Michael Clayton, de Tony Gilroy
Debut en la dirección del guionista de Bourne, y como tal, película muy de guionista, con un texto intricado, tirando a verborreico, con movidas de abogados donde es fácil perderse y no saber de qué coño te estan hablando. Aún así, una propuesta a contracorriente, en cierto modo, de puro pasado de moda que está todo (lo sigue estando): denuncia medioambiental, secretos sórdidos de las grandes corporaciones, tipos corrientes que nada pueden contra el sistema... al mismo tiempo, el drama de un individuo crepuscular, un perdedor dedicado a gestionar la mierda de quienes no pueden mancharse con ella, que no cuestiona nada y hace simplemente lo que mejor sabe hacer, hasta que algo hace cambiar su perspectiva. Hay un pasado relacionado con deudas y conflictos familiares que nos van describiendo sutilmente. Secundarios de lujo y con peso animan la función: Wilkinson convertido en Paulo Coelho y no tan loco como parece, Tilda muy en su línea de villana un poco ridícula y arribista (llamativo el recurso de mostrar su cara pública y privada), no tan distinta a los demás... que mereciera el Oscar o no ya es otra cuestión.
Me cansa un poco el hincapié constante en lo tristón del asunto, con tanto micro-drama de personajes fracasados (la granjerita con su hermana sobreprotectora, el hermano turbio del Clooney, éste con problemas constantes...), con nulo humor, muy seriote y como buscando ser el gran clásico moderno que logre el aplauso del crítico cebolleta. Dirección, fotografía, banda sonora (de Documentos TV), contribuyen a dar un empaque sobrio, desangelado, sin estridencias (muy contenido el Clooney, con su perpetua cara de querer morirse). La cosa pierde fuelle hacia la mitad, pero vuelve a cobrar interés conforma va resolviéndose, sin que falte el recurso de presentarnos al protagonista anticipando el final, con esa persecución como única concesión a quien venía buscando acción y se ha tragado una de gente hablando. La toma de conciencia, el intento de redención, el idealismo que representa ese niño y sus fantasías infantiles, los caballitos... todo ello supone ese eterno leitmotiv “noir” que nunca nos cansamos de ver en una pantalla. Nuestro hombre, en el taxi mientras entran los créditos finales, es libre al fin.