EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA RAZÓN
28 de Agosto de 1998. Hace calor. Baja una calle la figura de Sorel, años antes de ser Sorel, distraída y mohína, hasta el punto de que pasa junto a una TARDIS bien visible sin darse cuenta; camina cabizbajo, las manos en los bolsillos, a pesar de que su madre le ha avisado un millón de veces que así los estropea. Pero no tiene la cabeza ni el ánimo para el cuidado de alta costura. Se le ve deprimido. Se detiene, mira a su alrededor, ve un Bar a un par de pasos; entra. Está vacío, la única figura de un barman con un bigote selvático limpiando un par de vasos. La televisión muda parece estar interesada en compartir con el mundo un partido de fútbol que al mundo no le parece interesar demasiado. Se sienta frente a la barra. El dueño sonríe, y aunque el mostacho le tapa la boca, su serpentino movimiento denota que esta se mueve; bueno, eso, y la voz que del tiparrón sale como un trueno amable:
—Buenas tardes, amigo. ¿Qué le pongo?
—Un cuarto de ilusión y un gramo de optimismo, mézclelo con azúcar, y échele un puñado generoso de arsénico.
—¿Le vale matarratas?
—Puede que sea lo más apropiado.
—Vaya ¿mal día?
—Bien puede decirse.
—Deje que le invite a un trago. Una receta que solía ponerme mi abuela para animarme en días lluviosos ¿y no es aún más triste estar melancólico en un día soleado como hoy?
—Si, con los pájaros cantando desgracias y las mariposas llameando de despecho, suicidándose contra el mar de asfalto en llamas. Fuego con fuego. No se olvide del matarratas.
—Mi abuela lo llamaba reconstituyente. Pero puede que le mate las ratas que le han estropeado el día.
—No fue una rata. Una película.
—¡Anda la leche! Cinéfilo ¿eh?
—Un poco.
—No hay que tomárselas tan en serio.
—Pero la vida si.
—Bueno… esa casi aún menos. Tómese la vida muy en serio y… Pero tome, tome… Verá que le sienta bien.
—¡Puaj! ¿Qué es esto?
—Jarabe, alcohol…
—Déjelo. Su abuela ¿eh? Póngame un cubata.
—¿Se siente mejor?
—No.
—Vaya. ¿Qué le ha hecho a usted esa película? Si no le importa que se lo pregunte, claro…
—Derrocar todas mis ilusiones, mis ideales, mi juventud…
—Todo en un día…
—¡Ja! Tiene gracia eso.
—¿Por?
—Ha sido un proceso lento. La película… la película fue una simple… El último clavo. El golpe de gracia. ¿Conoce usted a John Hugues?
—No tengo el gusto, no señor.
—Un director de cine. Y guionista. O al revés. Una de sus mejores películas se tradujo aquí como Todo En Un Día. Su titulo original es algo así como el día libre de Ferris Bueller.
—No soy mucho de cine, se lo confieso.
—¿Conoce a Mathew Broderick?
—De nombre no.
—¿Ha visto Lady Halcón?
—No. Oh, si, esa si.
—Bien. Es el joven escudero del caballero…
—¿El hijo?
—¿Qué hijo?
—Si hombre… el hijo de Rocky y Rambo.
—Espere… no…
—¡Si, hombre! ¿No era esa en la que el tal Cobra se batía con otros a pulso y era camionero y…?
—¡No, hombre, no! Esa es Yo El Halcón… Esta es otra.
—Pues entonces… Espere. Cojo el teléfono y enseguida vuelvo. ¿Diga? Aja. Si. Ya, pero… Bueno, si usted lo… ¿El futuro? ¡Oiga! ¿Oiga? Han colgado. Qué raro.
—¿Quién era?
—Un chaval que decía llamar del futuro. Con un mensaje para usted.
—¿Si?
—Si. De parte de Atreyub… que te vayas a tomar por culo. Chistes así, no. Y no sé qué de Rocketeer y que le impidiera usted el revisionado mortal, y no sé qué de salvaguardar la nostalgia falaz… Muy raro. Hablaba muy rápido. Un lunático. Lo llamó Sorel.
