2013 está siendo con diferencia el peor año para nuestras salas de cine y para la industria cinematográfica de nuestro país. Durante el segundo trimestre de este año se han batido varios récords a la baja en asistencia y recaudación en salas, sin ir más lejos, esta semana hemos batido el record absoluto a la baja en lo que a asistencia se refiere y con una recaudación total de unos miserables 2,2 millones de euros. Todo esto está acelerando y determinando el cierre de muchas de las salas, siendo el ejemplo más mediático la radical merma de la cadena Renoir, que el pasado mes de Abril anunciaba el inminente cierre de 180 de sus 200 salas.
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Los motivos son muchos. Hay algunos de muy largo recorrido como el de la piratería, que ya a principios de la década pasada hizo habitual la compra de películas a los manteros para ser paulatinamente sustituida por la descarga de copias que se ponían en circulación en la red de forma ilegal. Una forma de consumir cine, series, música, libros o cómics que ha hecho una dura mella en el sector cultural y contra la que todas las medidas puestas hasta la fecha se han visto inútiles en una mezcla de falta de eficiencia y dejadez. Eso ha llevado a que en poco más de una década la imagen de la cultura como un bien esencial para la sociedad se haya devaluado drásticamente. Por desgracia se hace patente que no se valora aquello por lo que no se paga y el desdén con el que muchas veces se habla de todas estas industrias es ejemplo de ello.
La burbuja creada en la segunda mitad de los 90 en torno a las salas de cine también se ha pinchado. Un parque de salas que en 1995 era de 2090 salas (tras una evolución estable desde las 1882 de 1988), vio incrimentado su número hasta 4.401 en 2005, año a partir del cual la burbuja empieza a desinflarse. ¿Por qué? Pues por exceso de salas y porque un cambio en normativa urbanística permitió a locales emblemáticos cambiar su uso de espacio cultural a espacio comercial. Así vimos en Madrid y Barcelona a muchas salas emblemáticas del centro de las ciudades reconvertirse en tiendas de ropa de grandes cadenas. Otra forma más de devaluar la imagen del cine y la cultura. Desde ese año, y potenciándose poco a poco con la crisis, las salas no han dejado de cerrar siendo seguramente este 2013 el peor año que vamos a vivir a ese respecto. A falta de datos definitivos del ministerio se estima que el número de salas en 2012 ascendía a 3.813, 588 menos que en 2005, y 231 menos que en 2011. Un cierre que afecta sobre todo a pequeños cines frente a los grandes multicines como comentan en este artículo de Terra. Sirva como hecho a tener en cuenta que las capitales de Pontevedra y Soria ya no cuentan con cines, ojo, esto es serio.
Mientras tanto, los precios de las entradas no han dejado de subir. En 2004 el precio medio de una entrada era de 4,80€, en 2012 ascendía a 7,24%. Un incremento del 36%, frente al 19% del IPC en ese mismo periodo. Es cierto que los exhibidores han tenido que afrontar muchos cambios tecnológicos o de confort en las salas. Digitalización de salas, sistemas de sonido en evolución constante, implantación del 3D, proyectores a 48fps, proyectores 4K, y suma y sigue. Eso, un mercado cada vez más renqueante y la estocada que ha supuesto el IVA del 21% ha dejado a los propietarios de las salas con el culo al aire. Paralizados, ahora algunos empiezan a plantearse bajar precios de forma sensible, pero sigue siendo un movimiento tímido porque la situación es tan mala que una mala estrategia puede llevar todo al traste, aunque lo actual sólo garantiza una muerte lenta.
Luego está el tema específico del cine español. Entre el abuso habitual del sistema de subvenciones por el clásico “hecha la ley, hecha la trampa” y la politización de parte del sector, el cine español tiene una imagen muy desprestigiada desde hace mucho tiempo. No ayuda tampoco que se siga insistiendo machaconamente en tópicos que hace mucho que no son reales (cine español = guerra civil, putas y malas comedias) y que casi siempre los mantienen personas y medios de una tendencia política opuesta, que, para colmo, fardan de no ir nunca a ver cine español en una especie de fiesta de la ignorancia flipante. Por todo esto, la imagen de nuestro cine sigue siendo la de ROJOS MANTENIDOS POR EL ESTADO Y QUE VIVEN A CUERPO DE REY. Yo sólo puedo decir que de la gente que he conocido rico no hay ni uno, algunos hasta siguen viviendo con sus padres o comparten piso. Además, con la crisis, se han reducido las ayudas un 30% y se han cambiado ciertos criterios a la hora de producir cine, y resulta mucho más fácil conseguir dinero para una gran producción que para una mediana. Todo esto está llevando a polarizar el cine entre películas importantes y películas de muy bajo presupuesto, que muchas veces se producen ya al margen de la industria y cuyas posibilidades de sacar beneficio, por mucho Internet que haya, son escasas. Es decir, o negociazo o amor al arte. Todo lo que sea crear algo intermedio y sostenible es cada vez más complicado.
