Hay un par de cosas con las que no estoy de acuerdo:
Stransky no tiene nada que ver con el nazismo. De hecho, en una de sus conversaciones con Steiner (en la que ambos recuerdan que el régimen nazi propugnaba la abolición de las clases sociales) deja meridianamente claro que desprecia abiertamente a Hitler y su partido. Eso hace que los dos empaticen por primera vez en toda la película... y, en ese sentido, es muy significativa la escena posterior en la que el propio Steiner se niega a contribuír a la caída del aristócrata prusiano testificando contra él; pide unos días más de margen para dar su versión definitiva, pensando que el de Stransky no es un caso perdido (simplemente se trata de un privilegiado que ha vivido entre algodones toda su vida y que necesita un baño de realidad para madurar).
Ahondando un poco en esto, se me ocurre decir que La cruz de hierro no es (en absoluto) una película antibélica... sino antiautoritaria. Peckinpah no critica la propensión natural del hombre a la violencia (para él sería como criticar que el sol salga por las mañanas) sino la desnaturalización de la misma. Y aquí le vuelve a salir la vena romántica (algunos dirían que reaccionaria) del salvaje oeste. El mundo es un sitio conflictivo y hostil donde los seres humanos, de forma natural, se agrupan para apoyarse y protegerse (familia, tribu... en este caso el pelotón hace esa función, fuera del control de los mandos... o estimulado por ellos para que cumplan más eficazmente su artificial encomienda -por eso le dan tanta manga ancha a Steiner-). El líder natural es el que se gana el sincero aprecio y respeto de sus compañeros; el que se pone delante el primero para afrontar los peligros. Las grandes sociedades modernas, sin embargo, están dirigidas por gentes extrañas (con intereses y motivaciones que la tropa muchas veces no comparte ni comprende) que, desde la seguridad de la retaguardia, pueden ordenar a sus soldados que combatan a otros (a los que ni siquiera conocen). Hablamos de ello al respecto de Mayor Dundee: afectos y odios naturales frente a normas y leyes que hay que cumplir en un estado que te dice quién es tu enemigo (aunque no lo conozcas de nada ni tengas, en principio, nada personal contra él). De hecho, aquí sale otra vez Senta Berger en un papel similar ("Violence must stop" le dice a Steiner... cuya respuesta es echarse a reír).
Steiner sí resulta ser un líder natural: lucha por sus hombres, se pone el primero en situaciones de peligro, protege a los débiles... mientras que Stransky es un subproducto de la decadencia de la sociedad moderna; el mimado descendiente de un Steiner de tiempos remotos que se ha encontrado todo hecho y que piensa que, simplemente por ser quién es, ya se merece estar donde está. Al conflictivo sargento, en el fondo, le da pena... porque sabe que su ruindad no es culpa suya, sino de una sociedad degenerada que le ha convertido en un ser ridículo, pusilánime y cobarde. Se apiada de su estupidez y de su sufrimiento porque son las propias convenciones sociales las que le presionan (a él y a su familia) para estar a la altura de su apellido ("un simple trozo de metal"). Los regímenes inorgánicos modernos (en este caso, totalitarios) son retratados, pues, como entes que presionan y desnaturalizan al individuo. Por otro lado es acojonante lo vigente de esta película y de sus planteamientos... porque, en realidad, Stransky es un subproducto plenamente actual: no le interesa ser, sino aparentar ser; no le importa su condición de cobarde, siempre y cuando los demás piensen que es un valiente... escalofriante (en esta época de telerrealidad y redes sociales). Por eso, lo ridículo no es que se asuste (sólo un loco no se asustaría) sino que trate de mantener una pose flemática que nada tiene que ver con la realidad.