—¿Sorel? Yo no me llamo Sorel. Debe ser una broma, si. Aunque me gusta. Sorel…
—Una broma, si señor. Continúe.
—¿Ha visto juegos de Guerra? ¿Proyecto X? ¿Desventuras de un Recluta Inocente? ¿Negocios de Familia? ¿Tiempos de Gloria? ¿Un Loco a Domicilio? Está ahora mismo en Godzilla…
—¡Esa se estrenaba hoy! Me han dicho que es muy buena…
—¡Maldita sea mi estampa! ¿Buena? ¡¡¡¡¡¡BUENA!!!!!!! ¡Esa película es el mal! ¡La peste! ¡El horror! ¡La defunción de todo lo que es sagrado, puro, inocente, blanco y navideño! Es la semilla de todo el horror que yace oculto bajo las capas hipócritas que supuran de podredumbre la decadencia de la sociedad occidental, es… Una señal divina. Un signo. Un anuncio de dolor, pena, pobreza, ruina y destrucción. Si los jinetes del Apocalipsis esculpieran la pesadilla de aquello que en su conjunto representan, tendría el rostro de esa maloliente pestilencia que devora toda la poca esperanza que le quedaba a este mundo de un mañana luminoso… Y lo peor de todo es que Godzilla no es ni tan siquiera Godzilla. ¡Gojira se está retorciendo en su tumba marina!
—Reconozco que no he entendido ni la mitad de lo que acaba de decir, aunque creo, y dígame si me equivoco, que es usted crítico cinematográfico.
—¡Bah! No me compare a esa tuna de descerebrados chulitos sin talento, ignorantes despelleja películas que se entretienen rezándole al dios que se encuentran cada mañana delante del espejo el poder darle sentido a sus vidas, es decir, que sus criticas iluminen a alguien y sirvan para algo. Naturalmente, esos rezos nunca dan resultados.
—Vale… ¿No es crítico?
—Ni borracho. Póngame otra, por favor.
—Ya. Pero Godzilla no…
—Thats a lot of fish. Broderick, Ferris Bueller dijo eso… y Lloré. ¿Por qué? Hasta salió mi francés favorito. Mathilda lloró conmigo, en el mundo de los sueños. Natalie Portman. Pobre León, pobre y maravilloso buzo en el Gran Azul… La odio. Odio esa película. Godzilla me ha roto las ilusiones.
—¿Por una frase en inglés?
—La vi en inglés, si. En versión original, para quien de verdad guste del cine. El cinéfilo auténtico. No hay otra manera.
—¡Esa es otra!
—¿Cómo?
—Me acabo de acordar. El tal Atreyub dijo otras cosas en su parloteo… que se metiera sus ideas sobre el doblaje por el culo y no sé qué de Bob Fosse. ¿Quién es Bob Fosse?
—Uno que hacía musicales.
—No me gustan los musicales.
—¿Por?
—Cantan.
—Ya. Bueno, no nos perdamos… En fin. Cuando yo era un criajo, Mathew Broderick era mi héroe. Uno de ellos. En realidad lo era Ferris Bueller.
—Un personaje suyo.
—Si. De la película que hizo John Hugues, un grandísimo director. Un director que nos marcó mucho. ¿Se acuerda de los ochenta?
—Vagamente. Vivo al día.
