Lo que le espera a Barcelona
¿Qué ha sido de Barcelona? ¿Por qué la ciudad más poderosa del Mediterráneo ha cedido el liderazgo del país a las comarcas del interior? ¿Por qué es incapaz de generar una posición que responda a sus intereses y potencialidades, tan distintos del resto de Cataluña, ante un conflicto que la va a perjudicar más que a nadie?
Recientemente el alcalde de Barcelona encargó a un grupo de expertos afines estudiar el impacto en la ciudad de una Cataluña independiente, ya que, como el propio Xavier Trias reconoció, en los trabajos sobre construcción de un Estado catalán del Consejo de Transición Nacional esta cuestión, increíblemente, no se había examinado. Hace muy poco, el Ayuntamiento de la Ciudad Condal ejerció de anfitrión, antes de que visitasen la Generalitat, de los alcaldes de una gran mayoría de localidades catalanas, apoyando el 9-N, iniciativa cuya organización no lideró el consistorio barcelonés sino alcaldes del interior. Últimamente, las entrevistas de Trias, además del soberanismo, giran alrededor del turismo, como las de un alcalde de cualquier villa costera.
No fue un lapsus del Consejo de Transición. Ni falta de entusiasmo soberanista del Consistorio. Ni que el turismo sea la deliberada estrategia de la ciudad. Son ilustraciones de lo que Barcelona y su comarca representan para el independentismo: un enclave a vaciar políticamente primero —imprescindible objetivo ya conseguido— y social y económicamente después; limitar Barcelona a exitosa villa turística costera, más eventos y congresos; a una comarca, una más, de una Cataluña homogénea, de mínimo común denominador, el de las comarcas no metropolitanas.
Este designio, implementado en una maniobra de años, comenzó en 1987 con la decisión del expresidente Pujol de suprimir la Corporación Metropolitana de Barcelona, a la que evaluaba, correctamente, como contrapoder de la Generalitat. Al catalanismo empresarial y burgués de la CiU de entonces le asustaba la doble condición del cinturón barcelonés: obrero e inmigrante. El vaciado político de Barcelona continuó por décadas con una normativa electoral todavía vigente, basada en una disposición transitoria de una ley de 1985 que privilegia el “territorio” sobre los votos de la provincia de Barcelona. En nombre del “equilibrio territorial”, el voto de un barcelonés vale menos que el de un votante de Girona, Lleida o Tarragona. Lo local, agrícola (salvo zonas de la Tarragona costera) y turístico pesa más que lo metropolitano, industrial y cosmopolita. La base emocional y electoral de Convergencia ha estado en las comarcas del interior, pero puesta al servicio de los intereses de las clases medias altas barcelonesas. Sin embargo, en el verano-otoño de 2012 estas clases pierden el control del nacionalismo a manos de los enragés del interior, como ERC. La progresión del soberanismo ha ido del campo (lo territorial, comarcal) a la ciudad cosmopolita. Solo es en los últimos comicios cuando los resultados electorales de algunas zonas de la ciudad de Barcelona se empiezan a parecer a los de la Cataluña comarcal.
La prolongada maniobra de desgaste para doblegar a Barcelona culminó, como toda buena ofensiva, en un furioso ataque final liderado brillantemente por la prensa nacionalista, apalancado en la torpe ocurrencia populista del alcalde socialista Jordi Hereu de convocar ¡un referéndum! sobre una reforma urbana. El PSC, partido de administradores sin alma, tácticos sin estrategia, rindió la ciudad a los soberanistas, espléndidos tácticos y estrategas, para colmo tan económicamente saneada —no como Madrid— ¡que incluso ayuda a financiar la Generalitat!
Todavía existen bolsas de resistencia al intento de fagocitación de Barcelona por el proyecto de homogeneidad nacionalista. Este sigue sin penetrar los barrios barceloneses donde residen los trabajadores inmigrantes españoles, muchos ya jubilados, que tanto han respetado la cultura y la sociedad catalanas, hasta la ingenuidad. En las autonómicas del 2012, en El Carmel, Ciutat Meridiana y Prosperitat, tanto el PSC como el PP lograron más votos que CiU y Esquerra. Incluso Ciutadans sobrepasó a ERC y, en algún barrio, a CiU. También fuera de la ciudad se da el fenómeno: en Cornellá y L’Hospitalet, la segunda ciudad de Cataluña, el PSC obtuvo más votos que CiU y ERC sumadas, el PP más votos que CiU, y Ciutadans más votos que Esquerra. Y en Badalona gobierna el PP. Como contraste, en la comarca leridana del Pla d’Urgell, agrícola y ganadera, en las últimas autonómicas CiU y ERC capturaron el 70% de los votos. No es la única ilustración de la abismal diferencia entre el territorio y Barcelona. Política, social y económicamente son países distintos. El cinturón de Barcelona se parece más al sur de Madrid que al Pla d’Urgell. El capitalismo industrial genera las condiciones materiales para la solidaridad internacional entre trabajadores. El nacionalismo, premoderno, los separa.
