juegos de las consolas ochenteras, por ejemplo la que yo tuve, Mega Drive, valían entre 3.000 y 5.000 pelas; eran juegos que a uno le regalaban por su cumpleaños, en la noche de reyes, por sacar buenas notas,
y poco más.
No obstante, entre los 80 y primeros años 90 comenzaron a proliferar las tiendas de videojuegos. Hoy en día muchos videoclubs (llámese "24 horas con películas") tienen también videojuegos, y no sé si será posible sobrevivir solo a base de alquilar videojuegos, pero en su día se podía. La de mi pueblo se llamaba Mega-Games, y alquilaban juegos de todas las plataformas de la época, e incluso consolas (estuvimos a punto de pillar una NES mi hermano y yo, pero no cuajó).
Alquilar un juego costaba, si no recuerdo mal, 400-500 pesetas, y la primera vez que fui,
era realmente impresionante: estanterías llenas de juegos; el primero que alquilé, aún me acuerdo, fue uno de la saga Splatterhouse.
No era nada extraño alquilar, entre hermanos y amigos,
uno o dos juegos para pasarse la tarde del sábado viciado perdido con la MD; Streets of Rage, Cazafantasmas, Rambo 3, el Moonwalker, Revenge of Shinobi, el Warlock, Altered Beast... era un concepto muy sugestivo para un crío que se paraba en las vitrinas de un centro comercial viendo los juegos pero sin poder probarlos:
pero había tiendas donde podías alquilarlos por unos "duros" y pasar unos días gozándolo; incluso había tarifas de "reenganche" en las que podías renovar la permanencia del juego que habías alquilado por algo menos de dinero de lo que costaba alquilarlo (excepto las novedades).
Además,en sus inicios, estas tiendas
eran lugares donde se juntaba todo tipo de gente, siempre dentro de un espectro de edad infantil/juvenil (los pocos adultos eran sufridos padres arrastrados a un mundo incomprensible): tenías al grupo de niños indecisos, maravillados y acompañados por un adulto con prisas, al típico adolescente friki (ese que hoy le dirían gamer) pandillas de heavies ya más talluditos... de tó. Hoy en día, con Internet y la piratería de por medio,
no me puedo imaginar que exista ese modelo de negocio, aunque evidentemente, aún quedan franquicias que se dedican a ello. No sé, las pocas tiendas que veo que tienen videojuegos son los videoclubs-tiendas de 24 horas que
lo tienen como una más de sus actividades; el dueño no tiene ni pajolera idea de videojuegos y se limita a cobrártelos. En el Mega-Games había un chaval bien majo que se le notaba gamer, y solía estar siempre jugando en alguna de las consolas que tenían expuestas. Vaya,
igual que los videoclubs, estas "tiendas de barrio" primero mutaron a franquicias despersonalizadas, y luego desaparecieron. El fin de la era de los románticos
6. Las recreativas: He puesto esto deliberadamente apartado de los juegos de consola u ordenador. Y creo que con un buen motivo: aunque todo son videojuegos, el ambiente, e incluso la forma de jugar varían,
son dos mundos distintos.
La recreativa es, por detrás de las películas,
en lo que más dinero gasté de chaval de todas las cosas que revisaremos en este post. Si los cromos son cocaína, esto ya es directamente una combinación de máquina tragaperras infantil y chute de LSD que, por un módico precio, te sumergía en un mundo completamente diferente donde te evadías por completo. O como decía aquel, hay otros mundos, pero están en este.
Personalmente, viviendo en un pueblo pequeño, solo conocí una sala recreativa como tal, aunque está fuertemente impresa en mis recuerdos: el olor pegadizo de las golosinas que te vendían, el murmullo y constante movimiento a tu alrededor que, una vez llevas cierto tiempo jugando, pasa a ser parte más del juego, o esa sensación que tenías al salir por fin a la calle después de horas metidas en el tugurio, de que se te quemaban las retinas en tiempo real.
Míticos lugares, sin duda.