—Entonces también se vivía al día. Aunque aquellos eran días más locos. O eso me parece ahora. El dinero parecía el hambriento hedor de un capitalismo salvaje, enloquecido… No había fronteras. Y si las habías, se las pasaba todo el mundo por la santidad innombrable. Había cosas buenas en las ochentas, más allá del irrisorio choque irracional de las interferencias creadas por el neón en Aullidos… Era una locura. Bendita locura. Jodida locura. Florecían como muñecas locas las rebeliones en un jardín ideal. El amor es más importante que el dinero. La diversión es más importante que el dinero. Seguir al corazón (quien coño puede seguir al corazón, siendo este un cabrón que nunca sabe lo que quiere y a veces quiere cosas opuestas al mismo tiempo, es otra historia, pero usted me entiende), los propios ideales por encima de la riqueza… Una rebelión frente a toda esa morralla de capitalismo salvaje, tigre, tigre y bla bla bla, simetrías del infierno, no me haga caso. ¿Y qué mayor tiempo de rebelión que la juventud? Ya no se rebela uno contra el dinero, contra la idolatría del dinero, solamente, sino contra las normas. Contra lo establecido. Contra la tradición sin seso, esa que exige una repetición y no la manutención de unos valores, que es para lo que sirve la tradición a fin de cuentas. En la base, su relación con el odio frente al dinero, se hallaba la idea de que alguien, una fuerza poderosa, ya fuera tu padre o una autoridad, o el rico, quería forjarte a su imagen y preferencia, y tú no eras más que un muñeco en sus manos, una marioneta, nada más, y nada menos. Dejabas de ser tú mismo. Una rebelión llamó a la otra. Ramas de un mismo árbol entrelazándose. Y la juventud, en un mercado ideal.
—Perdóneme que le diga, pero la idolatría al dinero puede decirse que se ha dado siempre. Y me perdonará si le digo que aquí mismo la sigo viendo hoy. Y probablemente, mañana.
—Ya, ya entiendo lo que dice. El dinero es un dios cruel con los que le desprecian, por eso todos lo adoran. Y él tan contento. Pero yo no hablo solo del amor al dinero, esa puta descarriada, sino de la manifestación intelectual, cultural, del mismo, y la reacción lógica de rebelión que despertó. La expresión ¿entiende? De ese amor, y por tanto, su ensañamiento en nuestros cerebros como idea, y las ideas son el tejido de nuestra realidad.
—Si usted lo dice. Poco recuerdo de los ochenta. Fundamentalmente, me las pasé de puta en puta, aunque no sé yo si muy descarriadas, exactamente.
—Joder, le envidio.
—El buen joder siempre es envidiable. Pero continúe, se lo ruego.
—¿No le aburro?
—El cliente siempre tiene la razón.
—Aunque esté equivocado.
—Sobre todo si está equivocado. Pero siga.
—Bien. Déme otra copa, para que no pierda mi privilegio de ser cliente y tener siempre la razón, más aún cuando yerro.
—Marchando.
—¿Por dónde iba? ¡Ah, si! El mercado.
—Me voy a echar una y le acompaño.
—Bien. No me gusta beber solo. Le invito yo, si no le importa. A ver, si, ya, cuando algo es popular, se vende bien, y cuando se vende bien, pues llega Manolo el empresario y hace lo que cree que vende, y eso, en arte, pues es un suicidio. La juventud es un buen mercado. Llevaba siéndolo por lo menos desde los sesenta. Aunque también se acaban haciendo buenas cosas precisamente porque hay gente con pasta que quiere hacer más, y se cuelan a veces grandes cosas. Es una espada de doble filo, eso que se llama consumismo y eso que se hace llamar comercialidad…
—Me permitirá que me complazcan en esas palabras.
—A usted se lo permito. Además, creo que hablamos de animales de diferentes estepas.
—Puede ser.
—Este comercio era brutal. Y si, se hizo mucha mierda, a veces por ganas dinero y otras, por incompetencia. Y cuando se juntan las dos… Titanic. Jóvenes rebeldes que eran solo pose y una incomprensión de lo que era ser joven y ante aquello que uno quería rebelarse brutal. Un fastidio. La idea de una verdad, aunque solo fuera personal, fundamentalmente, porque no se tenía ninguna. Y una artista sin una verdad, aunque solo sea una constelación de preguntas cuya verdad es la ausencia de verdad, es la nada. Y la nada sobraba. Pero también había todos, o al menos, muchos. Y eso no es poco. Había gente con agallas. Al menos, con las agallas de decir algo sincero, aunque fuera una chorrada. Y eso también cuenta.
—Y mucho. Aquí eso lo consigue la borrachera.
—Una borrachera de verdades suele hacer lo mismo. ES imposible guardárselas todas. SE desbordan.
—In vino veritas.
