Respuesta: INGMAR BERGMAN, el post.
8. La isla. Tres obras básicas
El personaje aislado del mundo es una constante en el cine de Bergman De hecho muchas de sus películas se desarrollan en una isla, en la que los personajes dan rienda suelta a sus neurosis o sus problemas existenciales de forma aislada del resto del mundo, en una tentativa de expresar la individualidad y la soledad de las personas con sus problemas. No olvidemos que el ser humano, a pesar de ser sociable, está profundamente solo en sus sentimientos más íntimos que son imposibles de compartir.
La isla, de esta forma, incide en esta individualidad excluyente de los personajes que viven o se refugian en ella para enfrentarse, o evitar enfrentarse, con sus problemas esenciales, y esta isla es protagonista de tres de sus obras más interesantes realizadas casi inmediatamente de Persona.
La perfección tanto visual como temática de ésta última película hizo casi imposible la correcta valoración de su siguiente film, La hora del lobo (1968), aunque sus elementos de conexión con la anterior y su complejidad merecían otra suerte.
Como en la película previa un artista, en este caso un pintor, permanece aislado en una isla, agobiado por sus fantasmas e incapaz de enfrentarse con el mundo. Sus pinturas atormentadas no dejan duda de su compleja psicología y sus pesadillas e insomnios – es incapaz de dormir por la noche - confieren a la película una sensación de cuento fantástico terrorífico donde su protagonista, como el espectador, a duras penas puede diferenciar la realidad de sus pesadillas.
A través de largas conversaciones nocturnas, junto a su esposa, durante la interminable noche hasta que llega la hora del lobo, justo antes del amanecer -“El momento en que mueren los hombres y cuando nacen los niños, el momento de los malos sueños, y, si estás despierto, la hora del miedo” - expone sus traumas y sus angustias, ante la mirada expectante y asustada de la esposa. Sus fantasmas interiores se le hacen presentes en los habitantes del castillo que domina la isla quienes le invitan y, utilizando a una mujer que se convierte en su amante, tratan de separarle de su asidero humano y terreno, su esposa, a pesar de las advertencias de esta última que asiste sin poder evitarlo a la descomposición mental del pintor, en un proceso de alienación progresiva que se asimila a su propio aislamiento creativo.
Sus miedos comienzan a apoderarse de él produciendo un proceso de vampirización más evidente aún que en Persona, culminando en una escena terrorífica de pesadilla en la que los habitantes del castillo se muestran como lo que son, los monstruos de su imaginación, en unas escenas que constituyen una de las alucinaciones más aterradoras que recuerdo en el cine, puesto que surgen del interior de nuestro yo más íntimo y son por lo tanto parte de nosotros.
Es una película revulsiva que incide de nuevo en el proceso creativo, en la muerte y en los miedos personales de las personas, poco tranquilizadora pero que no alcanza la capacidad insinuante de Persona al presentar unos símbolos menos intuitivos y más evidentes, pro sigue siendo un gran film.
Tras la complejidad de Persona y La hora del lobo, el director retoma con La vergüenza (1968) la linealidad, y la información que suministra al espectador es más nítida y clásica. La historia que cuenta es más externa, aparentemente menos personal pero su mundo está presente en cada uno de los momentos de esta historia sobre la guerra, aunque lo fundamental de ella no sea la guerra en sí sino que, más bien, ésta actúa como un entorno en el cual sus personajes tienen que sobrevivir siendo mediatizados por ella.
Aquí la isla es el buscado refugio un matrimonio de músicos, teóricamente apolíticos, que evitan tomar partido, para huir de una guerra que les persigue, aunque al fin no solo no pueden evitarla sino que se ven zarandeados por ella incluso de forma brutal, afectando tanto su vida pública como privada. La conducta de los protagonistas se ve afectada por una situación que no esperaban y sus reacciones ante la agresión conforman y sacan a la luz sus miedos y miserias. La actitud del artista ante el mundo exterior es nuevamente puesta en evidencia por el director.
La cobardía del músico protagonista y su confusión ante una situación que le saca de su mundo creativo muestra todo el egoísmo que el acto creador puede tener. Igual que en Como en un espejo (otra película desarrollada en una isla), la actitud del artista/observador es incapaz de modificar la realidad y de aportar alivio o soluciones, pero aquí, el artista no puede aislarse en un mundo mágico personal, en su isla, sino que está obligado a vivir en su entorno y tomar partido, y, en ese momento su desconcierto se descubre y se ve incapaz de reaccionar, la relación de la pareja se va degradando hasta verse abocada, renuncia tras renuncia, a la autodestrucción espiritual cediendo su dignidad para salvar la vida, para acabar en una huida sin objetivo.
Este film es evidentemente un duro alegato contra las guerras, pero solo en un primer término, ya que lo fundamental, como suele serlo en Bergman es la persona, el ser humano y siendo así también es un magnífico ejemplo de cine político, donde se expone que el aislamiento de los problemas y la falta de compromiso del artista no conducen sino al caos, personal y social, ya que no es posible desentenderse de los conflictos huyendo de ellos, pues estos permanecen en el interior de las personas y es preciso enfrentarse a ellos para eliminarlos.
En cierta forma la película representa una dura autocrítica en cuanto que su producción anterior, hasta prácticamente Persona, ha estado en general al margen de los problemas políticos y sociales de su entorno, volcándose en un conocimiento del hombre ajeno a la cotidianeidad y ausente, por lo tanto, de crítica o compromiso con la realidad. Su torre de marfil queda aquí destruida y parece encaminarse hacia otro tipo de cine más comprometido con su época.