Sin embargo
el lugar más frecuente que asocio con estas máquinas son los bares, y más concretamente el Bar Escobar, donde mis primos y yo vaciabamos las carteras y monederos de toda la familia en Street Fighter 2, el Snow Bros, Altered Beast, Robocop o Mortal Kombat. En el fondo, la presencia de una o dos de estas máquinas en bares o restaurantes no hacen sino confirmar lo que ya todos sabíamos: que no eran más que "tragaperras para niños". Por 25 pesetas echabas una partida; sin tiempo límite,
solo lo que tu talento y tu pericia aguantaran jugando. Y si en medio del torneo, después de superar a Ryu, a Ken y a Guile, te mataba Chu Li,
quedabas humillado de por siempre entre tus compañeros de partida. Cosas del machismo que todavía se vivía por entonces, o simplemente, ganas de joder la marrana
Lo mejor eran las reacciones de los adultos, de desconfianza y desdén a partes iguales, o
los estereotipos de gente que siempre se daban en torno a una de estas máquinas (el pro que te va guiando, el pro arrogante con aires de suficiente que te da consejos con enorme arrogancia, el que va de pro y no tiene ni puta idea, el mendiga-partidas, el novato acojonao...). Por cierto que al hablar de recreativas, podríamos hacerlo extensible a los futbolines, pinballs y demás maquinitas. Que levante la mano quien no se pilló alguna vez viciadas épicas al futbolín con los amigos
7. Juguetes: Quizás conscientemente, dejo lo mejor para el final
Si en algo fueron los 80 una época dorada, aparte de música, cine, y ocio electrónico/informático doméstico,
fueron los juguetes. Mundos enteros que saltaron desde los anuncios publicitarios (brutales, explosivos, inmersivos) a los salones de nuestras casas: Masters del Universo, GI-Joe, Tortugas Ninja. los Bio-man... docenas de figuras por colección. Vehículos gigantes. Incluso "edificios". Todo se vendía por separado, y como buen aficionado, el niño no podía carecer de ninguno de los accesorios.
Naturalmente, por muy bien que fueran en España las cosas por aquellos años, los juguetes más impresionantes, los más y mejor publicitados en televisión,
eran los más caros. Ahí estaba siempre, pequeña pero imposible de pasar por alto, aquella barrera que nos atormentaba:
Más de 10.000 pesetas.
¿Quien no pasó alguna vez junto a una juguetería y se quedó embobado paseando entre los estantes, soñando con tener solo una porción de eso en su habitación, aún sabiendo que
era imposible que le compraran nada? Alguna figurita podía caer, sobre todo de Masters del Universo en mi caso (mis favoritos) por parte de mis abuelos, en plan sorpresa, pero el resto era solo cosa de fechas señaladas: los cumpleaños, los reyes, y las notas (si estas eran buenas, claro
).
Y sin embargo, había todo un mundo de juguete barato (que con el paso de los tiempos aumentaría todavía más) de juegos baratos y asequibles: los
juguetes de quiosco, como yo los llamaba (hoy los llamaríamos "juguetes de todo a cien"). Muñecos baratos de plástico malo, casi siempre. Pero si había imaginación, esto era más que suficiente. Grupos de soldados mal cortados, indios y vaqueros, cosas así.
Había unos que me encantaban, no recuerdo el nombre, que iban envueltos en plástico. Cuando llegabas a casa, echabas
la bolsa en un vaso de agua y fsss... ¡la bolsa
se iba deshaciendo poco a poco al contacto con el agua dejando ver el muñeco! Acojonante
Pero mis favoritos siempre fueron los Súper Monstruos; ya hemos hablado por este post de ellos, alguna vez.
Representaban monstruos míticos del cine de terror, sobre todo de la Universal (Drácula, el Hombre lobo, la momia...) pero también monstruos más modernos como la Mosca, Freddy Krueger, un simio de El planeta de los simios... Venían envueltas en una bolsa de plástico, y no había manera de saber que figura había dentro, así que
podías perfectamente tenerlas repetidas. Era una jodienda, pero te permitía ir reuniendo un pequeño "ejército" de hombres lobo, cíclopes, vampiresas, parcas... que la verdad, tampoco quedaba mal.
En fin. Que entre unas y otras cosas, la paga, si te la daban,
duraba menos que un billete de mil pesetas en la puerta de un colegio (ni yo ni nadie que yo conociera hubiera cogido un caramelo del suelo, con todas las leyendas urbanas macabras que corrían por ahí, de señores raros y golosinas drogadas). Espero que ese pequeño post sirva al menos para despertar un pequeño hálito de nostalgia