Es cierto que muchas veces se ha hablado de cambiar la política de subvenciones y de protección a nuestro cine. El cacareado modelo francés, por ejemplo, que no paga parte de una película, sino que en función de su éxito da al productor más margen para producir la siguiente. Eso junto a una mayor presencia en salas de su cine. Un sistema protector en cuanto a cuota de pantalla, pero que fomenta más el “mérito” en lo relativo a las subvenciones. Un sistema que suena mejor, pero ante el que algunos productores de vieja escuela, y acomodados en sus respectivas formas de defraudar al sistema actual, no es que se hayan mostrado muy insistentes. Ahora bien, la gran traba para cambiar aquí las cosas a un sistema más protector y a la vez más justo a nivel de industria, no ha sido otra que la propia industria de Hollywood. No nos engañemos, quien más gana con que el cine español y europeo tenga poco éxito son las majors, que ganan así presencia en salas. Una de las medidas que muchas veces se ha planteado era obligar a estrenar un porcentaje razonable de copias en V.O., pero eso supone recaudar menos cantidad por copia, por tanto, menos copias y menos dinero. Estados Unidos en esos casos hace lo que mejor sabe hacer: “no me toques los huevos o te los toco yo a ti” o lo que es lo mismo, si impides que el audiovisual norteamericano campe a sus anchas, ellos te van a poner toda clase de trabas y aranceles en tus exportaciones en otros sectores (vino, aceite…). Además, antes hablábamos de que el cierre de salas afectaba esencialmente a cines pequeños, los grandes multicines pertenecen o están controlados en su mayoría por las majors, por lo que también controlan la exhibición. Y luego están los famoso “paquetes de películas” (si quieres el superblockbuster, te llevas por huevos un buen surtido de pelis de relleno). Es luchar contra gigantes.
Todos estos antecedentes ya los conocemos de sobra, al menos no son nuevos. Lo realmente importante es ¿qué se puede hacer para que el cine en salas perdure?
Desde luego habría que empezar por algo tan obvio como reducir el precio de las entradas de forma importante. Según algunos estudios y viendo el funcionamiento de otros mercados, bajar el precio de las entradas aumentaría sensiblemente la asistencia a las salas. Siempre es mejor tener 200 butacas ocupadas a 5€ por entrada, que tener 70 a 9€. También hay quien especula con la posibilidad de que no todas las películas cuesten lo mismo, es decir, la gente no se lo piensa a la hora de pagar 9€ para ver El Hombre de Acero, pero ni se plantea pagar eso mismo por una película como Insensibles. Igual que cuando uno va a comprar DVDs a la FNAC y elige entre distintas combinaciones de precio y tipo de peli, no sería descabellado hacer lo propio en las salas. Pero claro, esto es relativo, porque una copia en 35mm o un DCP cuesta lo mismo para uno que para otro, es más, es probable que la peli que estrena 600 copias pague menos por copia que la que estrena con 100. Con todo, merece la pena barajar esa posibilidad. También habría que normalizar el uso de bonos, tarifas planas y demás ofertas ventajosas para espectador y exhibidor.
Perseguir la piratería es otro asunto pendiente. La ley Sinde no ha servido para nada, quien quiere bajarse películas se las baja igual porque quienes se benefician de ellas en la red, los portales de intercambio de enlaces, siguen abiertos. Aquí, de todas formas, gran parte de la responsabilidad creo que está mal orientada desde hace mucho. Porque de nuevo hay que buscar al gran beneficiado de que esto no cambie, es decir, las compañías telefónicas. Éstas llevan años luchando porque contratemos el mayor ancho de banda posible y desde hace cosa de 2 o 3 años la instalación y contratación de fibra óptica se ha convertido en una prioridad. Salvo que uno tenga un negocio que requiera un gran ancho de banda, hoy por hoy no tiene demasiada lógica contratar 100Mb/s si no es para descargar pelis y juegos en tiempo récord. El gobierno (y me da lo mismo el color del mismo), consciente de que en plena crisis no conviene ponérselo difícil a las pocas empresas solventes que quedan por aquí, y a veces quizás por amiguismo (que todos recordamos la privatización de Telefónica), intuyo que hace la vista gorda pese al daño que eso supone a largo plazo. Y siendo algo que se ha tolerado durante muchos años estaba claro que no se iba a cambiar con la que está cayendo. Pero eso no quita que se trate de algo injusto para todo el sector cultural y del ocio, y ya que estos sectores les pedimos que bajen precios, al menos deberíamos dar ciertas garantías a su negocio. No me gusta pagar 9€ en el cine, vale, pero mal me van a reducir el precio a 6€ si sigo pudiendo bajar la película gratis. Tampoco ayuda esto a que portales cada vez más populares y mejor surtidos como Filmin, Waki, Nubeox y similares se consoliden. Su oferta es, en algunos casos, muy buena, tanto en precios (las tarifas planas oscilan entre 8 y 10€) como en variedad y novedad de títulos. Démosles una oportunidad.