—Y la verdad en la verdad. La verdad es el vino del poeta. La música clásica frente al rock and roll. La realeza del viejo mundo con sus normas sociales estrictas frente al cologueo de la calle y la espontaneidad. A veces desechando el viejo régimen, o aprendiendo de él a la vez que cambiándolo, formas diferentes de rebelión. La destrucción frente a la simbiosis. La diversión frente a la responsabilidad. ¿Cuántos héroes, jóvenes y no tan jóvenes, no desechaban las reglas, se divertían a cada hora, sin deshacerse del todo de la responsabilidad, y hacían lo que les daba la gana y lo que debían al mismo tiempo? Joder, hablo de juventud, pero hasta la mitad o más de los policías cuarentones eran balas perdidas que solo seguían sus propias normas, como si hubiesen tomado al bueno del Harry El Sucio como modelo de un golpe de estado cultural. Con eminentes copias vacías, innumeras, por supuesto.
—Siempre me gustó Harry el Sucio.
—Pues algunos de sus hijos tampoco son unos flojeras, precisamente. Un poco del individualismo setentero frente a la corrupción nacional y cívica en un orgasmo de pesimismo negro como la noche se transformó rápidamente y con gran naturalidad en otra manifestación de la revolución contra la imposición de unas normas para formar parte de una sociedad que te promete una felicidad que nunca tendrás. Dudo que Arthur Conan Doyle tuviera a los yuppies esnifando coca de las tetas de prostitutas cuando hizo a Sherlock Holmes probar el polvito blanco…
—¿Y qué tiene que ver eso, si me permite la pregunta? ¿Sherlock Holmes?
—No estoy seguro. Se me acaba de ocurrir que un amigo del futuro, en el futuro, un tal Dussander, me dirá constantemente que siempre me busco excusas para introducir a los victorianos en mi plática… No sé, es raro.
—Es usted un joven raro, si.
—Eso me dicen constantemente. Claro que la diversión sin ambages también vende. Y parte de la idea de “diversión a punta pala y todo el día” también era parte de la fiesta que te prometían los mismos cabronazos que solo querían que pensaras en el placer propio y en cómo conseguirlo, es decir, con pasta gansa. Y vuelta a empezar. Consíguela. Sé bueno. Juega con las normas en mente. Las nuestras, claro. Qué se puede hacer. Lo que vende, lo venden, y lo que no… Pues se intenta también, se intenta fabricar esa querencia ausente. No hay problema. Lo innecesario convertido en adicción es la piedra filosofal del comercio.
—Casi suena como un comunista amigo mío.
—No soy comunista. Me disgustan los excesos. Acaban por volverse egoístas. Todos somos un poco egoístas… pero solo un poco.
—Un amigo mío cínico le llevaría la contraria.
—El cinismo es para cobardes que se han cansado de esperar; es la equivalencia en el necio de la impaciencia.
—Creo que un cínico estaría de acuerdo con usted. Sería su naturaleza estarlo.
—Ahí me ha pillado. Mire, lo que más me gustaba de John Hugues es que rezumaba verdad. Verdad ¿entiende? Eran cuentos de hadas. No eran realistas. Eran fantasías. Tenían algo de mágico, sin embargo. Marcaron a una generación porque por debajo de su piel fantasiosa, de sus arquetipos, había honestidad, y verdad. Decía cosas sobre ser joven, sobre crecer, sobre sentirse como en la adolescencia, siempre un extraño entre extraños, incomprendido, buscando algo sin saber qué es… Sus películas te llegaban y te reconocías en ellas a un nivel profundo.
—Ya veo.
