Marta Ferrusola, su esposa, enseñó la patita en varias ocasiones. Entrados ya en el siglo XXI, la primera dama regional entre 1980 y 2003
aseguró que los inmigrantes castellanoparlantes eran una amenaza para (su) Cataluña y lamentó, en 2008, que el entonces presidente de la Generalitat «fuera un andaluz que tuviera el nombre en castellano». Se refería a José Montilla (PSC), quien intentó –sin éxito– hacerse perdonar ante esta corriente más hiperventilada del nacionalismo catalán durante su etapa en el Palacio de la Generalitat, olvidando el español en sus intervenciones públicas y aumentando las multas lingüísticas, por ejemplo. Antes
, Ferrusola había criticado que sus hijos, cuando eran pequeños, no podían jugar con otros niños de su edad porque todos los chavales les hablaban en español.
«Bestias con forma humana»
Quim Torra (JpC), actual presidente de la Generalitat, no se desvía un ápice de la línea defendida por Ferrusola. En un artículo suyo de 2012, publicado en un diario digital,
definió a los castellanoparlantes de Cataluña como «carroñeros, víboras, hienas. Bestias con forma humana, sin embargo, que destilan odio», que tienen «un pequeño bache en su cadena de ADN» y a los que, en su opinión, «les rebota todo lo que no sea español y en castellano». Lo dejó por escrito, como Erra, que leyó su pregunta a Vilallonga. Es decir, lejos de un calentón o un lapsus linguae.
También
la consejera Vilallonga (JpC) puede incluirse en este grupo de políticos que destilan xenofobia. En 1986, la ahora responsable autonómica de Cultura,
publicó un libro –escrito en 1984 según ha confesado–
defendiendo la «raza» catalana. Titulado Els arbres, en su página 116, escribe: «Recordar el domingo de la Fiesta Mayor de Llagostera es sobre todo recordar las sardanas bailadas en la plaza al lado de las moreras empolvadas, observadoras mudas de aquella danza que es
el verdadero ritual de nuestra raza». Un pasaje que también recitó en un conferencia... ¡en 2010! Y término, el de «raza», que volvió a expresar, en septiembre del año pasado, en la presentación de un acto de sardanistas en la plaza Catedral de Barcelona.
Pero Erra, quizás, no sea más que una aprendiz.
Meritxell Budó (JpC), consejera de la Presidencia de la Generalitat y portavoz del gobierno catalán, hace ahora dos años, cuando era alcaldesa de La Garriga (Barcelona),
abroncó a un concejal de Cs porque este se había dirigido en español al colectivo de andaluces, que celebraba su fiesta autonómica, en lugar de haberlo hecho en catalán. Ya no era que Budó hablase en catalán, sino que todo el mundo tenía que hacerlo. Poniendo de relieve, así, que el tema lingüístico no es una cuestión de idiomas (ni tampoco de izquierdas o derechas, ni cosa excluiva de JpC, antes CiU) sino de libertad y convivencia.
La genética y el ADN
En 2008,
Oriol Junqueras (ERC)
firmó un artículo en el diario Avui titulado «Proximidades genéticas». El ahora líder máximo de ERC finalizaba así el texto: «Los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles; más con los italianos que con los portugueses; y un poco con los suizos. Mientras que los españoles presentan más proximidad con los portugueses que con los catalanes y muy poca con los franceses. Curioso...». Lo que no concretó Junqueras –que decía hacer referencia a «un estudio»– es si «los catalanes»
analizados eran todos los catalanes o solo «los catalanes autóctonos», como años después definió Erra a los catalanoparlantes, es decir, a los de su etnia.
Sin llegar a remontarse a
Bartolomé Robert, el racista doctor Robert que llegó a ser alcalde de Barcelona unos meses en 1899 y diputado en Cortes a primeros del siglo XX, el recurso a la genética también ha sido cosa de los nacionalistas de izquierdas y no solo de la opción derechista, que tiene en
Pujol («el hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido, es generalmente un hombre poco hecho», 1976) su máximo exponente de finales del siglo XX e inicios del XXI.
Así,
Pasqual Maragall (PSC), en una conferencia pronunciada durante un viaje a México, en 2004, siendo presidente de la Generalitat, aseguró que fue en el exilio (tras 1939) donde los catalanes descubrieron que «la lengua nos contenía», que la lengua «era como nuestro ADN, el material genético que nos definía. Con él, éramos quienes éramos en cualquier parte. Sin él, no seríamos quienes somos». ADN, material genético. Nada nuevo, en realidad. Solo unos años antes
Heribert Barrera (ERC) –que siempre fue independentista–
había defendido la diferencia genética de los catalanes, se había manifestado racista y, por ejemplo, comprensivo con ETA. Murió en 2011. En 2012, el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat le otorgaron sus máximas distinciones a título póstumo.
El independentismo catalán moderno bebe de un «totum revolutum» compuesto por gotas de
xenofobia y racismo. Y del que no renuncia ni abjura.