Reducir el IVA a la cultural. Es de cajón, y más, viendo cómo se ha resentido la asistencia a las salas desde la subida del IVA. Países como Alemania mantienen un IVA del 7% para las entradas de cine (aquí teníamos un 8% hasta el pasado mes de Septiembre). Francia tiene un IVA del 5,5 más una tasa especial que oscila entre un 10 y 16% que se destina directamente a reinvertir en cine nacional. En cualquier caso, entre ambos impuestos, oscila entre 15,5% y 21,5%. Es decir, algo inferior que España pero con repercusión directa en su cine.
Esto serían medidas a corto plazo, para salvar los muebles. Pero debemos mirar más allá y entender la cultura no sólo como un sector estratégico a nivel económico, sino también a nivel social. La cultura enriquece, permite forjar una identidad, discursos críticos, ideas nuevas. En el fondo, la cultura permite crear un pensamiento mucho más allá de esa mentalidad puramente mercantilista y excesivamente funcional en la que nos estamos metiendo a pasos de gigante. Una mentalidad que nos está llevando muchas veces a aceptar lo inaceptable para conseguir objetivos cortoplacistas perdiendo cosas mucho más importantes en el camino. Lo vemos cada día en cómo se están replanteando a nivel ideológico cosas tan básicas como la educación, la sanidad, las pensiones. Convirtiendo todo eso en una mera cuestión de rentabilidad económica, reduciendo al ser humano a algo que debe producir un beneficio y que cuando deja de hacerlo es mejor prescindir de él. La cultura nos enseña a ser humanos.
Es por eso que habría que hacer todo lo posible para que algo con tanta solera como el cine y el audiovisual, con más de 100 años de historia, se enseñara en los colegios. Es absurdo pensar que es más importante enseñar latín antes que audiovisuales, cuando lo segundo es algo que consumimos con ansiedad cada día pero que nadie nos enseña a valorar de forma crítica y creativa. Es algo que llevo pensando desde hace muchos años y que me alegra ver que hay gente dispuesta a llevarlo a la práctica. Lo de enseñar cine en las escuelas es, además, una reivindicación del sector europeo desde hace más de diez años y pese a todas las reformas educativas que hemos pasado en este país, ninguna ha tenido en cuenta algo que, para mí, resulta obvio. Igual que se enseña a leer y a analizar textos debería hacerse lo mismo con el cine.
Tampoco estaría de más, quizás, tratar de despolitizar el sector. No es que me parezca mal que actores o directores se pronuncien, de hecho, casi siempre coincido políticamente con ellos y, aunque no lo hiciera, es un derecho que tenemos todos. El problema es que eso ha llevado a que la derecha mediática tome la parte por el todo, la misma derecha que, por otro lado ensalza el cine americano frente al español, siendo EE.UU. un país donde la gente de la cultura se pronuncia políticamente de forma habitual. El problema es que esto es Españistán y tratar de hacer un debate de ideas y no de prejuicios a estas alturas es muy complicado, sólo será posible si descongestionamos la carga política y demagógica que circula en torno al cine. Que sea algo que sintamos todos como propio y no como algo eternamente sesgado.
Desde luego esto sólo son ideas, algunas puede que tengan difícil implantación, es posible que haya muchas mejores, pero es clave buscar soluciones con urgencia. En definitiva, el cine es una industria estratégica, es parte esencial de nuestro ocio y, ante todo, es parte de nuestra cultura y como tal, nos enriquece como personas. Si dejamos que mueran las salas morirá un poco de nosotros con ellas y seguiremos dando pasos hacia esa robotización mental que sólo encuentra respuesta en un cinismo que todo lo inunda y que sólo ayuda a desencantarse aún más con todo.