DRACULA DE BRAM STOKER (Francis Ford Coppola, 1992)
La última obra maestra de Coppola tomaba el célebre relato de Stoker para convertirse en la, según muchos, adaptación mas fiel de la obra. El mito retratado incluye entre sus principales caracteristicas la continua sexualización de la historia, donde los colmillos son mostrados como simbolo fálico y el vampirismo es similar a una enfermedad venerea, donde el sexo y el deseo (de sangre) se asemejan al mal que simboliza el conde, renegando de la iglesia en cuya busqueda de la castidad se halla la pureza.
Para Coppola el guión de James V. Hart no es mas que un punto de partida para desarrollar un continuo juego en formas, con planos y composiciones sugerentes de multiples referencias cinefilas que van desde Murnau hasta Kurosawa, pasando por un conde que al pisar Londres por primera vez contempla junto a Mina el invento del cinematografo, hecho que llega a salpicar el aspecto formal del momento estableciendo el choque que le supone al protagonista abandonar su tierra natal y enfrentarse a la modernidad del mundo, y evidenciando las intenciones del director que apuesta por dar a la película, entre trucos y puesta en escena en estudio, un aspecto añejo y lleno de encanto que visto hoy queda clara su imposibilidad de envejecer. De incontestable belleza visual, con una espeluznante recreación del castillo transilvano de fantasmagorica presencia, la película se torna en una pesadilla fascinante e inolvidable que esconde sin embargo una de las mas bellas historias de amor de nuestro tiempo, contraste impecablemente llevado por un Coppola capaz de simbolizarlo en el simple acto de mostrarnos a un Dracula/bestia a la que vemos asesinar y violar en una escena, para contemplarla llorando desconsoladamente al momento siguiente, interpretación que Gary Oldman lleva, no sin cierto histrionismo, de manera maravillosamente hipnotica y seductora.
De vestuario, maquillaje, diseño de producción y fotografia exquisitas con tendencia a un exceso que no llega a ser molesto ni grotesco, y con la lirica y energica música de Wojciech Kilar, de inmortal tema central, solo la elección de un siempre insulso Keanu Reeves mancha el resultado de un film soberbio.