A lo largo de los días en los que tiene lugar el festival de Cannes se van formando una serie de complots, estructurados en base a un triángulo amoroso y una naciente amistad femenina. Como hilo conductor de los tres últimos films del coreano nos encontramos con una mujer (Kim Min-hee) que, de manera inocente, sacude un matrimonio deteriorado. El componente autobiográfico se hace del todo obvio. Pero aquí de lo que hablamos es de volver al preciso momento del quiebre y reexaminar el instante en el que la herida se abrió. El acto de fotografiar nos permite capturar un determinado momento del tiempo y mirarlo con detenimiento.
La caméra de Claire vuelve a esos momentos de diferentes maneras, pero cada vez que se efectúa el retorno entendemos la imagen de un modo diferente.
Todas estas escenas se mezclan en un montaje que no deja claro el orden cronológico de los acontecimientos. Sin embargo, va acumulando una serie de motivos y sentidos a través del choque de tiempos e indagación en los instantes más definitorios de esa breve estancia en Cannes. Poco a poco vamos conociendo el drama de los personajes, íntimamente ligado a la construcción formal que propone el coreano. Observemos cómo un simple movimiento de cámara redefine toda una escena o la manera en la que un zoom amplía y profundiza el espectro de emociones de un instante determinado.
El cine de Hong Sang-soo ha llegado a un punto de depuración evidente. Y el drama adquiere el protagonismo de manera cristalina en
On the Beach at Night Alone, con ese personaje femenino en tránsito por un paisaje otoñal que modula cada escena de la película. La figura humana, a veces diminuta, se mueve por un espacio inmenso, que apunta hacia el infinito, con la playa y el mar como motivos habituales en el cine del coreano, que a la vez nos traen la melancolía y el dolor de los días pasados. Un tránsito continuo, de paradas breves en diferentes puntos del mapa, que parece tener como objetivo la huida hacia ninguna parte para dejarnos, en última instancia, a solas con el paisaje.
Ahí están todas las repeticiones y variaciones, en las películas y entre las mismas, pero también los tiempos, que cada vez se hacen más difusos, y los espacios, misteriosos y precisos. El director parece haberse despojado de lo accesorio y le bastan unos pocos elementos, a los que vuelve una y otra vez, para poner en marcha su puesta en escena. Las imágenes no son prisioneras de una idea y su cine nos da todo el espacio del mundo para respirar. En cada corte se esconde un enigma, uno que nos toca descifrar a cada espectador. Y así sentimos que cada encuadre o movimiento de cámara está creando todo un mundo paralelo, con sus propias frecuencias y duraciones. Recordemos el ideal de Cézanne de materializar sensaciones en la propia obra en vez de intentar transmitírselas al espectador. En el cine de Hong Sang-soo, gran admirador del pintor francés, podemos apreciar esto de manera muy intensa.