Me da mucha pena, cuando no ganas de vomitar, todo lo acontecido ayer. La iresponsabilidad pirómana de quien se cree iluminado por el destino y, los que en defensa de la ley se extralimitan y se ven superados por una siuación que no alcanzan a comprender. Ayer, con el polvorín montado en Cataluña lo único que sobraba era que se entrara con antorchas encendidas en un terreno cuidadosamente preparado para arder. La causa de quienes se creen con la razón y con el derecho en ambos bandos no hace otra cosa que dificultar cualquier posible solución. No porque no se quiera, una inmensa mayoría de españoles asistimos atónitos a cómo se pisoteaba el estado de derecho, a cómo se repartía cera a ciudadanos que, equivocados o no, tenían buena voluntad de votar.
Ayer el gobierno lo tenía muy fácil, sólo tenía que hacer lo que venía haciendo hasta ahora:nada. Por el contrario se dedicó a revolcarse en su charco de torpeza y metió a la Policía Nacional y la Guardia Civil en una diana que jamás debió estar, dilapidando nuestra imagen internacional de país sereno y seguro ante los ojos del mundo, que hoy en día se informa por twitter y las imágenes de tipos enfundados en cascos y con porras a los que no se le ve la cara arremeten contra gente desarmada se quedan grabadas en el imaginario colectivo como una batalla entre buenos y malos que no es tal. Todo lo que no tenía que ocurrir, ocurrió. Los independetistas tuvieron su votación y las imágenes de la policía repartiendo cera. Las bases que pedían mano dura, la suya. Y en el medio, perdemos todos los españoles. Pero mucho me temo que esto sólo acaba de empezar.