Svengali, de Archie Mayo
Svengali (John Barrymore), compositor y profesor de música de maneras refinadas, es en realidad un rufián; un peligroso y perverso manipulador que utiliza sus habilidades hipnóticas para ganarse el corazón del género femenino y obtener así sus siniestros propósitos. Arrogante y altanero, seguido a todas partes por un sirviente que es como su sumiso perro guardián, recibe a menudo las burlas ajenas y tiene algo de buscavidas y de superviviente que le echa mucha jeta a la vida. Pero todo cambia el día en que conoce a la chica ideal, la voz celestial con la que lleva tanto tiempo soñando…
Este es un film un tanto olvidado de la época en que comienza a forjarse la temática de terror con Dráculas, Frankensteins y compañía, monstruos alimentados por el miedo de la gente común, y el tal Svengali no es una excepción, pues encarna aquel mal procedente, para el americano medio, de la remota Europa; es nada menos que de origen polaco y por lo tanto huele mal, se expresa con frases rimbombantes, a menudo en italiano, francés y alemán, y su hábitat lo conforman una bohemia parisina de cartón-piedra, los elegantes palacios de la ópera, o bien tugurios de ambiente oriental. Nótese que los ingleses son gente bonachona, un poco inocente pero buenos tipos (primos hermanos), íntegros caballeros del grial (definición dada por el malvado) que no soportan que las jóvenes sean unas facilonas y se desnuden fácilmente para los artistas.
Como película es demasiado pastiche, irregular en tono y construcción. Comienza como una comedia tontorrona, deudora del cine mudo en la gesticulación y lenguaje corporal de los actores, con situaciones de vodevil y secundarios graciosetes. La actriz responde a esa belleza virginal y como de muñequita que tanto se estilaba. Del horror evoluciona en un drama sentimental, y en todo caso, lo mejor es la interpretación de Barrymore (y caracterización, con su barba de chivo), verdaderamente inquietante por momentos cuando hace uso de su mirada de ultratumba en silenciosos primeros planos. Pero también es un hombre consumido y enfermizo, con una faceta trágica que le hace más humano, pues puede obtener todo lo que quiera en el mundo… menos, claro está, el amor, ya que sólo puede crear simulacros de vida y su victoria final será al mismo tiempo su derrota. En el fondo, el hipnotismo es sinónimo del carisma, de la palabrería de quien no tiene alma, ni nada que ofrecer salvo su egolatría, con un punto psicopático.
Los decorados, en su deformación máxima de pasadizos, puertas, etc. sigue al pie de la letra el más puro estilo del expresionismo alemán, pero si hay que quedarse con una secuencia, sería la que muestra, mediante un travelling que parte de una ventana para recorrer la ciudad, como el villano se adueña de la voluntad de su víctima… juraría además que esto lo imita Tim Burton en alguna de las suyas.