—Y había melancolía en ellas. Ya sé que le he hablado de la rebelión juvenil, pero… Fíjese. Todo En Un Día. La película. Trata sobre un chaval, Ferris Bueller, que hace pellas un día, fingiendo que está enfermo; sus padres creen a pies juntillas lo que dice; no solo es un pillo, sabe camelarse a la gente. Solo su hermana lo tiene bien calado, y le desespera que sea capaz de hacer lo que le da la gana siempre, salirse con la suya y ser el tipo más popular del universo conocido. Finge estar enfermo, pone en su cadena de música una cinta con grabaciones y sus ronquidos, una figura bajo las mantas de su cama, y hala, a pasarlo bien con su amigo Cameron y su novia Sloane. Deciden coger el Ferrari del padre de Cameron, a quien dice querer más que a su hijo, el cabrón, y van a buscar a Sloane al colegio. Se hace pasar por el padre de Sloane por teléfono para que el director de la escuela, Rooney, la deje salir, pero conociendo a Ferris, sospecha, así que se lanza a casa de este para comprobar que todo ande bien. Nuestros héroes y su Ferrari viajan a Chicago, decididos a pasar por todo lugar turístico posible, viviendo muchas aventuras, jodiendo a un par de mayorzotes imbéciles, y regresando al final del día a casa sin un rasguño. Todo en un día.
—Pues o no la he visto, o no me suena.
—¡Ah, pero eso no es todo!
—Figuraba.
—Ferris le habla a la cámara. Broderick tiene un carisma enloquecedor. Es un cañón, el mamonazo. Nos hace participar de esta aventura y de sus planes, y este sencillo truco nos hace sentirnos como el tercer amigo de la pandilla, algo que deseamos sinceramente. Y es que verá, y por esto es especial; Ferris Bueller no es el típico ligón, cool, tío juerguista y rebelde. No se trata de faltar al cole para hacerse el malote. Todo tiene un fin. Ferris es querido por una razón. Toda su argucia, su astucia, su carisma, encanto y saber improvisar los usa para ayudar a sus amigos. Gran parte de todo lo que ocurre lo hace para ayudar a su amigo Cameron a enfrentarse a un padre que ni le escucha ni le atiende como es debido, a hacer que crea en si mismo, que deje de sentirse amargado por verse incapaz de luchar por aquello que él quiere. A vivir un poco más la vida, a luchar por ella, a sentirla en la sangre y no darle demasiada importancia a todo, a ser responsable, pero a no pasarse, a saber reírse un poco, y sobre todo… amarse lo suficiente como para ser él mismo.
—Pues si que ambicionaba mucho en un solo día…
—Pero lo consigue. Es una película. Es una historia. Al final, devuelto el Ferrari al hogar, empieza a darle patadas y golpes para descargar su furia, en una escena realmente conmovedora y dramática, en la que suelta todo el rencor y el dolor que sufre por sentirse rechazado por su padre. Ama, en verdad, más a ese coche al que cuida como si fuera una joya, que a su propio hijo. Y no chirría con la parte más cómica del relato ¿entiende? Esta es otra habilidad de Hugues. Es capaz de mezclar comedia con drama con una naturalidad asombrosa. Cameron vive aterrado por la corrección, por el miedo a salirse de unos patrones marcados por él. Al final, toda esta historia solo versa sobre la rebelión en apariencia; es más, es sobre la verdadera rebelión, no a una idea, ni a una política, ni a un consumismo; es la rebelión que todo ser humano debe acometer, a casi siempre, contra uno mismo. Uno es su propio carcelero. Y Ferris, en un acto de amistad, dedica todo un día a ayudar a su amigo a triunfar en esa rebelión. Y al final lo hace. Hay un momento algo cómico y dramático al mismo tiempo cuando el Ferrari de papi cae de su sujeción con las patadas del chico y cae por la cuesta que baja su garaje hasta hundirse en el agua de un lago. Ferris se ofrece a asumir la culpa y sacrificarse ante el padre de Cameron, pero Cameron dice que no hay tu tía. Él se enfrentara a su progenitor. Y lo hace. Y lo hace con la cabeza muy alta. Y triunfa. Y por primera vez, padre e hijo se encuentran.
—Bonita fantasía.
—Lo sé.
—Los hijos siempre creen que sus padres no les entienden.
—Si. Sobre todo cuando no les entienden.
—Esa es la vida. No sabes nunca nada de cierto.
—Así que todos nos tenemos que emborrachar para poder ver claro ¿no?
—Claro, no sé, pero se lo acaba creyendo uno un poco, y eso no es poco.
