Sevillanicos, ¡'gora' San Fermín!
- Una cosa es leer que Cruise rueda un encierro en Andalucía y otra cosa, verla
- El despiste cultural-geográfico, lo mejor de la película
Luis Martínez | Sevilla
Actualizado jueves 17/06/2010 16:18 horas
Plano general. Día soleado. Al fondo, la Giralda. Debe de ser Sevilla. Un letrero sobreimpreso, despeja las pocas dudas: "Sevilla, Spain". Es Sevilla. De otro modo, es blanco, se vende en botella y aparece rotulado con una etiqueta donde se lee: "leche de vaca". ¿Qué es? Pues polvorones no van a ser, piensa uno en su inocencia. Se cierra el plano. Sevilla un poco más de cerca. Un grupo de mozos vestidos de blanco pasean con un pañuelo rojo al cuello. ¿'Ein'? De repente, entre varios cabezudos, un gigante. ¿'Ein'? Suena la música: "Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo...".
¿Estaremos sufriendo las consecuencias psicotrópicas del AVE? Aparece el villano, interpretado por nuestro Jordi Mollà, y en el escenario de un patio sevillano de Sevilla (en Sevilla, vamos) suelta su frase: "Señora, estamos en plenas fiestas de San Fermín". Tres hurras por el guionista. Sólo falta Manolo el del Bombo dando vítores a la Moreneta.
Todo esto ocurre en 'Noche y día', la película en la que Tom Cruise reinventa el panorama de las fiestas patrias y que ayer noche vio la luz en... Sevilla.
La duquesa de Alba, Curro Romero, Rivera Ordóñez... Lo dicho, ¿dónde estaría Manolo el del Bombo que se lo perdió? Todos estaban allí presenciando el espectáculo singular. Pero, cuidado, que no es la primera vez que Cruise, ese sincrético heterodoxo, la caga (con perdón). Algo parecido ya se había visto antes
en 'Misión imposible', donde las fallas, las de Valencia, y las procesiones, las de Sevilla (¡qué fijación!), vivían en feliz y atolodranda comunión. La Macarena en llamas. Inaudito. Esta vez, sin embargo, se supera a sí mismo. Los osos polares de 'Perdidos' parecen algo llevadero al lado del feliz chorizo pamplonés-hispalense.
Y en la esquina, un 'miura'
Pero lo peor (o lo mejor, según se mire) estaba por llegar. Salen los toros y... a correr. Es sabido que muchos americanos de América, después de leer 'Fiesta', de Hemingway, están convencidos de que los toros y las nobles gentes de Navarra viven en feliz desarmonía durante todo lo que duran los 'sanfermines'. No entienden, vamos, lo de los encierros. Se imaginaban que el ganado bravo se paseaba a su libre y cuadrúpedo albedrío por la calle Estafeta todo lo que dura el día. Y claro,
vivir así es un no vivir. Eso de doblar una esquina y, ¡su madre, un 'miura'!... Pues no sonrían, porque Cruise y su gente son de una opinión parecida.
Lo que se ve en la película de James Mangold (por cierto, el encierro fue rodado en la calle ancha de Cádiz, que no Sevilla) es, sencillamente, una bonita algarabía
-entre la estampida y la discoteca 'after'- de jóvenes vigorosos, motos y escopetas de cañones recortados. Los toros por un lado; los corredores por el otro, y el sentido común a lo suyo: ajeno al devenir de los acontecimientos.
La película, por otro lado, cumple con lo que se esperaba de ella. Sobre el papel se anunciaba como una energética mezcla de James Bond y 'Mentiras arriesgadas'. Es decir, acción de la espectacular (qué si no), pero graciosa. Pues ahí estamos.
Ahora que el agente 007 se ha convertido en un sujeto tan políticamente correcto que ni se encama con las malas, bien está que alguien se empeñe en recuperar el buen tono de un individuo simpáticamente estúpido o estúpidamente simpático. Eso y no otra cosa eran los 80. En unos tiempos, los actuales, en que hasta el Ratoncito Pérez para resultar creíble ha de arrastrar un trauma infantil,
bien está que un señor con dos pistolas mate por el puro placer de hacer ruido. ¡Cómo mata este hombre!, que diría Gila.
Así las cosas, la película se abre con una escena en avión de las que gustan. Toda ella desastre. De puro increíble, gozosa. A su lado, nos tropezamos con un memorable hallazgo del director. En un momento determinado de la cinta, Cameron Díaz es sedada, drogada o algo peor y en ese estado recorre medio mundo. La feliz ocurrencia de Mangold es colocar la cámara en posición subjetiva. Es decir,
el espectador es invitado a un delicioso 'tripi' volandero alrededor del planeta. Un descubrimiento.
Bien es cierto, y llegan las malas noticias, que la trama principal, tan plana como acostumbran a ser las tramas planas, no ayuda. El esquematismo del planteamiento convierte las transiciones entre las escenas de acción en un desierto. Donde Bond, el de antes, colocaba unos cuantos encuentros fugaces y muy productivos con especímenes del sexo contrario, 'Noche y día' se limita a intentar
una historia de amor tan puritana como fallida. Cruise no folla, otra vez con perdón. Gusta la construcción, empujada por una diálogos ocurrentes, de los personajes, pero despista la poca imaginación de un argumento incapaz de tomar la delantera a las deducciones o suposiciones del espectador.
Da la sensación de que el guionista, tras ser iluminado por la ocurrencia de celebrar lo encierros en Sevilla (¿o era Cádiz?), cayó exhausto.
Nunca antes la historia del cine había visto algo parecido. Y la verdad, en tiempos de crisis, sería una imprudente temeridad despreciar la idea. ¿No resultaría más barato agrupar las fiestas patronales de los distintos pueblos de España? ¿Acaso no serviría esta propuesta para unir a la España plural en un sentimiento compartido? ¿Por qué no celebrar al mismo tiempo los partidos de fútbol (ya casi religión) y las procesiones del patrón local? Al que meta gol, tal y como están las cosas, le hacemos santo. Se admiten ideas.
Las mejores se las mandamos a Tom Cruise.