El desplome de las bolsas nos lleva al principio de la crisis
En recuerdo de mi padre, de cuya muerte se ha cumplido un año esta semana, que descansa en el lugar donde reposan los hombres buenos
Más allá de las interpretaciones que los distintos analistas hayan realizado sobre la importante caída de las bolsas de ayer, para las que ni el fuerte retroceso del precio del crudo en el último mes y medio ha servido como tabla de salvación, hay una evidencia que es la que, a mi juicio, está manteniendo la prevención y la incertidumbre en los mercados financieros internacionales y alentando la desconfianza de los inversores. Los factores que originaron la crisis y que, por tanto, son determinantes para su solución, están lejos de estabilizarse y, en tanto no se corrija su deterioro, las posibilidades de que el impacto de la situación actual se expanda a otros ámbitos de la actividad económica, crece por días. Fíjense, si no, en el artículo de Bloomberg que les adjunto acerca de la evolución de la deuda vinculada a créditos para automóviles y tarjetas de crédito a lo largo del mes de agosto. Cuidado. Como podrán comprobar a lo largo de estas líneas, estamos en un momento crítico en la resolución de la situación que, probablemente, va a traer consigo una vuelta de tuerca más en el modo en el que las autoridades están abordando la crisis actual. Si no se creen lo que les digo, lean, lean, bajo la siguiente premisa de partida: aunque gran parte de este artículo va a centrarse en el ámbito norteamericano, no es difícil extrapolar, con las particularidades que sean necesarias, sus conclusiones a aquellas naciones que han construido monstruos similares en los últimos años, como puede ser el caso de España o Reino Unido. Siéntanse libres de hacerlo. A todos nos interesan sus comentarios. Enriquézcannos.
¿Cuáles son dichos factores? En primer lugar, la evolución del mercado inmobiliario norteamericano, sector al que está ineludiblemente unido el término subprime, un perfecto desconocido hasta hace doce meses. Bien, coinciden en el tiempo dos análisis paralelos sobre la realidad residencial estadounidense (uno firmado por un banco de inversión europeo y un segundo, publicado en Market Watch, que les adjunto) que llegan a la misma conclusión, cosa que no es de extrañar ya que toman el mismo criterio de partida: queda, en aquél país, entre un 15% y un 20% de caída nominal de los precios del ladrillo. Ambos utilizan, en efecto, el ratio coste de las casas sobre ingresos familiares para determinar en qué momento del ciclo se encuentra la valoración de la vivienda respecto a las series históricas. El uso de este indicador no es discrecional. Se trata de una medida que se había mantenido extraordinariamente estable en los veinte años anteriores al boom que se iniciara a principios de la década actual. Y ello pese a convivir con distintos escenarios de tipos de interés, crédito, inflación o ciclo económico. Pues bien, su conclusión es la que hemos mencionado con anterioridad, visión que es compartida por el Profesor de Harvard, Martin Feldstein, en un muy interesante artículo del FT del pasado 26 de agosto, cuya lectura encarecidamente les recomiendo. ¿Lo bueno, por buscar algo? Si extrapolamos la tendencia de precios de los últimos meses, el ajuste se demoraría entre 12 y 18 meses. Teniendo en cuenta que la bolsa anticipa las noticias con un par de trimestres de antelación, podríamos ver un punto de inflexión allá por la primavera-verano del año que viene.
O no, y entramos aquí en el segundo factor. Porque paralelamente a la estabilización del mercado residencial norteamericano, se hace necesaria una aceleración del necesario proceso de desapalancamiento, reducción de activos o mejora del capital, del balance de las entidades financieras que les permita, no sólo corregir sus ratios de solvencia, sino contar con la liquidez necesaria para poder acometer nuevos programas de financiación a la economía real. A mi juicio, resultó determinante para que la caída bursátil de ayer se acelerara el informe que, sobre el particular, publicó Bill Gross, el gestor estrella de PIMCO, tradicionalmente la mayor gestora de renta fija del mundo. Bien, como pueden apreciar en el documento que les adjunto, y más allá de las sorprendentes alabanzas dedicadas al payaso Cramer, Gross llega a una conclusión, de partida, terrorífica: dado que la capacidad de captar capital de los bancos es escasa, -él mismo reconoce haberse precipitado en su apuesta por el sector y declara su voluntad de no querer repetir la experiencia-, la única manera de lograr un reequilibrio en el balance de los bancos parece que es a través de la venta desordenada, y hasta irracional, de sus activos, -un tipo de operación que, por cierto, realizara en su día Merrill Lynch con escasa continuidad posterior por parte de sus competidores, como recuerda este interesante artículo del Washington Post-, con el consecuente impacto en la valoración del resto de los instrumentos financieros directa o indirectamente vinculados, aun de mejor calidad, y en la volatilidad asociada a los mismos, que se incrementa, lo que repercute al alza en sus primas de riesgo y a la baja en el valor presente de dichos activos.
El problema para el gestor de PIMCO es que la consecuencia más visible de este fenómeno ha sido una caída global en la riqueza de los americanos (acciones, bonos, vivienda) del 10% en términos interanuales. Algo no visto, y vuelve otra vez el fantasma de hace 70 años, desde la época de la Gran Depresión. Gross, y de ahí que insista en que para mí este comentario tuvo una importancia capital en el comportamiento bursátil ayer, destaca en su comentario que, al haberse establecido este círculo vicioso de liquidación de activos y deuda asociada, podemos encontrarnos con que, y lo pone en negrita para que no quepan errores, “una economía en recesión o estancada derive en algo mucho peor”. A su juicio, y cito literalmente, esta concatenación de hechos podría hacer que “una simple fogata se convierta en un incendio de considerables dimensiones; un suave mercado bajista en un auténtico tsunami financiero”. Un problema que, comenta, se agudiza, precisamente, por la ausencia de apetito por el riesgo, por la falta de una renovada liquidez que sirva de soporte al precio de los activos financieros. Y para el que, concluye, sólo cabe una solución que es “de puro sentido común: si queremos evitar que continúe esta desordenada liquidación de instrumentos financieros de proporciones históricas, sólo cabe confiar en que el Tesoro estadounidense abra su balance a las instituciones públicas y privadas que lo necesiten”. Vivan el riesgo moral y la socialización de las pérdidas. Un mensaje apocalíptico procedente no precisamente de un don nadie que encierra una enorme carga de potencial riesgo sistémico y que cobra aún más dramatismo si recordamos el camino que lleva ya recorrida la crisis actual. Desde luego, no se puede negar que ha encontrado, en la reacción de las bolsas, el eco adecuado para sus postulados.
Titulaba el artículo de hoy, "el desplome de la bolsa nos lleva al principio de la crisis". Y es que, en mi modesta opinión, así es. Efectivamente, las circunstancias del día a día apremian, generando una inmensidad de ramas que, desde la ausencia de perspectiva temporal, nos impiden ver el bosque por el que caminamos desorientados, financieramente hablando. Pero es momento de volver al punto de partida. Hemos defendido, prácticamente desde el inicio de la crisis, que estos dos factores, residencial y desapalancamiento, eran claves para diagnosticar, a través de su evolución, el estado de la cuestión en el que nos encontramos. No los perdamos de vista. En ellos se encuentra la génesis de la problemática actual y, de su solución, dependerá la recuperación de los mercados. Lo demás son derivaciones más o menos extensas. O no, que para gustos, los colores. Nada más. Buen fin de semana a todos.