Aún con esos rescoldos barceloneses de resistencia, ¡qué gran triunfo la conquista nacionalista de la alcaldía de Barcelona! ¡Lo había ansiado e intentado tanto CiU!, incluso nada menos que con Miquel Roca. Lo consiguió a la tercera Xavier Trias. Pocos políticos encarnan como él la alta burguesía. Con una distinguida carrera como cordial operador político, pero incapaz de imaginar ambiciones globales, las órdenes que ha recibido de Convergencia son claras. Primero, evitar todo conflicto susceptible de apartar el foco mediático del proceso independentista. Así, el alcalde tocó retirada en un reciente conflicto con grupos antisistema: Can Vies. Nada puede distraer del proceso. Segundo, imprescindible, prestar la ciudad, de reconocimiento global después de las Olimpiadas, como fotogénico decorado de las exhibiciones soberanistas. El conflicto civil será en Barcelona, en sus calles y plazas, no en los pueblos de Girona, Lleida o interior de Tarragona: ¿a quién le importaría? No es extraña pues la emoción que el alcalde Trias dijo sentir al recibir primero y formar parte después de la reciente procesión soberanista de la inmensa mayoría de alcaldes catalanes. Un consistorio más entre ellos. Barcelona asimilada. Gran victoria nacionalista.
Barcelona tiene más problemas que el conflicto independentista, pero que este hará más intratables. Después de unos Juegos Olímpicos universalmente aclamados, que proporcionaron a Barcelona lo que nunca ha tenido Madrid, una marca global, las nuevas estrategias de ciudad serían de difícil formulación e implementación. Cualquier comparación con el empuje que supusieron las Olimpiadas será una decepción. Ilustración de estas dificultades fue el fracaso del Fórum Universal de las Culturas de 2004, tan zapateril en cronología e intención —condiciones para la paz y diversidad cultural—, curioso esto último en un país en el que entonces se multaba por rotular solo en castellano.
A pesar de ser Barcelona y su entorno más de la mitad de la población y riqueza de Cataluña, sus posibles estrategias de futuro carecen de autonomía o dimensión crítica: la industria automovilística, siendo importante, tiene centros de decisión foráneos; las innovadoras industrias del conocimiento —Cataluña cuenta con las mejores universidades de España— carecen de suficiente tamaño y financiación. Cataluña no es Massachusetts. España no es el corredor del noreste americano y Europa no es Estados Unidos. Alternativas imaginativas que pudieran generar nuevas opciones, además de cambiar la actual dinámica perversa Cataluña-España, como una cocapitalidad con Madrid, no fueron promovidas por quien tenía que hacerlo: el PSC-PSOE.
De esta manera, Barcelona ha quedado atrapada en una estrategia por defecto: el turismo. Como por su éxito la bolsa ha seguido sonando, y ya se sabe las bondadosas consecuencias de su tintineo en Barcelona, no se genera el necesario sentido de urgencia de cambio hacia un nuevo posicionamiento en un horizonte global.
La composición de los partidarios de la consulta es reveladora de los peligros para Barcelona del independentismo: la nueva Convergencia, ERC, ICV, CUP. Solo Unió desentona en tan anticosmopolita coalición de “agropecuarios” y antisistema. El soberanismo ha pasado a ser liderado por quienes nada tienen que ganar de Europa y la globalización —precisamente ambos ámbitos son lo que necesita Barcelona para seguir siendo la mejor ciudad del mundo para vivir—.
Barcelona —cosmopolita, irresistiblemente bella, inquieta— lo tiene casi todo. Sin ella, Cataluña no es. Pero la Barcelona que requiere el soberanismo es una ciudad controlada, global solo en lo turístico, homogénea con el “territorio”. Sí que hay un independentismo que valdría la pena: el de Barcelona.
http://elpais.com/elpais/2014/09/29/opinion/1411979147_876239.html