Todos berlineses
Joaquín Luna
Si alguno de los becarios de la sección de Internacional de este diario empezara un artículo como estoy a punto de hacer, cualquier veterano o yo mismo le diría: vuelve a escribirlo. Y, sin embargo, privilegios de la edad, he aquí el final del primer párrafo: Barack Obama se ha equivocado con el mitin de Berlín, el jueves, el único de una gira por Asia y Europa finalizada en Londres el sábado.
Barack Obama quiso dirigirse a Berlín, a Europa, desde la puerta de Brandemburgo y tuvo que conformarse con la columna de la Victoria, pas mal,gracias, muchas gracias, al veto de la canciller Merkel, que se opuso sensatamente - cualidad muy merkeliana- a la devaluación de un símbolo universal para beneficio de un candidato que ni siquiera ha pasado por la convención de su partido.
¿Recuerdan a John Kerry? Cuatro años atrás, la mayoría de los europeos apostaba por el senador frente al presidente Bush, convencidos de que sólo un electorado de necios podía elegir al segundo. Los europeos estamos muy pagados de nosotros mismos a la hora de elegirles presidente a los norteamericanos y somos siempre grandes idealistas, virtud poco practicada en el patio propio, donde nadie se plantea la conveniencia de un líder negro, musulmán o turco en Gran Bretaña, Francia o Alemania, a pesar del peso respectivo de estas minorías. Los estadounidenses reeligieron a Bush en el 2004, como cuatro años antes frente a un líder tan sólido como Al Gore. Lástima que la maquinaria republicana de Florida le impidió ganar la Casa Blanca, como tampoco le ayudaron la hipoteca (más que el legado) de Bill Clinton o la derrota electoral en Tennessee, su estado natal, descuido que al final del camino le costó la presidencia. Pero volvamos a John Kerry. ¿Sabían que pasó varios años de su infancia en Francia y que su madre es francesa? Fue un detalle celosamente guardado por el candidato demócrata, que ni siquiera se dirigió en esta lengua a los periodistas del Hexágono que le entrevistaron durante la campaña.
El disimulo de Kerry sobre su relación tan personal con Francia es un detalle vigente. La campaña electoral del 2008 se está convirtiendo en un referéndum: Obama sí, Obama no. Con su gira por Asia y Europa, Obama ha pretendido ganar look presidencial y de comandante en jefe, las principales carencias de este senador inexperto pero candidato fresco y nada convencional, portador de la esperanza que todo cambio crea. La gira exterior fue diseñada para ganar votos en Estados Unidos. Tiene un riesgo: que el electorado haya visto en el entusiasmo berlinés y europeo una demostración de que los valores americanos de Obama son tibios. La incomprensión entre Estados Unidos y Europa, que no viene sólo del pobre George W. Bush, es una autopista de doble sentido.
La adhesión de Berlín a Obama fue incondicional. Tan incondicional, que recordaba a esas colas que se forman para comprar a medianoche la última entrega de Harry Potter o de La guerra de las galaxias a pesar de una espera que días más tarde ya no existirá. La obamamanía es peligrosa para Obama: ¿hay alguien en casa del candidato? ¿No es superficial un candidato incipiente que juega a John Kennedy en 1963 o a Ronald Reagan en el Berlín de 1987? Pidió la puerta de Brandemburgo para contarnos que él también es berlinés y europeo y que juntos podemos. Sin embargo, el discurso de media hora ante 200.000 personas careció de la trascendencia y la fuerza que la historia otorga en contados momentos. Uno tenía la impresión de que la puerta de Brandemburgo le hubiese venido grande, muy grande. Es el riesgo de jugar a presidente siendo candidato: la desproporción. Apuestas como esta son las que pueden llevar a Obama a perder el referéndum del 4 de noviembre.
La Vanguardia
28/07/2008