Boogie Nights: Paul Thomas Anderson filma el esplendor setentero y la decadencia ochentera del porno, y lo hace con la misma seriedad, minuiciosidad y atención al detalle que si estuviera filmando el ascenso y caída de la Mafia en Las Vegas, o unos simples matones callejeros convertidos en dioses (con pies de barro). Y exactamente de eso va la película: un chaval que no cree en si mismo, pero que sueña en convertirse en algo, alguien: Bruce Lee, John Travolta o Al Pacino, da igual. El caso es triunfar. Y por ese camino, llegará al porno. En principio, nada, la verguenza, una profesión con la que nunca volverías orgulloso a casa para decirle a tu madre "mira, so puta, al final, he triunfado". Pero para Eddie Adams, lo es todo. Y con ese "tenerlo todo" llega el endiosamiento.
Si algo ha conseguido esta película, es reflejar el transcurso del tiempo de una forma envidiable, no solo mediante cartelitos (que también aparecen) sino mediante detalles mil, tantos y tan cuidados que seguirlos todos es volverte loco. Todo empieza en los setenta, cuando el porno es arte, o al menos así lo pretenden tipos como Jack Horner (grandísimo Burt Reynolds) que tras años, probablemente décadas, de dirigir películas guarrillas, sigue tomándoselo tan en serio (o tan poco en serio) como el primer día. Desde los años setenta, con esas fiestas, esas pintas (William H. Macy parece John Carpenter!) a los ochenta: las drogas, los yuppies, el VHS, el nacimiento de un porno amateur, rápido, hecho para un consumo desinteresado y privado, la muerte del CINE porno que dará lugar al porno hecho en casa con la cámara de filmar bodas y comuniones, y que hoy en día es una realidad. Tal y como le dice el Coronel a Horner, "el video manda" frase demoledora que cierra, para Horner, una etapa (y que a mi me arrancó una sonrisilla placentera, lo confieso).
Otro concepto sobre el que gira la película, la familia. Desde esa familia de mierda a la que pertenece Eddie, con una madre cacho puta que destroza constantemente a su hijo, llamándole de fracasado inútil para arriba (estremecedora la escena en que ella arremete contra él mientras el padre permanece callado
como una puta en la habitación de al lado). Cuando Eddie llega hasta Jack y su mujer, Amber (podría tirar una pared abajo con la erección que me ha provocado Julianne Moore aquí, ¡soberbia!) que no por casualidad tienen un hijo que le fue arrebatado por su exmarido. La escena en que Amber y Eddie follan por primera vez, visto lo visto, es puro incesto. Ella le llama su bebé, le acoge maternalmente... más claro agua. Por no hablar de esa Rollergirl (Heather Graham TODO su cuerpo, excepto los pies) que además de estar buena protagoniza una alucinadísima escena en que ella y Amber se ponen de cocaína hasta las cejas, interpretando los papeles madre/hija.
El paso del tiempo no deja a nadie inmune, y Eddie, ahora bajo el sobrenombre de estrella porno Dirk Diggler, usa sus 33 centímetros en múltiples películas, adquiriendo un estatus privilegiado dentro de la (sub) industria, comprándose una casa con todo lo imaginable, y, por supuesto, endiosándose hasta límites enfermizos. Unos van a la cárcel por su excesivo apego a la carne tierna, otros se hartarán de su papel dentro de la familia, unos se enganchan a la droga, alguno perderá la vida... pero el tiempo sigue pasando. Incluso en el porno que ruedan, se nota ese paso: de querer hacer algo artístico y argumento, a mostrar a un cachas poniendo muecas mientras taladra a una masa de carne, con cara de "eh, mírame, estoy follando, ¡como molo!".
Hay lugar para todo. no falta una escena violenta que podía haber salido de Casino, o del mismísimo Tarantino, ese tiroteo triple en la cafetería que es absolutamente desquiciante. Pero la palma, en ese sentido, se la lleva la escena en casa de Alfred Molina, donde las risotadas, los nervios, las bromas, la tensión, se van acumulando hasta tal punto que cuando estalla, no sabes si reirte o poner cara de
Maravillosa obra maestra. La muerte de los setenta, y el nacimiento de los ochenta, con todo lo que representó: (mas) drogas, caída de viejos mitos y el surgir de los nuevos, todo comercializado y explotado, consumismo salvaje, cuadros de Ronald Reagan en las paredes, el nacimiento del vídeo en detrimiento del cine... el plano final, de tu a tu en el espejo, como quien no quiere la cosa, cerrando la película casi como la abrió: con ese don que Dios le dio (visto lo visto, casi lo UNICO que le dio) y que ha querido aprovechar. Y a fe mia que, viendo a las señoras que salen en el film, aprovecharlo, lo aprovechó