Ayer vi una de esas curiosas películas de finales de los 80... indefinida, incompleta, toca muchos palos y no es gran cosa, pero aún así, resulta fascinante. Estoy hablando de
Juntos pero no revueltos, de 1989
La película tiene un argumento tópico a más no poder: Patrick Dempsey hace el papel que hacía por aquella época, de pringao: un empllón serio, responsable, que va a la Universidad a esrtudiar literatura. Chris, pues así se llama, ama leer y escribir, el orden y la precisión, y fumar en pipa. Si, FUMA EN PIPA. Desgraciadamente, será emparejado en la habitación con la alocadísima estudiante Alex Page (Helen Slater en sus buenos tiempos). Ella es desorganizada, juerguista, promiscua, impulsiva... evidentemente, el horrorizado Chris pedirá un traslado de habitación inmediatamente, pero como esos trámites tardan, no tiene más remedio que convivir, y conocer a su compañera. No tardará en producirse la típica transferencia entre ambos (él aprende a ser un poco más alocado, ella aprende a ser más responsable). No obstante, el final es asquerosamente convencional. Y es que, estamos ante una película que no tiene remedio; tiene alma de telefilm de sábado.
Y es que, esa relación es imposible. No tiene futuro. Chris aprende un poco de ella, pero ella realmente no aprende de él; está patológicamente incapacitada para ser fiel a un solo hombre. De hecho, su promiscuidad pronto le ganará fama de putón de Universidad, y su tendencia a liarse con un tío más chungo que el anterior cada vez la meterá (a ella, y a Chris) en más de un follón. De hecho, por ahí tenemos a Brad Pìtt en modo imberbe haciendo una breve aparición.
Si algo me revienta son las películas inconsistentes. Y es que, Juntos pero no revueltos es inconsistente de cojones. Evidentemente, uno no va a ver una peli de adolescentes ochenteros americana esperando realismo, pero en general me gusta que el happy end sea coherente y esté un mínimo trabajado, y no que sea brusco y surja de la nada. Y aquí, es así. En realidad no es un happy end, es un brusco y mal organizado punto y aparte; hay reconciliación final, pero esa pareja tiene menos futuro que Espinete en Mordor; están condenados a fracasar. No me importa que en una película haya parejas poco creíbles o finales felices sin mucho realismo, pero sí me gusta que tengan un mínimo de lógica y que de alguna forma, te hayan conducido hasta allí, que te hayan enseñado una excusa, una progresión. Aquí, desgraciadamente, no la hay. La peli acaba bien porque es una comedia romántica juvenil y porque el guionista no fue lo bastante inteligente o creativo como para darle mayor veracidad.
No obstante, no le habría dedicado ni la mitad de estas líneas si no me hubiera gustado algo. Y hay cosas buenas. Las historias de caracteres incompatibles obligados a convivir me gustan, aunque sean tan tópicas como aquí, y la película muestra un repertorio de secundarios lo bastante divertidos como para justificarla. Y es que, lo he dicho hasta la saciedad, si algo me gusta de las películas ochenteras son sus secundarios: no sé si estaban más trabajados, o faltos de pretensión, o qué, pero a menudo pueden brillar y hacer recordable una mala película.
Aquí tenemos a un profesor de literatura implacable contra los que escriben "mierda": él les exige a sus alumnos que escriban sobre lo que saben, lo que conocen y han vivido; prefiere un ensayo sobre un día corriente que la fantasía más elaborada y mejor escrita. Esto jode bastante a nuestro Chris, que llega a la Universidad puro y limpio de experiencias, nunca ha vivido fuera del orden y de sus libros, y seguramente es un motivo de los que le empujan a mantener su relación con la loca de Alex. Tenemos también a los sucesivos novios de ella, punkies y demás, tíos chungos que la tratan como a una posesión particular, o como si fuera mierda.
Sin embargo, mi secundario favorito es un gordito moreno y sabihondo que parece tener una enorme capacidad para juzgar con acierto a las personas; un estudiante de psicología, en apariencia completamente loco, que arrastra tras de si a un maniquí femenino con nombre propio, al que él trata como una persona; una novia con la que discute, comparte dormitorio, va a clases, come con ella, se pelea, siente celos... evidentemente, este comportamiento despierta el desprecio y el asco de sus compañeros. Nunca sabremos su nombre, le llaman por apodos (hacia el final, dirá llamarse Stan Lee). No obstante, sabremos que en realidad todo es una tapadera, que es un tipo serio, responsable y estudioso, como Chris, que se ha inventado lo de la muñeca hinchable para que todo el mundo le rechace y así poder estudiar en paz. En cierto modo, él es Chris, un Chris más inteligente que consiguió llevar la vida que quería en la Universidad. A lo largo de la película va dando consejos, y enseñando al prota cosas sobre la psicología femenina, y sobre sus propios sentimientos.
En el fondo, él es el mensaje de la película: ya tendrás tiempo para ser responsable y serio, ahora diviértete, que aún puedes si eres joven. No estoy en contra del mensaje, pero sí, como ya he dicho, del final de la película. Echo de menos más finales con huevos en el cine adolescente de los 80; finales si no realistas, al menos coherentes con la realidad, como los de El último americano virgen, o Polo de Limón. Curiosamente, ambas se hicieron fuera de Estados Unidos.
A pesar de lo crítico que pueda ser con ella, no desmerece del todo un visionado en día tonto. A mi me gustan las historias de polos opuestos que se atraen (aunque solo sea para luego repelerse mejor, cosa que NO sucede en esta película). Además, hay muchos otros motivos para echarle un vistazo: