Con la muerte en los talones
Juguete hecho película, una cosa casi fundacional de lo palomitero, del cine concebido como puro espectáculo (comparable, por ejemplo, con Tiburón), a la vez que compendio de la obra del inglés y estallido de talento visual, de obsesiones temáticas, con el descaro habitual y la osadía lúdica de este señor. Síntesis de géneros varios; intriga con espías, romance, comedia ligera, acción y aventuras, incluso un terror luminoso y poco convencional... que a priori parece (de hecho, es) un gran disparate, y sin embargo, funciona muy bien. Una oda a lo fantástico, a lo imposible que por un momento puede volverse posible gracias al cine y su capacidad de engaño y fascinación, un juego de niños que acaba por ser más que simple entretenimiento para dejar el cerebro en casa. Un Cary Grant convertido en mito, tan irónico a la par que cascarrabias, parece reírse un tanto de sí mismo y de su propia imagen de simpático galán; un hombre atrapado en una situación demencial a partir de una confusión improbable y absurda, culpable incapaz de demostrar lo contrario. Todo tan angustioso, en definitiva, como intrascendente y tomado a guasa.
Y lo bueno es que el amigo aprovecha para hacer realidad sus sueños eróticos y heroicos, suplantando la personalidad de alguien que ni existe; el tal Kaplan, individuo tan fantasmal como el apenas explicado meollo argumental, un mcguffin con más sentido que nunca. Una huida, por lo tanto, de una realidad grisácea, de un trabajo, de una madre autoritaria (cómo no), equivalente a la del espectador en la sala de cine, vaya. Sobre la celebérrima secuencia de la avioneta, su carácter de icono por desgracia estropea la sorpresa al espectador moderno; concebida modélicamente para guiar las expectativas y convertir en amenaza un elemento inofensivo (pasándose el realismo por el forro sin complejos). Lo de la guarida de los villanos (gayers y elegantes, desde luego) vuelve a un suspense puramente hitchcockiano, con nuestro prota mirando sin ser visto, mientras que lo del monte Rushmore es el típico climax final mil veces imitado. El desenlace, digno de un Lynch lógico, introduce un giro (un flashback, con su componente de idealización) con dos pelotas y cierta mala leche, que limita el posible empalago.
Una ristra, en definitiva, de grandes nombres y talentos entre reparto, guión, música, créditos... además de un cineasta en su mejor momento creativo.