La cruz de hierro me parece una película brillante; brutalmente honesta y personal (absolutamente única). No hay héroes ni villanos, sólo seres humanos retratados a través de sus grandezas y sus miserias. Por eso tampoco estoy nada de acuerdo con lo que has dicho sobre el tratamiento de los personajes femeninos. Peckinpah retrata de forma inmisericorde al ser humano independientemente de su sexo. Ellas, al igual que los hombres, sólo tratan de sobrevivir en un mundo de locos cuyas reglas no han escrito. Hay un momento bellísimo (mágico, aunque brutal) en el que una de las prisioneras rusas apuñala al novato del pelotón aprovechando su ingenua atracción (natural) hacia ella; mientras lo hace, parece que se está apuñalando a sí misma y llora angustiosamente por él; por tener que quitarle la vida; por verse obligada a realizar un acto tan despreciable para intentar sobrevivir... y la cosa remata con el soldado pidiéndole a sus compañeros (mientras agoniza) que no le vengen, que no la maten, que sean clementes con ella (conmovedora muestra de humanidad, reconocimiento y empatía entre ambos). Una hermosísima, trágica y efímera historia de amor como sólo Peckinpah las sabía hacer. La obra de un verdadero POETA.
Por ese tipo de cosas es por lo que yo sí la considero una obra maestra (y una de las mejores películas bélicas de la historia). Las pequeñas (y superfluas) imperfecciones que pueda tener proceden principalmente de sus problemas presupuestarios y de la falta de entendimiento con algunos miembros del equipo (que no hablaban inglés); circunstancias que, por otro lado, le dan cierto encanto añadido a la película. El único momento verdaderamente chirriante, en lo que se refiere a narración y montaje, es cuando nos encontramos a Kruger en shock, diciendo que no quiere volver a estar solo nunca más (sus tres horas de aislamiento no están precisamente bien reflejadas en pantalla, pero se trata de una escena tan emocionante y conmovedora que, francamente, me da igual); por lo demás se trata de un trabajo excepcional (crudo pero virtuoso) que refleja en todo momento lo que debe, con una intensidad dramática fuera de lo común (el caos de las escenas de batalla; el rollo dadaísta del hospital; el suspense y la angustia que transmite la escena en que Stransky fuerza sibilinamente a su segundo a reconocer su condición sexual; etc.).
El inicio es glorioso: material de archivo que narra el auge y la caída, enfrentando caras sonrientes a cadáveres destrozados mientras el score dialoga también con las imágenes alternando (y repitiendo cíclicamente) música infantil, dramática, siniestra, una fanfarria militar casi cómica y ridícula... y finalmente la percusión desnuda enganchando con una estupenda escena que nos presenta a Steiner y a su pelotón asaltando una posición de morteros (una joya del género, como la posterior del puente). Y entonces pasamos a presentar a Stransky (arengando a sus hombres para que lo empujen -subido al sidecar de una moto- por el barro) y el conflicto (revelando su hipocresía cuando les dice, con risa nerviosa, a los otros oficiales, que lo que había dicho de "ganar la cruz de hierro", como motivo principal de su llegada, "era una broma"). En el encuentro que se produce finalmente entre ambos, Stransky tiene media cara manchada de barro (éste sí es un dos caras y no el de Nolan).
No sé, podría pasarme horas comentando esta maravilla... su lirismo es absolutamente único: el primer encuentro con el chaval ruso superviviente (o su trágica despedida); el cumpleaños del teniente y la camaradería que se respira; el instante en el que cantan todos en el campo bajo el son de la harmónica (que recuerda a cierta españolada que, según parece, le encantaba) celebrando ese breve momento de melancólica libertad (antes de la tragedia); la muerte de la mayor parte del pelotón a manos del fuego ¿amigo? (absolutamente desgarradora; no me extrañaría nada que Kubrick se hubiera fijado en ella para la parte de FMJ en que Ébano es acribillado); etc.
El desenlace abierto es otra genialidad indescriptible: ese juego de miradas entre Coburn y Schell; sus frases antes de unirse a la carnicería y... la risa... LA RISA... esa risa final de Steiner que se convierte en fantasmagórica al solaparse con otro brutal montaje de imágenes de archivo (escalofriantes instantáneas de crímenes de guerra) donde se acaban colando imágenes de... ¿otros conflictos bélicos? (¿tal vez Vietnam?) y rematando con la cita final de Brecht. Esto no hay nadie que lo pueda superar.
Reaccionario para unos (por su nostalgia y su visión pesimista, descarnada e incómoda de la naturaleza humana); liberal para otros (por sus críticas al poder establecido y su salvajismo anarquizante). Así era Peckinpah... un artista irrepetible.