Tampoco estaría yo muy lúcido si me dejo una película de uno de mis directores favoritos: El príncipe de las tinieblas, de John Carpenter. Una película realmente rara donde no llegamos a ver al Diablo (para el cual, se da explicación científica) pero si asistimos a su intento para retornar a nuestro plano de existencia.
Un sacerdote sin nombre (Donald Pleaseance) descubre, tras la muerte de un compañero que hacía voto de silencio, un cofrecito con una llave. La llave abre el sótano de una iglesia abandonada donde hay un enorme frasco que contiene un sospechoso líquido verde en ebullición, y un libro antiguo que presenta fórmulas matemáticas todavía sin inventar en la época en que se escribió. Requerirá la ayuda de un reputado científico (Victor Wong) y un grupo de estudiantes y especialistas, para pasar un fin de semana en la iglesia e investigar el fenómeno.
Una vez allí, descifrar el misterioso libro no será fácil (mezcla de varios idiomas y de ecuaciones matemáticas) pero conforme lo hagan, descubrirán una terrible realidad: Dios y el Diablo presuntamente existen, si bien son fuerzas que habitan regiones paralelas. Dios envió a Jesucristo (que era un extraterrestre en forma humana) a vencer a Satán hace dos mil años, y aunque no logró matarlo, pudo expulsarlo a otra dimensión, pero ahora quiere retornar… el líquido verde convierte a quienes lo tragan en zombis al servicio de Satanás, y una de las científicas comienza a convertirse en otra cosa (en realidad, el Anticristo) mientras unos vagabundos sospechosos y amenazadores, liderados por Alice Cooper, asesinan a todo aquel que trata de escapar de la Iglesia.
Pese a que le sobran ciertos toques de humor para matar la tensión, provenientes del personaje de Dennis Dun, se trata de una película menor, pero en absoluto fallida del señor Carpenter, que consigue transmitir muy bien la tensión, en el énésimo encierro en situación desesperada de su filmografía. La alianza entre la ciencia y la fe, quizás y solo quizás, puede detener el advenimiento de Satanás, que está por llegar en la vieja y derruida iglesia.
Por si esa extraña sinopsis anterior, repleta de alucinógenos sucesos, no fuera suficiente, tenemos además un elemento más que sumar a la olla, muy interesante: esos sueños que los protagonistas van teniendo, donde una figura sombría les advierte lo que va a suceder, y que resultan ser grabaciones enviadas por los desesperados seres humanos del año 1999, que viven bajo el dominio del mismísimo Diablo.
Las muertes, siempre con el toque de violencia (sin llegar al gore) son bastante macabras, alguna con un toque de erotismo, y son curiosos todos los elementos que usa el Mal en su batalla (los vagabundos siniestros, los zombis, o los insectos que se multiplican poco a poco en torno a la iglesia) así como los jueguecitos con los espejos, que los protagonistas saben, son las mismísimas puertas por las que se accede al Infierno, y sobre todo, el final (aunque es una característica muy típica de Carpenter, sus enormes finales).
Por cierto que firmó el guión de esta película con el pesudónimo de Martin Quatermass, supuesto hermano del doctor Bernard Quatermass, y en una entrevista llegó a declarar que todas las teorías de la película eran posibles...