—Engañarse a si mismo es doblemente inútil si uno no se acuerda de nada.
—¡Yo me acuerdo de cada borrachera, caballero!
—¿Y se arrepiente?
—Un poco de todo.
—Así que es usted todo un dador y buscador de verdades.
—Soy un mago con un infinito número de pociones de la verdad.
—¿Y la Pepsi?
—Esa es la gran mentira. Pocas cosas te hacen creer que te has refrescado… cuando no lo ha hecho en absoluto.
—¿Tiene hijos?
—Si y no. Pero soy muy comprensivo.
—¡Eso cree cada padre!
—Sobre todo cuando lo son ¿eh?
—¿Y hermanos?
—Una hermana.
—¿Cómo se lleva con ella?
—Como el perro y el gato si el perro y el gato, entre pelea y pelea, se quisieran muchísimo.
—Bueller tiene una hermana. Lo detesta. Cree que es el niño mimado, lo conoce bien, y le fastidia que acabe por salirse siempre con la suya.
—¿Es una cuestión moral o envidia?
—Eso exactamente es lo que le dice el personaje de Charlie Sheen…
—¡A ese si que lo conozco!
—¡Me alegra! ¿Puedo seguir?
—Por favor.
—Vale. Una comisaría. La hermana, que se llama Jeannie, es… ¿conoce Dirty Dancing?
—¿Esa no era aquella en la que el tipo de De Profesion Duro bailaba?
—¡Exacto!
—No la he visto.
—Bueno, pues la hermana la interpreta Jennifer Gray, la co—protagonista de Dirty Dancing.
—No la he visto.
—Lo pillo, lo pillo. Bueno, pues volvamos. Comisaría. Charlie Sheen, malote, chupa de cuero, pero tranquilo, suave, lleno de calmada sabiduría, tipo reflexivo que contrasta con sus pintas de sobrino de Elvis, mientras esperan a que la poli se encargue de ellos, en un banco sentados, charlan, y ella le cuenta todo sobre su frustración con el hermano, y Charlie, con toda su sabiduría, le hace ver que, probablemente, se trate de pura envidia, y que tiene que tiene que encarar sus propios fantasmas y aceptarse a si misma para poder aceptar a su hermano. Una escena en la que el personaje menos aparentemente adecuado, le da el consejo más esencialmente inteligente. También le recomienda que hable con un tipo que podrá ayudarla. Un tipo del instituto. Claro, se refiere al hermano, pero ella no le había contado su nombre, así que…
—Se enfada.
—Esa muchacha es pura furia. Es una escena bastante graciosa. Al final, sin embargo, la sangre llama a la sangre, y sorprendida por Rooney, el director de la escuela de Ferris, que lo lleva intentando pillar en las pellas toda la película con hilarantes resultados, que se metió en su casa sin permiso, acaba por darle una tremenda patada, y defendiendo a Ferris en el momento en que pudo haberle pillado… Rooney… Jefrey Jones. Divertidisimo.
—¿El actor?
—Si. Trabajó en muchas pelis. Un secundario de lujo. Ed Wood… El adivino. Bitelchus, el padre de Wynona, Caerse de un Guindo, ¿Quién Es Harry Crumb?, La Caza del Octubre Rojo… Seguro que lo ha visto muchas veces y no sabe su nombre.
—Como con casi todo lo que me ha contado.
—Aquí está estupendo como Rooney. Un director de instituto muy desafortunado, sus propias peripecias para descubrir a Ferris acaban pareciéndose a la Odisea del Coyote tratando de atrapar al correcaminos. En los créditos finales, hay una canción famosísima que se usó en otras pelis de los ochenta, incluido El Secreto de mi Éxito, esa en la que Mich… el de Regreso al Futuro, el chaval, escala desde abajo hasta la cima en una empresa. Se llamaba I´m Too Sexy del grupo ingles Right Said Fred…
—Nombre de grupo más raro.
—Si. Lo componían dos hermanos.
—¿Cómo era la canción?
