Muchachas de uniforme, de Leontine Sagan y Carl Froelich
Primer retrato más o menos explícito del lesbianismo en el cine, un film característico del ambiente liberal de la república de Weimar poco antes de la irrupción del nazismo. Moderno alegato en contra del autoritarismo, tal es creo yo su auténtico propósito y no tanto la cuestión sexual o de género, historia de amor imposible e insinuada entre una sensible adolescente y su misteriosa y atractiva profesora en un estricto colegio para chicas de clase alta, donde la disciplina y las normas de obediencia más estrictas, más propias de un establecimiento penitenciario o militar, rigen constantemente las vidas de las internas, prescindiendo por completo de cualquier atisbo de afecto o de calor humano. La transgresión de la protagonista, incapaz de contener lo que siente, será por lo tanto secundada por una colectividad que simpatiza con ella debido al panorama tan represivo.
La odiosa directora del internado es, cual Bernarda Alba, la personificación de unos valores masculinos y tradicionales puramente “prusianos” (aunque no aparezca un sólo varón en toda la película), con la disciplina como único criterio y las apariencias que mantener de cara a las autoridades (monárquicas) a las que se debe; finalmente acabará por ser severamente cuestionado, y por eso mismo, humanizado. Con un paralelismo de montaje no exento de ironía, se muestran las diferencias generacionales, con ella discurseando en torno a las privaciones y el hambre, que forjan el carácter nacional, mientras las alumnas departen entusiasmadas sobre… comida.
Los estereotipos resultan familiares, pues tenemos a la buenecita que siempre hace lo que le dicen, la amiga de la protagonista, la petarda… la película consigue recoger el ambiente de encierro y lo hace visualmente; la escalera de caracol, que resulta ser casi el espacio principal y vertebrador, numerosos planos de las internas formando, o una secuencia inicial con toques de trompeta y una serie de conjuntos escultóricos, elocuente sobre las glorias patrióticas. Recoge también el extremo contrario, las pequeñas ilusiones, la cotidianeidad, con los pequeños intentos de rebeldía, los juegos a veces un poco subidos de tono; el microcosmos de pícara inocencia que forman estas muchachas uniformadas, enamoradas de su maestra y deseosas de recibir el beso que les da antes de acostarse (tan tierno como inevitablemente erótico esto). Dicha profe es tal vez el personaje más complejo, escindido entre su fidelidad a la institución y los sentimientos hacia sus bellas alumnas, y deberá tomar una decisión antes de que sea demasiado tarde.
Una idea, la del teatro como farsa que expresa sin embargo sentimientos reales y permite expresar lo inexpresable, incómodo por lo tanto para el poder. Decir que el montaje contiene algún que otro juego curioso y que a veces resulta brusco (entiendo que el film no nos ha llegado íntegro) y que existen dos finales, uno más trágico (versión estadounidense) y otro que logra esquivar esa truculencia habitual de la temática gay y lésbica, aunque no por ello menos desolador en su último y elocuente plano.