Paul Verhoeven, nada menos que 10 años después de su anterior película, "El libro negro", ha regresado con "Elle" (2016) por la puerta grande, siendo receptor de una buena acogida de crítica y público. Y lo cierto es que se trata de una gran noticia para aquellos que admiramos y disfrutamos del prisma ácido, vitriólico, punzante y atrevido de este cineasta veterano, que a sus 77 años ha vuelto con fuerza para entregar una de las mejores y más perversas obras de su carrera.
Tras ver frustrado su proyecto de realizar la película en Estados Unidos debido a la imposibilidad de obtener financiación y de encontrar a una actriz protagonista que aceptara las dimensiones controvertidas del papel, al final hubo de recalar en Francia, donde sí cerró la coproducción europea y le llegó un regalo caído del Cielo en forma de Isabelle Huppert, que se mostró muy interesada en encarnar a una mujer madura que es víctima de una brutal violación en su propio hogar. Pero lo que rompe el tradicional esquema y descoloca al espectador es la desconcertante reacción de ella ante tal ataque: gélida y distante, no acometerá el camino previsible de lamento, miedo, denuncia y/o venganza, sino que opta por un comportamiento basado en el deseo y en la expresión libre de su impulso sexual. La agresión violenta de carácter sexual como detonadora de una excitación por la que se deja llevar. Provista de una coraza emocional, seguramente como consecuencia de su trágico pasado (de niña vivió en primera persona un monstruoso suceso desencadenado por su padre), esta mujer, directora de una empresa de diseño de videojuegos, sobrevive haciendo gala de una absoluta independencia, yendo por libre, actuando según sus pulsiones, y manteniendo singulares lazos afectivos, amistosos o familiares: con su exmarido, su hijo, su nuera, sus padres, sus vecinos, su amiga y su marido, sus empleados... Se dibuja, en general, una fauna humana disfuncional, degradada o que esconde esqueletos en el armario (ojo a cómo quedan parados los personajes masculinos) confeccionada a partir de un híbrido de drama satírico y comedia negra, cuya potencia radica en cómo atiza a la hipocresía, las miserias y las mentiras de una clase burguesa parisina acomodada y que se pudre tras su apariencia pulcra. Ecos de Buñuel, pues, en este cruel retrato social, y ecos también, aunque sean lejanos y a un nivel menos profundo y mucho menos crudo, del sexo descarnado y desviado del "Crash" de Cronenberg, de su catarsis, de su frialdad incómoda, de su atmósfera gris y de la atención a la laceración explícita de la carne.
Si bien la radiografía e interacción de los personajes, que a menudo ostentan otro "yo" diferente al mostrado, o que (mal)viven en realidades desapacibles, es fundamental en la película, también lo es su vertiente de thriller: la incierta identidad del violador que irrumpe asaltando domicilio ajeno, la incertidumbre generada por no saber cuándo ni de qué modo volverá a aparecer y las acciones que toma el personaje de Huppert, entre la autodefensa, la indiferencia y la líbido desatada, son elementos con los que Verhoeven juega para mantener una tensión sostenida que sólo se destensa cuando asoma la cabeza el vodevil burlesco al que antes hacía referencia. El holandés maneja como pocos esa fuerza motora del thriller, que impulsa la película, que le otorga la emoción y la conmoción, fruto del conflicto entre depredador y presa, que además intercambian roles en una maniobra arriesgada pero creíble en su contexto: si la línea entre géneros (melodrama y thriller) es difusa, también lo es la etiqueta de dominador y dominado, y así se confunden en pro de la opacidad de los personajes, que navegan en marejada y caminan entre luces y sombras. Esta ambivalencia atañe también a la figura del gato negro de la (felina) protagonista, cuya simbología ha variado según las épocas, las culturas, las creencias y las superstiviones, de manera que se ha asociado a la buena suerte, la mala suerte, la prosperidad o lo sombrío. Es decir, se trata de otra entidad que representa una naturaleza contradictoria o variable, inaprensible: un observador no empático que simplemente ES.
De sobrio, e incluso austero estilo visual, y sin alardes ni ornamentación que valgan, "Elle" es un producto preciso, medido, que avanza sin que decaiga el interés ni el ritmo, y que aprovecha sus dos horas sin que haya desperdicio. Intensa siempre, y musicada sin efectismo, se dedica a narrar con la eficacia de una película de género.
A Isabelle Huppert le han dedicado múltiples y merecidísimos elogios por su excepcional composición de su personaje, Michèle. Es evidente que ella es el alma de la función y que quizá no haya nadie mejor para tamaña empresa. Ya elevada a la condición de musa del cine francés, aquí da un recital de magnetismo como pocas veces se ha visto en muchos años. Fascinante y compleja, su interpretación enriquece a su personaje en un grado esquivo, ambiguo, misterioso, hasta el punto de que "el secreto deseo del espectador no pasa por apropiarnos de su cuerpo, sino de su mente, de su inteligencia superior y de su retorcida psicología. Apropiarnos de su deseo" (como escribe Carlos Reviriego en las páginas del número 52 de la revista Caimán). A base de elegancia estética, de movimientos suaves, de un control de la situación, de una actitud pragmática, de una carencia de escrúpulos y hasta de una asunción directa, sin girar la cara, de lo terrible, Michèle se erige en enigmática fémina, dueña y señora de su sexualidad, francotiradora de sentencias de franqueza hiriente, que dinamita previsiones y arquetipos y que fluctúa entre códigos de víctima y verdugo. Y que encuentra la liberación de cargas y una nueva andadura alejada del hombre, ya prescindible.
Michèle (Huppert): "La vergüenza no es una emoción tan fuerte como para impedirnos hacer cualquier cosa".