Todo ello es expuesto por el director de una forma sorprendente, más agresiva físicamente que en el resto de su producción con escenas de brutalidad física impensables en su cine hasta ese momento, combinadas sabiamente con períodos de remanso, donde el espectador, agredido por las imágenes, pueda reflexionar y sacar sus conclusiones. Consigue que el espectador, paso a paso, vaya tomando conciencia del comportamiento inadecuado de los protagonistas creando una hostilidad progresiva hacia ellos. Para contribuir aún más al aspecto de alucinación que se produce en el espectador, la película se abre y cierra con la narración de un sueño relatado por los protagonistas que confiere al relato un aspecto de pesadilla.
Otra vez la isla aparece en Pasión (1969), donde prolonga, en una de sus mejores películas, la reflexión de La vergüenza sobre él mismo y su época. Otra vez un terreno aislado con cuatro personajes diferentes, un intelectual refugiado, un matrimonio en el que él es un hombre de negocios incapaz de expresar su necesidad de afecto a una mujer que se encuentra decepcionada tras tratar de disfrutar en lo posible la vida y por último una viuda con necesidad de relacionarse con los demás, viven la comodidad relativa de su aislamiento, que viene rota por la aparición de un quinto personaje, un hombre acusado, aparentemente sin razón, por los habitantes del lugar - nunca vistos en la película - de masacrar el ganado y que es perseguido por ellos, que tratan de hacerle pagar sus teóricas fechorías.
La inseguridad que crea en este personaje el verse perseguido y la incapacidad del intelectual, amigo suyo y en el que confía, para ayudarle, le provocan una crisis que termina en suicidio, provocando situaciones encontradas entre los personajes que buscan mediante su relación con los otros la solución a sus problemas de personalidad y de carencia de amor, y que acaban creando en el intelectual un estado de impotencia y vergüenza por su falta de compromiso, haciéndole consciente de que una relación verdadera y humana de amor no puede sustentarse a costa del sacrificio de los demás.
Este sentimiento puede relacionarse con la actitud del director en su anterior película – dejemos al margen El rito, interludio realizado para televisión –en donde critica la actitud de supervivencia pasando por encima de todo que provoca la degradación moral de sus personajes, película que, por cierto, relaciona con ésta, mediante la aparición de un sueño de la viuda en el que aparece el sueño narrado por el personaje interpretado por la misma actriz al final de La vergüenza, en una gran escena en la que el realizador nos muestra las relaciones existentes entre sus filmes.
La estructura cinematográfica de Pasión es, como en Persona, inhabitual con respecto a sus películas anteriores, que habían pasado de un barroquismo formal de tipo expresionista en su época más conocida - El séptimo sello, Fresas salvajes.... - hasta un esquematismo austero en su época inmediatamente anterior a Persona - Los comulgantes... -, para romper con esta última los criterios bastante tradicionales de sus puesta en escena anteriores. La linealidad de La vergüenza queda sustituida por un lenguaje que puede desconcertar al principio pues, fragmentando la trama, Bergman hace que los actores de su película reflexionen sobre sus propios personajes ante los espectadores del film, ejerciendo, de esta forma, una labor distanciadora y proporcionando datos para que el espectador pueda comprender tanto a los actores como a sus personajes.
La labor de fotografía es asombrosa, desde la utilización del color para realizar equivalencias psicológicas de sus personajes, hasta el increíble final en el que, aumentando el grano de la película, la imagen se degrada confundiendo y degradando las figuras, con la misma intensidad que se confunden y degradan las conciencias de los personajes.
Bergman exhibe sus cartas, mostrando el artificio de la película, la forma en que el creador manipula al espectador y la importancia que para el espectador supone ese conocimiento, con el fin de que el espectador asuma intelectualmente dicha manipulación para sacar sus correspondientes consecuencias.
Entre las dos últimas obras citadas se abre un breve interludio, El rito (1969) Esta película fue realizada para TV y plantea el enfrentamiento de tres actores con un juez que les acusa de obscenidad, aparece al final de uno de los períodos más fructíferos del director y de nuevo, plantea los conflictos de la creación con la moral. Podría relacionarse con filmes como El rostro o Por no hablar de esas mujeres en las que esa pugna aparece de forma continua.
La inseguridad producida en los actores por la censura del juez condiciona su comportamiento y sus relaciones, no se conoce a los personajes, solo se conocen sus actitudes ante la situación a que se enfrentan. Ante la acusación del juez dejan de ser actores para ser individuos, desprovistos de la seguridad de la máscara, y, como tales, se ven acometidos por el miedo ante lo desconocido, ante el poder que el juez representa y que puede manejarlos... como ellos manejan desde el escenario a sus espectadores.
De nuevo, tras el cambio de actitud de La vergüenza, plantea una crítica a algo muy real como es la censura, representada por el juez, ante la que se rebela, pero no es un alegato simple y elemental, sino que implica a los actores y muestra su perplejidad ante la agresión. Sufren las dudas que ellos mismos pueden provocar a las personas que asisten a sus representaciones, y el juez pasa a ser el manipulador, con capacidad sobre su futuro. El esquematismo y la desnudez de los decorados eliminan toda posible digresión hacia otros asuntos planteando el problema de forma austera y transparente
Al ser una producción para TV, y de corta duración, el director trata de eliminar impurezas para dejar limpios sus planteamientos, no hay demasiado tiempo para disquisiciones, y eso se nota en el resultado que, aunque interesante, resulta en exceso esquemático