—Espere que se la canto. Iba a algo así… perdone que cante mal… I´m Too Sexy for Milan, too Sexy for New York…
—¡La conozco! Pero esa no era de los ochenta.
—¿Qué quiere decir?
—Juraría, amigo que esa no es de los ochenta.
—Pero… ¡claro! ¡Seré idiota! Siempre confundo las canciones.
—Suele pasar.
—Es OH YEAH del grupo suizo Yello. Ya sabe. Oh YEAH… tu ru tu tu tu tu ru…
—¡Claro! Esa es muy famosa.
—Sobre todo para un niño de los ochenta. Bueno, pues al final, la familia triunfa, la suerte triunfa, la hermana ayuda al hermano, en los créditos el pobre Rooney se mete con la ropa hecha un cisco en un autobús escolar y suena OH YEAH… Inolvidable. Claro que esa es una pequeña parodia referencial del primer momento en que se usa la cancioncita, cuando Cameron le enseña el Ferrari de su padre a Ferris por primera vez. Hubo hasta un crítico que dijo que fue Hugues quien transformó el uso de esa pieza musical en esta película en un símbolo de la avaricia materialista y el capitalismo salvaje, y que por eso se ha usado tanto la mayor parte de las veces en otras películas, con ese fin. No sé si será verdad.
—¿No decía odiar a los críticos?
—En general. Pero hay de todo.
—Vaya, al final resulta que tiene usted razón y hay final feliz. Y familiar.
—Felicísimo. Pero también algo amargo, si bien no falta la esperanza.
—Eso es importante.
—Es un final, en cierta manera… No. No es solo el final. Es todo el relato. Está bañado en melancolía. Es agridulce.
—¿Por qué?
—Porque la historia tiene el aire de despedida a una etapa de la vida como es la de la juventud. El regalo de Ferris a su amigo Cameron estriba en querer despertar en él el amor al hoy porque todo hoy se acaba. Nadie sabe lo que sus vidas les depararan tras el verano, con la universidad en el horizonte. ¿Seguirán siendo amigos? ¿Cambiarán? Todo En Un Día marca el final de una etapa en la vida de estos personajes. El punto y aparte en esa amistad. Nada volverá a ser igual. Es el canto al aprovechar el último crepúsculo de esa etapa. Pero de alguna manera, es también muy esperanzador, porque sabemos, sentimos, que esa nueva página en sus vidas sabrán escribirlas en letras de oro y que su amistad, pueda o no cambiar, no se debilitará. Pero si bien uno no puede abandonar del todo la esperanza de una puerta que se abre, tampoco puede evitarse la suave tristeza de una que se cierra. Al final, el pasado brilla más hermoso de lo que fue…
—Bueno… Depende del pasado.
—Y depende de cuanto uno lo haya abandonado. Pero soy joven. ¿Yo qué sé, en realidad?
—Créame, soy mayor que usted… y sin embargo las cosas nunca quedan tan claras como quisiéramos. Por mucho que los años pretendan enseñarnos.
—Si que está usted optimista.
—Tiene su encanto. Si nada sabemos de seguro… también todo es posible. Y eso no está mal del todo. Descubiertos todos los secretos, la vida se volvería una sombra detrás de otra, una copia de si misma. ¿No cree?
—Si usted lo dice.
—¿Se siente mejor?
—¿Sabe lo que le digo? Que si. Bastante mejor. Muchas gracias.
—¡No hay de qué! A veces solo hace falta soltarlo todo.
—Y alguien amable que nos escuche. Gracias. Otra vez.
—No crea que lo he hecho gratis.
—¡No estropee el inicio de una bonita amistad!
—Los amigos son sinceros los unos con los otros. ¿Ha recobrado pues la fe en todo aquello en lo que un hombre joven debería tener fe?
—Casi. ¿Solo un hombre joven?
—La fe no muere, pero su objeto…
—Veremos. Todos somos distintos. Un brindis. A la amistad.
—A la amistad.
—Y a Ferris Bueller.
—Y a Charlie Sheen, que estuvo genial en Apocalypse Now.
—Pero… bah. ¿Sabe qué le digo? ¡El barman siempre tiene la razón!