La vacuna del sarampión (las vacunas mejor dicho porque hay como 3 o 4 ahora no recuerdo, cada una de ellas con sus cepas) proporciona una muy buena inmunidad que dura muchos años. Pero al hacer las determinaciones de anticuerpos, mucha gente vacunada en la infancia ha perdido los anticuerpos, aunque eso no significa que haya perdido la inmunidad. Y dar dosis de recuerdo de la triple vírica no es infrecuente para comprobar las respuestas inmunes del personal.
Dicho esto, la vacuna del sarampión no confiere un escudo protector contra el virus: lo que dificulta es que una persona enferme de sarampión, que es distinto. Un vacunado puede tener contacto con un enfermo de sarampión, contagiarse y al cabo de unos días enfermar levemente, no enfermar en absoluto o tener un cuadro sintomático más florido con la típica erupción cutánea. En todos estos casos, la probabilidad de que el vacunado contagie a alguien es ínfima, y que ese alguien enferme si está vacunado, es casi cero patatero. Por eso las vacunas cortan la transmisión de estas enfermedades en seco. Lo que sí evita también la vacuna en casi la totalidad de casos son las complicaciones graves (como la encefalitis por sarampión) o las derivadas de la infección, como otitis o neumonías.
La diferencia fundamental con el covid, es que con el sarampión nadie hace PCRs a destajo para comprobar cuánta gente ha contactado con el virus, porque con saber que la gente no enferma es suficiente. Y con el covid habrá un momento que llegaremos a eso también: se usarán las PCRs para confirmar los casos sintomáticos, pero la gente que haya entrado en contacto con brotes y no muestre síntomas se la dejará tranquila.