La noche de Halloween
Vista hace eones, me pareció un bodrio. Vista ahora, con más distancia y sin ideas preconcebidas, descubro un buen puñado de aciertos difíciles de negar y una importancia capital; nada menos que el origen de un subgénero, el terror adolescente, del cual han salido tantos (y tan rentables) truños fotocopiados entre sí... en realidad, la versión idiota y un tanto desvirtuada de lo que aquí nos sirve Carpenter. El habitual moralismo (panda de niñatos fumadores, bebedores y folladores, frente a nuestra inocente y casta heroína), el villano poco menos que indestructible, son elementos convertidos después en tópicos, pero aquí tienen todo el sentido del mundo, pues estamos ante una historia digna de un cuento, cuyo tema central es el mal en estado puro, aquello que alimenta las leyendas sobre el coco, las casas encantadas, la noche de difuntos... un mal abstracto y sin razón, tan espectral como alejado de toda humanidad, que resuena en el tiempo, que si desaparece es para retornar años después, cual inexorable maldición del destino, nacido de algo similar a un pecado original. Me sobra un poco el Loomis, explicándolo todo.
Qué difícil es sorprenderse, o sentirse aterrado, ante una serie de situaciones más que familiares, que hoy día pueden resultar hasta paródicas (pero que al mismo tiempo forman parte de la educación cinéfila de muchos). Me funciona la película, por tanto, como un enorme y dilatado ejercicio de suspense, sin gore explícito, sin excesiva violencia, con una primera parte basada en apariciones fugaces, en una sensación de paranoia y amenaza invisible que puede acechar en cualquier parte. Mediante el travelling, la profundidad de campo, la cámara subjetiva, el carpintero crea un espacio particular de pesadilla a partir de típico barrio residencial estadounidense... imposible no mencionar, cómo no, la célebre y martilleante banda sonora, tan minimalista como todo lo demás; pocos elementos pero muy bien gestionados. Muy calculada la progresión, ralentizando continuamente el horror final, hasta llegar a la inevitable confrontación entre la mujer y el monstruo. Y el desenlace, con una nueva sucesión de espacios acompañada de la respiración de Myers, directa al subconsciente... no podría ser otro.
Muy de la época, pero paradójicamente, también un ejemplo de cine por el cual no pasa el tiempo. No es la carpenterada que me llevaría a una isla desierta, pero al César lo que es del César.