Sale hoy, macasfaj. El libro que llevamos esperando treinta años.
Chicos, a la Guía del Ocio TAMBIÉN le gusta:
INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL
DISFRUTABLE DEL PRIMER AL ÚLTIMO MINUTO, NO EXENTA DE DEFECTOS, LA CUARTA ENTREGA DE LAS AVENTURAS DE INDY RESUCITA EL MITO POR LA PUERTA GRANDE
Reniego del estéril empeño por objetivizar el análisis siquiera por un día. Se me permita abandonar mientras escribo estas líneas el refugio de la equidistancia. Y es que "Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal" no es película para equidistantes, no es pretexto, siquiera, para ponderar las derivas del cine aventurero moderno (absorbido por la paranoia ultradigital y el tic `videojueguil¿) en contraposición al viejo, romántico y artesanal, el de una pieza en la edad dorada de la narrativa fílmica, cuando la épica manaba de la máquina de escribir y no del laboratorio de posproducción. El asunto es mucho más simple y primario. Decía que el que esto escribe no se resiste al baño de nostalgia, porque es la morriña por las entelequias añejas, del cine de entonces (porque a estas alturas del siglo XXI los 80 son ya un entonces remoto e insondable) la que mueve y remueve la mística del retorno.
Resurrección pues, apología, elogio, panegírico si se quiere de la épica de entonces, la cuarta entrega de las aventuras del arquéologo saqueatumbas por antonomasia descansa sobre el horizonte del culto romántico al último gran héroe. Es verdad que Spielberg y Lucas no han resistido el compromiso con la generación del ruido. Y es que si por algo desentona el cuarto episodio de la saga Indy en el contexto global de la franquicia es por la omnipresencia de la condenada pantalla verde en el horizonte escenográfico del último tercio de la película. Nada que ver, ojo, con la incontinencia digital de la trilogía de precuelas galácticas, pero los imperativos taquilleros tienen estas cosas, la generación play-station tiene que pasar impepinablemente por caja para que el revival sea un éxito. Si los puristas disculpan las puntuales protuberancias tecnológicas de las secuencias montaña rusa, lo fácil es volverse a enamorar por cuarta vez del canalla del látigo por cortesía de un Spielberg que sujeta las riendas del espectáculo con la acreditada maestría que lo precede, fiel a la palabra dada, leal al compromiso de una resurrección pautada por los parámetros de la relectura del clásico y, bajo ningún concepto, de su reinvención.
Es posible que "El Reino de la Calavera de Cristal" sea el eslabón menos noble de la cadena, que la cuarta sea la menos buena de las cuatro entregas de las imperecederas aventuras del mito, pero no hay motivo de alarma, bien al contrario Indy ha vuelto pletórico, Lucas y Spielberg han hecho los deberes para lograr el equilibrio milagroso de contentar a los fans y, a la vez, dar vidilla a recién llegados y paganos varios. Este Indy es el que era entonces, más cascado, más cínico, más de vuelta de todo, pero hasta el rabo todos es toro y, más allá de sus minúsculas sombras, el nuevo juguete funciona con mecanismo añejo, con esqueleto de antaño. Los ingredientes son los de siempre y funcionan con la misma precisión de siempre. Imposible pronunciar mejor piropo. O no, porque se me olvidaba decir que "El Reino de la Calavera de Cristal" es, más allá de la imperdible batería de mimos a los incondicionales (memorable el `cameo¿ de Denholm Elliott, la fulgurante aparición del Arca, la presencia sentimental de cuerpo no presente de Jones padre y un etcétera interminable), un absorbente carrusel aventurero de los de mirar el reloj sin descanso rebelándose contra el implacable trnascurrir del tiempo.
Dignísima secuela, atronador espectáculo disfrutable del primer al último suspiro, cuyas imperfecciones y aristas matiza la nostalgia, la felicidad (alimentada por un Harrison Ford inconmensurable) del reencuentro, la cuarta de Indiana Jones, que conserva intacto el espíritu serie B de toda la franquicia, constata que ni había trampa ni cartón. Más allá de los imperativos del marketing, de la dimensión desmesurada del negocio y de sus innegables pegas, los 20 años de espera, después de todo, han merecido la pena.
Roberto Piorno
lo mejor Harrison Ford y la enorme solvencia global del producto.
lo peor Algún exceso en las secuencias de acción y una Karen Allen desaprovechada.