Rompiendo las olas, de Lars von Trier. Vaya por delante que considero el concepto de cine Dogma una absoluta chorrada, aunque la peli que nos ocupa se rodase un poco antes de la redacción del manifiesto.
Primero: Emily Watson SE SALE. No hay más palabras para describirlo. Cuando pone cara de contenta nos transmite su encanto, cuando pone cara triste lloramos con ella. En esta película es un prodigio de naturalidad y espontaneidad, y además era uno de sus primeros papeles... si no el primero. Junto a su compañero de reparto, Stellan Skarsgard (totalmente convincente, aunque su papel es mucho menos lucido) mantienen sobre sus hombros prácticamente toda la película. Ambos son hoy dos de los mejores secundarios del star system, y mira, eso que salimos ganando.
Segundo: a la peli le sobra metraje por todos lados. Casi todas las escenas merecen estar ahí, pero la mayoría se alargan hasta límites totalmente innecesarios, repetitivos, cansinos. Dos horas y media es una duración a todas lucas excesiva para la historia que nos cuentan.
Tercero: este modo de rodaje, cámara en mano, en escenarios naturales, sin luz artificial, puede aportar un realismo necesario casi todo el tiempo, pero hay momentos en que los saltos de eje, los movimientos desequilibrados, el grano o los desenfoques no hacen sino sacarte de la película. Una cosa es realismo, Lars, y otra tener varios minutos de siluetas borrosas.
Pese a todo, una película bastante interesante, que genera sensaciones contradictorias, pero que merece la pena verse aunque sea por el papelón que se marca la Watson.